La súbita aparición de una gran epidemia como la que estamos viviendo, cuya escala todavía falta por precisar y llevará tiempo aclarar, nos recuerda, como reflexionaron los estoicos, que todos vivimos en dos lugares al mismo tiempo, nuestra polis, nuestro país, y la tierra entera. Como las epidemias se contagian persona a persona, pareciera que las fronteras del país nos proporcionan cierta protección pues cabe el cierre fronteras. Evidentemente esto podría ser eficaz antes de que el virus se infiltre y cada uno de nosotros se convierta en enemigo involuntario de su vecino. Después de iniciado el contacto no sirve de mucho, por más que algunos hayan visto la oportunidad de reforzar sus agendas políticas con este razonamiento.
El lenguaje de la guerra no nos ayuda mucho a comprender el fenómeno y puede llevar a algunos a perder pie y apuntarse a la tesis de la inmunidad de rebaño, que como todos los rebaños proporciona solo una seguridad aparente, pues para que unos se salven, otros deben morir. Evidentemente, quien a tal tesis se apunta, lo hará sobre la base de que estará del lado de los sobrevivientes, sea porque asuma que es el más fuerte del rebaño o porque imagine que será objeto de elección divina; lo cierto es que sea cual sea la probabilidad de contagio, su supervivencia no está asegurada, porque cada virus elige a sus huéspedes sin tener en cuenta lo que estos opinen. Qué nadie se equivoque, el confinamiento salva vidas porque reduce la velocidad del contagio y permite al sistema sanitario salvar a todos los salvables, pero en el largo plazo solo una vacuna puede proteger a los vulnerables; y aunque al premier Johnson no se lo debieron explicar bien, la inmunidad de grupo solo se alcanza cuando todos los miembros del grupo ha sido expuestos al virus, por contagio o vacuna, y unos cuantos de sus miembros hayan muerto. Nada nuevo.
Cuando la epidemia vaya perdiendo velocidad de contagio, que no despareciendo, pues solo si llegamos a disponer de una vacuna podrá hablarse de erradicación, los problemas que ya estaban antes volverán y otros nuevos van a aparecer, especialmente los problemas económicos que resultan de la parálisis física de la actividad económica. Y entonces se verá si ha crecido o ha disminuido la distancia, esta vez sí, social. Y si la distancia social ha crecido, se impondrá el discurso de la guerra y la distinción entre amigo y enemigo atravesará nuestras vidas. Puestos a hacer profecías, espero que no lleguemos a ese punto porque como Esquilo hace decir al Rey en las Suplicantes: “Prefiero ser un mal profeta a un profeta verídico de males”.
Uno de esos problemas que no ha desaparecido y volverá con toda su fuerza, es el cambio climático. Seguramente más de uno estará tentado de subordinar el Cambio Climático a cualesquiera medidas que persigan la recuperación de la actividad económica, tratando de convencernos de que en realidad es un lujo, que puede esperar. Sin perjuicio de reflexionar otro día sobre la posible relación entre Cambio Climático y la aparición en nuestro país de nuevas epidemias que afectarán no solo a los humanos, sino a nuestra flora y fauna, a nuestros árboles y cultivos, y sobre las oportunidades de nueva actividad económica que ofrece enfocar nuestra industria a un nuevo ciclo de crecimiento verde, vamos a dilucidar, más modestamente, que pensaban los españoles sobre el Cambio Climático, no hace demasiado tiempo, en Enero de 2020.
Y es que en Enero de 2020, al hilo de la Conferencia sobre el Cambio Climático, que por azares de las revueltas populares en Chile, acabó por celebrarse en Madrid, el Centro de Investigaciones Sociológicas, en el Barómetro Mensual, propuso unas cuantas preguntas bien interesantes a los españoles. Las primeras preguntas nos van a dar algunas pistas sobre si los españoles se quedaron con la opinión de “aquél primo de ese ex-Presidente del cual usted me habla”, o bien han evolucionado en otra dirección.
Las cuestiones a las que prestaremos atención en esta primera entrega (habrá otras) versan sobre la realidad factual del cambio climático y sobre su reversibilidad. Que hay cambio climático parece una realidad para el 92% de los españoles; el 84% subscriben la idea de que actualmente se está produciendo alteraciones en el clima como consecuencia de la acción humana.
Como todos tenemos un primo malote, queremos saber si esas opiniones varían en función de la ideología, en una escala que va de 1, Izquierda a 10, Derecha. En general, la ideología de los españoles cuando se mide en esta escala tiene una forma como la que mostramos a continuación, algo escorada a los valores más próximos a 1, la mediana (que como se recordará divide la distribución en mitades iguales situada en 4), la media de 4,5 y la moda (el valor más frecuente, justo en 5). Hay que tener en cuenta que un 15% de los entrevistados rehúsan ubicarse en esta escala, aduciendo que son apolíticos. Sabemos, porque indagamos sobre otras variables, que esos apolíticos siguen la recomendación de “no meterse en política” y suelen caer del lado de la derecha, con lo cual la foto real, suele estar entre 4 y 6, bastante moderada, seguramente más moderada de lo que los discursos de las élites repicadas por los medios se empeñan en contarnos.
En lo que nos ocupa, efectivamente parece que a más a la derecha mayor convencimiento de que o no se produce cambio climático o este es producto de fuerzas naturales. Las diferencias, aunque no parecen muy grandes, son estadísticamente significativas.
Muchos de nosotros no llevamos un diario con datos climáticos y aunque, lo lleváramos, no tenemos la edad para poder determinar con esos datos, si a día de hoy realmente existe cambio climático, porque este supera la escala temporal de nuestra vida. Por eso configuraremos nuestra opinión sobre este asunto, a partir de la credibilidad que otorguemos a otras fuentes. El CIS no nos dice nada relevante sobre las fuentes que nos interesan, pero vamos a hacer algunas conjeturas, siempre basadas en datos. Una de esas conjeturas es que la fuente de información más probable sobre la existencia del cambio climático, es el “consenso científico”. Algunos, quienes niegan la causalidad de la acción del hombre sobre el cambio climático, suelen decir que esta creencia es una cuestión de fe, porque los científicos que afirman que el cambio climático está teniendo lugar –hecho que es empíricamente dirimible, al menos desde que hay series de datos- no pueden demostrar que las causas de este cambio sean los humanos.
Este argumento trata de volver a la ciencia contra sí misma, pues en puridad no es experimentalmente demostrable a la escala en la que se está produciendo, que el cambio climático sea producto de la acción humana, aunque sí son experimentalmente reproducibles a escala menor cuáles son los mecanismos que lo generan y por tanto resulta ser una conjetura altamente razonable. Teniendo en cuenta que estamos en Semana Santa podemos preguntarnos si la negación de los humanos como causa del cambio climático es más prevalente entre quienes se declaran religiosos, y entre estos entre los practicantes. Para poner en contexto estas preguntas hay que recordar que, en general, a mayor creencia religiosa menor autoridad se concede a la ciencia. Los creyentes, efectivamente, se apuntan algo más a la tesis negacionista de los humanos como causa del cambio climático; una vez más, aunque la relación no es muy grande, es estadísticamente significativa.
Y practicar la religión contribuye a dudar y apuntarse todavía más a la tesis negacionista de la responsabilidad humana, quizás porque los practicantes, mejor que otros humanos, pueden ver la mano divina, tal vez como prueba, tal vez como castigo.
Para terminar con esta primera entrega, vamos a indagar en la confianza de los españoles en que se pueda detener el cambio climático. Esta confianza es menos unánime que la certeza de su existencia: solo le parece que posible detenerlo al 19% de los españoles; pero 2 de cada 3 (64%) si creen que se puede reducir su impacto. Esta es un dato que deben recordar quienes se resisten a incorporar en sus agendas políticas estrategias y acciones para combatirlo: solamente coinciden con quienes o no tienen opinión o niegan el cambio climático (17%).
Si nos preguntamos cómo se relaciona la ideología con el optimismo de las respuestas, vemos que a más hacia la derecha más crece la idea de que nada se puede hacer y no se tiene respuesta. Una vez más aunque la relación es débil es significativa en términos estadísticos.
Y como puede esperarse que la “mano invisible” haga el trabajo, queremos ver si religión influye en la opinión sobre lo que puede o no hacerse. Los no creyentes asumen en mucha mayor proporción que los creyentes que el impacto se puede reducir. Algunos de los creyentes parecen no tener una idea clara (13%). Tal vez en las predicas virtuales de esta Semana Santa, pastores de buena fe, pueden ayudarles a enriquecer sus experiencias.