Hace un día ventoso y frío de marzo. Odile Rodríguez de la Fuente nos recibe en la pequeña localidad de Guadalajara en la que reside, cerca de Pelegrina, donde su padre tuvo durante años su refugio y el campamento en el que cuidaba su manada de lobos y sus aves de presa.
Desde su atalaya, un promontorio privilegiado en el corazón de una España de caliza y carrasca, se puede ver al oeste la mancha de un Madrid devorador que se acerca en forma de autovías y polígonos industriales. Hacia el este, las nubes se pierden sobre soledades inmensas, baldíos y campos abandonados que se estiran hacia la mole del lejano pico Ocejón.
Es un contraste revelador. Porque ese es exactamente el núcleo del pensamiento de Félix y de una hija que ha seguido sus pasos hasta convertirse en una de las mentes más brillantes y abiertas de la conservación en España. Se trata del divorcio entre lo urbano y lo rural. Las tensiones de un país que ha dado la espalda desde hace décadas al campo, a sus habitantes, y que ha perdido la cultura campesina y el saber de las gentes que, durante siglos, mantuvieron un territorio rico en conocimiento y manejo de la biodiversidad.
El país lo hacen los paisanos, y España se está quedando sin paisanos, comento con Odile mientras nos sentamos a la chimenea para hablar de su padre, un narrador oral, un líder de la tribu, un chamán que durante años convocó a millones de españoles ante el fuego de la gran pantalla.
No es impropio que nos sentemos a la lumbre, porque Félix nunca dejó ser ser eso, un gran contador de historias junto al fuego. Y una de sus obsesiones, el equilibrio entre hombre y naturaleza, sigue vigente hoy y más viva. Algunos males, como los de la despoblación, el éxodo rural y el abandono de los campos no han hecho más que crecer.
Félix fue también un visionario y un adelantado a su tiempo. Más allá de la etiqueta de «amigos de los animales» con la que le recuerdan las nuevas generaciones, fue un pensador peculiar y único, una rara avis en una España en blanco y negro que renunció a una carrera cómoda de dentista en los años 50 para inventarse a sí mismo, descubrir una forma de vivir y alumbrar un género narrativo nuevo y una misión.
Lamentablemente, la mayor parte de su obra está dispersa en programas televisivos y de radio, conferencias y discursos. Una copiosa producción oral que apenas ha dejado testimonios escritos y estructurados. La enorme bibliografía existente sobre Félix está muy pegada a lo biográfico y al detalle. Faltaba un libro que recogiera el pensamiento profundo de este hombre telúrico que dejó una impronta indeleble en España pese a su temprana muerte a los 52 años.
Odile Rodríguez de la Fuente se ha sentado durante meses ante esta ventana de su casa para hacer un trabajo arqueológico encomiable y rescatar la esencia del pensamiento de su padre, extrayéndolo de cientos de horas de grabación. El resultado es espectacular. El libro, que publica Geoplaneta con el título Un hombre en la tierra, recopila las visiones de un adelantado a su época que son un aldabonazo en las conciencias.
La voz de Félix, 40 años después, suena actual, actualísima, e informada. Y lo hace además con una cualidad difícil de encontrar en nuestros tiempos, la de un carácter único, personal, valiente, dotado de un verbo deslumbrante, un fraseo y una semántica alimentada en el manantial valioso del habla de nuestros pueblos, un orador con mayúsculas en cuyo discurso hay una sintonía clara con Miguel Delibes, quien fuera su amigo y admirador y, como él, amante de gentes humildes y paseante de cordeles perdidos en el olvido.
PREGUNTA.- El Hombre y la Tierra es el nombre de la serie más famosa que produjo tu padre. Más de 800 millones de espectadores en todo el mundo, lo que la convierte en la serie más vista en español de todos los tiempos. En tu libro das la vuelta al título y es Un hombre en la Tierra. ¿Por qué?
RESPUESTA.- El mérito se lo tengo que dar al editor porque fue una idea suya, y me parece fantástica porque la serie más conocida de mi padre fue El hombre y la tierra, pero este libro es su historia, son sus reflexiones, lo que él tenía en la cabeza. Lo que nos llegaba a nosotros eran las ondas de su pensamiento más profundo y creo que era importante recoger en un solo lugar cuáles eran los ejes de la visión que tenía mi padre sobre el ser humano y sobre la relación del hombre y la tierra. Mi padre fue también ‘un hombre en la tierra’ y nos legó lo que nos legó. Por eso me he esforzado en buscar todo su pensamiento, disperso en numerosas fuentes, y ponerlo al alcance de todos.
P.- Cuando uno mira la obra de Félix se nota que hay un poso de filosofía y pensamiento muy profundo, pero quizá por el tipo de formatos que usaba todo eso no aflora, sino que solo se intuye. ¿Entonces lo singular de este libro es recuperar ideas inéditas, argumentarios más complejos?
P.- Además de hija, soy una admiradora más de la obra de mi padre. Y faltaba parte de ella por publicar. Más allá de biografías y de muchos trabajos que se han hecho alrededor de la figura de mi padre no existía uno que aglutinara sus reflexiones. Sobre todo en momentos tan complejos como los que estamos viviendo. Hay muchos temas que ahora se están empezando a tratar que ya los trató él hace 40 años y que son de una claridad y de una sabiduría absolutas. Sentía que necesitábamos de nuevo la voz de mi padre. Otro aspecto que quiero clarificar con el libro es que aunque le conocemos como el “amigo de los animales” en realidad la naturaleza, los animales o la biodiversidad eran herramientas para hablarnos de nuestra propia existencia, porque su mensaje era profundamente humanista.
P.- La fauna era solo una parte de las muchas preocupaciones de Félix. En cierto sentido es un visionario porque en el libro aparecen reflexiones sobre temas de candente actualidad como el cambio climático o la avalancha los plásticos…
R.- Yo creo que leerlo va a sorprender mucho a la gente. Por supuesto, en el libro habla de todos los temas de conservación de la naturaleza y esa es la parte más conocida. Pero luego hay aspectos que son menos visibles y que tienen que ver, por ejemplo, con la descripción de las ciudades del futuro. Es curioso ver cómo habla de ellas porque son conceptos de la ciudad sostenible de ahora. Habla mucho también de las energías renovables y de la solar. Y aborda la estructura del sistema socioeconómico también y cómo la idea del crecimiento está abocada al fracaso si no se tiene en cuenta que vivimos en un planeta de recursos limitados y se ignora ese hecho para continuar en una explotación sin límites cuyo objetivo último es económico. Mi padre introduce mucho en su discurso la felicidad y se plantea muchas preguntas. ‘¿Cuál es el sentido de todo esto si cuando estoy con tribus cazadoras recolectoras detecto a personas mucho más completas y felices y satisfechas que cuando voy a Madrid o a Barcelona y veo a gente irritada y cansada?’. Mi padre se pregunta a menudo qué sentido tiene todo el desarrollo si al final nos va a quitar lo más esencial, que es nuestra humanidad y nuestro sentido de la vida.
P.- También reflexiona sobre la propia comunicación y sobre la política, o mejor dicho, sobre la gobernanza, ¿no?
R.- Uno de los aspectos que también toca mucho es la importancia de los medios de comunicación y la responsabilidad que tienen. Critica mucho a los medios y a la política en general por generar mucho ruido que nos aturde y nos impide ocuparnos de los temas que son verdaderamente importantes. Habla de una sociedad global y de cómo vamos a hacer un gran termitero y herramientas como internet van a permitir que las mentes pensantes puedan coordinarse para hacer los cambios necesarios, como un gran sistema inmunológico del planeta.
P.- Félix anticipó realidades que estamos viviendo ahora. Es una pena no poder tenerle aquí para que nos dijera como ve precisamente esta evolución de la sociedad globalizada y del conocimiento.
R.- A título personal, me da la sensación de que colectivamente, como sociedad, somos muy adolescentes respecto a la ciencia ya la tecnología. Nos creemos que estas son las herramientas que nos empoderan y nos hacen realmente la especie que manda. Probablemente forme parte del proceso de evolución hacia una etapa de madurez y tengamos que sufrir y nos la tengamos que pegar, como ocurre también muchas veces con los adolescentes. Alcanzar esa madurez como sociedad no quiere decir volver a la infancia. No hay que ir marcha atrás; no hay que volver a las cuevas ni dejar atrás todo lo que hemos conquistado. Pero hay que recoger los frutos de esas conquistas e introducirlos en un contexto humanista. Es fundamental no perder las humanidades, las artes y la naturaleza, que es lo que nos define como seres humanos. Y poner en contexto también qué es la economía. Pues la economía es un medio para un fin, no un fin en sí mismo.
P.- Félix parece una persona ajena al materialismo. En su obra se percibe a un hombre de una espiritualidad profunda o de un humanismo profundo. No sé si era una persona religiosa al uso, con una fe concreta o sencillamente era una persona con una cierta conexión cósmica con la vida.
R.- Es una pregunta muy buena, la verdad, porque mi padre, viviendo en la época en la que vivió, en la España católica de los años 50, 60 y 70 y siendo de un pueblo de Burgos y de una familia tradicional no podía sustraerse al ambiente. Siempre se mostró enormemente respetuoso con la religión de este país, pero no fue una persona que practicara esa religión. Yo creo que por sus escritos sí muestra una gran espiritualidad, si por espiritualidad entendemos algo intangible que nos conecta al fenómeno vital del planeta y más allá. Es decir, al fenómeno existencial con esos grandes interrogantes como ¿qué somos, qué hacemos aquí y por qué somos conscientes? Toda su obra está impregnada de estas grandes cuestiones. Además, era un profundísimo admirador del sentido espiritual de los pueblos cazadores recolectores y de la infancia de la humanidad del paleolítico, de ese nexo espiritual absolutamente sagrado que tenían de unión y de sentido de pertenencia al planeta y a las otras formas de vida.
P.- Es curioso, porque hay quien se ha referido a este Félix comunicador que lo llenaba todo con su sola presencia como una especie de chamán que convocaba a la tribu a contar una historia junto al fuego. ¿Cuál era la clave de ese magnetismo?
R.- Si tuviera que definir a mi padre en una sola palabra como profesional lo definiría y lo defino como chamán. Y si busco la raíz etimológica de la palabra, esta quiere decir básicamente hombre sabio. Un hombre sabio es aquel que mira más allá de las creencias de su cultura y es capaz de emprender un viaje, en el caso del chamán a otros mundos paralelos. Y luego vuelve con las experiencias de esos viajes y las comparte con el resto de la tribu. Mi padre era un chamán que viajó a los cinco continentes, llevado por la curiosidad y el rigor científico y nos trajo cosas de vuelta. Yo creo que su vida y su imán para las personas tiene que ver con su afán de experimentar y vivir. Vivía intensamente e hizo de su vida un viaje donde se tuvo mucho respeto a sí mismo, donde dejó atrás los miedos y se dijo ‘me voy a aventurar en la aventura de mi vida’. Ten en cuenta que él era dentista de profesión y que en una España muy complicada y con una carrera asegurada se metió en un campo nuevo que no existía hasta la fecha.
P.- Sin duda, tu padre es para millones de personas una voz, esa voz tan característica de Félix Rodríguez de la Fuente, que lo llenaba todo y que todavía se sigue recordando y hasta imitando. ¿Cuál era el secreto?
R.- Una de las cosas que experimenté en la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente es que cuando difundíamos cualquier tipo de trabajo sobre mi padre no tenía nada que ver con cuando sacábamos a mi padre directamente, es decir, su voz, su mensaje. Es él el que produce la magia. Si salía él teníamos miles de visitas y de likes en redes sociales. Yo creo que él se basta y se sobra en muchos sentidos. Para seguir trasladándonos ese mensaje que es profundamente humanista.


P.- Una de las cosas que llama la atención del libro es que Félix apenas dejó nada escrito. Casi toda su obra está dictada al micrófono y tú te has dedicado a recopilar todos esos discursos que no estaban pasados a limpio. Además, sorprende la enorme capacidad de improvisar que tenía tu padre, hablar sobre la marcha como si estuviera leyendo un texto impecablemente escrito.
R.- La mayor parte de la obra de mi padre es una improvisación oral. Eso es algo que se ha perdido en la sociedad actual. Él admiraba muchísimo a las sociedades ágrafas y la gimnasia mental que implica vivir sin escritura. En muchos sentidos, esas culturas son más que nosotros, tienen más agilidad mental y capacidad de retener. Mi padre se entrenó para transmitir verbalmente rindiendo culto a la tradición oral. Su producción audiovisual y radiofónica era improvisada y era oral, y eso impregna de frescura, magia y alquimia su trabajo. Él quería conectar con la audiencia y de hecho afirmaba a menudo qué sentía la energía de la audiencia escuchándole.
P.- Esa capacidad de conectar de Félix es evidente. También hizo algo importante, que fue conectar a muchas españoles con el pueblo que habían dejado atrás. Parte del gancho de Félix es que mostró a un público urbano el campo del que venía y le devolvió su origen, ¿no?
R.- La conexión de Félix con lo rural es muy importante y en el libro se percibe mucho. Una de las facetas más sorprendentes de mi padre es la de cuentacuentos. Hay narraciones costumbristas muy al estilo de Delibes donde nos habla de su infancia en Poza de la Sal y salen aquellas personas que le daban vida a los pueblos. Los textos de mi padre son un canto a la persona que vive inmersa en la naturaleza y sobre todo al que vive de la naturaleza. Lo que a él le parece una pérdida es el que se ha encerrado en las ciudades y ha perdido todo tipo de conexión. Él habla de que hay una neurosis propia de las ciudades.
P.- Tú vives en un pequeño pueblo. No sé cómo ves el boom que ha tenido el tema de la España vacía en la agenda pública.
R.- Yo te diría que es un boom político principalmente y es también bastante paralelo al boom del cambio climático que también es bastante político. Creo que es positivo, pero también tiene ciertos riesgos. Me preocupa la politización de cualquier cosa. Necesitamos que sea sobre todo transversal y que nos ataña a todos por igual. Cuando el cambio climático se convierte en una bandera política los que perdemos somos todos. Creo que estos temas tendrían que ser política de Estado y se tendría que llegar a consensos, igual que con el mundo rural, que está sufriendo una pérdida inimaginable comparable a la pérdida de especies. Como estamos viendo ahora con la crisis del coronavirus, toda esta gran edificación del mundo moderno es tremendamente frágil. Es un castillo de naipes y si quitas dos cartas de abajo se desmorona todo. Lo único que realmente es una cimentación segura es el mundo rural, que es plenamente autosuficiente, sabe vivir del medio y dependemos de él en gran medida. La gente no imagina lo que costaría si tuviera que ser el erario público el que se encargara de mantener bosques, de mantener paisajes en mosaico o la ganadería extensiva, el efecto de cuya ausencia estamos viendo ahora con los incendios forestales.


P.- ¿Crees que en el panorama actual de la televisión y de la comunicación sería posible que Félix encontrara espacio? ¿No se ha degradado mucho la calidad de la televisión como para poner estos espacios de calidad en prime time?
R.- Mucha gente me ha dicho que mi padre no habría sido ahora lo que fue en los años 70 porque en aquella época existían dos cadenas y etc… Quiero aclarar un par de cosas en ese sentido. Mi padre no es que tuviera audiencia, es que obtenía más audiencia que el fútbol, y el fútbol en aquella época era como ahora. Sin embargo, la gente, y eso dice mucho del pueblo español, quería saber sobre su entorno de la mano de Félix. Le gustaba porque era un producto bueno, entretenido y te hacía sentirte mejor. Pasa lo mismo con las enciclopedias de mi padre. Como producto editorial, es el segundo más vendido después de El Quijote, y eso no era la tele, sino personas comprando libros. El hombre y la tierra, en su momento, fue una apuesta totalmente de vanguardia. Que en los años 70 saliera rodado en 35 milímetros con técnicas que estaban empezando a usar la BBC y que National Geographic todavía no había empezado a practicar demuestra que televisión españolas estaba en la vanguardia del cine documental. En la actualidad, mi padre haría un producto totalmente de vanguardia y adaptado a las nuevas tecnologías. Y estoy convencida de que se le seguiría exactamente igual.
