La crisis sanitaria del coronavirus ha dado la puntilla al comercio minorista en Estados Unidos, que ya estaba gravemente herido por la competición con las grandes compañías de comercio online. Nuestro corresponsal en Nueva York Argemino Barro analiza las claves de esta muerte anunciada



La visión se ha vuelto recurrente: donde antes había escaparates orgullosos y un guarda de seguridad diciendo “buenas tardes”, ahora hay tablones de madera en las ventanas o grandes carteles de “Liquidación”. Incluso Nueva York, que se preciaba de ser la capital económica de Occidente, un hormiguero de actividad febril y compulsiva, se ha convertido en una pequeña localidad industrial. Una sucesión de negocios marchitos, obligados a echar el candado por el desplome de las ventas.
Todos los días leemos la misma noticia, con diferente nombre: J Crew, JC Penney, Modell’s Sporting Goods, Art Van Furniture, Pier 1 Imports, Lucky Brands, True Religion… Una gran cadena de tiendas declarándose en bancarrota, crujida bajo el peso de la pandemia. Solo en abril las ventas minoristas cayeron un histórico 16,4%. Si miramos a las tiendas de ropa, la debacle fue cercana al 80%. Décadas de experiencia, a veces más de dos siglos, yéndose por el tenebroso agujero de la quiebra. Este año, según Ascena Retail Group, más de 40 cadenas minoristas han sufrido este destino.
Esta historia, sin embargo, no comienza con el virus. Antes de que los Gobiernos decretasen confinamiento y las calles quedaran vacías, las grandes empresas minoristas ya estaban sumidas en su propio “apocalipsis”. Un doloroso proceso de adaptación al incremento de las ventas por internet y a los nuevos hábitos de consumo. Una lucha por la supervivencia frente al rodillo de Amazon.
El periodo más duro de este ajuste se dio entre 2007 y 2009, con el cierre de más de 1.100 corporaciones del sector en esos tres años. El goteo de bancarrotas continuó en la década siguiente, como si Amazon y otras gigantes adaptadas al comercio online, como Walmart, fueran limpiando pequeños conatos de resistencia.


“¿Ha terminado el ‘Apocalipsis minorista’?”, se preguntaba la revista Forbes el pasado 25 de enero, cuando el virus solo era una cosa difusa que sucedía en China. La parte moribunda del sector parecía estar dando los últimos coletazos. Algunas cadenas se habían mantenido abiertas solo para aprovechar las vacaciones de Navidad, la temporada de consumo por excelencia, y se disponían a echar la verja. El año anterior, 2019, se habían cerrado 9.300 establecimientos minoristas en Estados Unidos.
Lo que el autor del artículo no sabía es que lo peor estaba por venir, y a las compañías moribundas se unirían, en los meses siguientes, marcas como Neiman Marcus o Brooks Brothers, la única empresa que puede presumir de haber vestido a 41 de los 45 presidentes de Estados Unidos. Abraham Lincoln o Theodor Roosevelt adoraban sus trajes y abrigos y eran clientes habituales.
A medida que la moda se hacía más informal, y cada vez menos gente iba a la oficina de traje, el negocio de Brooks Brothers se resintió. La pandemia, además de la caída general de las ventas, está popularizando el trabajo desde casa, al menos durante meses, y la demanda de trajes ha tocado mínimos. Bajo las condiciones del Capítulo 11 de las leyes de bancarrota, el pasado 8 de julio, esta empresa, fundada en 1818, anunció que cerrará la quinta parte de sus 250 tiendas y que busca un comprador que la pueda reflotar.


El sector minorista, con sus tiendas de ladrillo y argamasa, sus ventanas cegadas y sus liquidaciones masivas, es, junto con la hostelería, el más visible para el gran público: el que se nota en la calle y que tiene un impacto en el paisaje urbano. Pero las quiebras se han dado igualmente en otros gremios.
Hasta el 30 de junio de este año, más 3.600 compañías se han declarado en bancarrota en Estados Unidos. Un 26% más que el año anterior. Si solo cogemos el mes de junio, las bancarrotas han crecido un 43% interanual.
Y puede ser solo es el principio. El método Z, creado por el economista Edward I. Altman para predecir las quiebras empresariales, calcula que este año se batirán récords de bancarrotas en compañías con una capitalización superior a 1.000 millones de dólares. Algunas de las que ahora siguen a duras penas, dijo Altman a The New York Times, están condenadas. “Las compañías que lo están pasando mal han ido demasiado lejos como para ser salvadas”.
El paquete de ayuda económica aprobado por el Congreso en marzo incluía 500.000 millones de dólares en préstamos y subsidios para las grandes corporaciones y 800.000 millones para las pymes. Un sostén económico sujeto a diversas condiciones (las aerolíneas, por ejemplo, no pueden efectuar despidos hasta el mes de octubre) y de duración limitada; un salvavidas que, de acabarse, puede acrecentar el número de bancarrotas.
El mundo del petróleo está siendo uno de los más castigados. Con el barril de crudo en niveles abismales debido al desplome de la demanda, rondando los 40 dólares después de haber llegado a ponerse en negativo el pasado abril, 18 petroleras americanas ya se han acogido al capítulo 11 en este segundo trimestre: casi 4 veces más que en el trimestre anterior.
Según la agencia Reuters, muchas de estas empresas, sobre todo las que extraen gas y petróleo de esquisto mediante la costosa técnica de fracturación hidráulica, acarreaban una pesada deuda y no han sido capaces de aguantar el temporal del Covid-19. Las compañías de exploración y extracción sumaban una deuda superior 30.000 millones de dólares. Las estimaciones del sector indican que habrá más reestructuraciones y defunciones en los próximos meses.
El golpe al consumo, al comercio y al tejido empresarial americano se ha traducido en despidos masivos. Según distintos cálculos, entre 30 y 40 millones de estadounidenses han perdido su empleo desde mediados de marzo. Algo así como la cuarta parte de la población activa del país. Una porción de ellos lo ha recuperado en los últimos meses. El resto, aliviados por las prestaciones sociales de emergencia, con fecha de caducidad, seguirán vadeando este peligroso río de baches económicos.