Se cumple un año de la declaración de la pandemia de covid-19. Un año que nos ha cambiado a todos la vida. Han sido 365 días en los que el agua ha sido protagonista como el mejor escudo ante el coronavirus
Echamos la vista atrás y, sí, ya ha pasado un año desde que nuestras vidas cambiaron como no podíamos imaginar. Un año desde aquel 11 de marzo cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia ante los niveles alarmante de propagación y gravedad de una nueva enfermedad, el covid-19.
Una pandemia que nos ha hecho darnos cuenta de nuestra fragilidad ante una naturaleza y un planeta que se defienden del maltrato al que los sometemos. De que la colaboración y las alianzas, avanzar todos juntos, es el único camino para superar esta crisis. Y también nos hemos dado cuenta de cuánto necesitamos un recurso que en los países desarrollados consumimos sin apreciarlo y en los países más vulnerables carecen de él: el agua.
El agua ha sido el mejor escudo que ha tenido la humanidad frente al covid y las manos limpias la mejor receta para la salud en este año interminable. Pero también la pandemia ha puesto de manifiesto las grandes desigualdades que existen en el planeta respecto al acceso de este recurso imprescindible y ha puesto al descubierto la urgente necesidad de una acción mundial en materia de seguridad hídrica.
Pero además el ciclo urbano del agua ha sido y es una eficaz herramienta para la detección de brotes a través del análisis de las aguas residuales y poder anticipar así decisiones sanitarias que están salvando muchas vidas. Y el sector del agua quiere ser la respuesta para conseguir una recuperación sostenible.
El agua ha sido clave en la pandemia y lo será en la recuperación. Sin duda, ya era importante antes, pero este año nos hemos dado cuenta de cuánto la necesitamos.
Y un año después del inicio de la pandemia, el gasto para la recuperación de los Gobiernos mundiales no está cumpliendo con los compromisos de reconstruir de manera más sostenible: solo el 2,5 % del gasto global es “verde” según un nuevo informe de Naciones Unidas.
En concreto, el documento revela que únicamente 368.000 millones del total de 14,6 billones de dólares gastados por estos países en medidas de recuperación a corto y largo plazo tienen “características ecológicas positivas”, como reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger el capital natural.
Es más, tras analizar 3.500 políticas públicas de más de 50 países, los investigadores han podido concluir que el gasto verde se concentra en países y poblaciones más ricos, lo que amenaza con reforzar las peligrosas desigualdades prepandémicas. En concreto, los estados con “economías avanzadas” gastaron una cantidad 17 veces mayor por habitante que las naciones con mercados emergentes.


Esta semana hemos conmemorado también una fecha señalada. Diez años del tsunami en aguas del Pacífico que provocó decenas de miles de muertes y una catástrofe en la central nuclear de Fukushima. Unos hechos que aún tienen consecuencias, en especial ante la decisión de Japón de verter al mar más de un millón de litros de agua contaminada utilizada para enfriar el reactor.
En esta década la energía nuclear, que ya no compite sola ante los combustibles fósiles entre las tecnologías libres de carboono, ha perdido numerosos defensores. Pero todavía hay muchos expertos que ven esta energía, que no produce emisiones de CO2, como el complemento perfecto a las renovables y como fuente indispensable de energía si queremos ser carbono neutrales en 2050.
Y esta semana se ha hecho público un estudio que señala que la subida de los océanos junto con el hundimiento del terreno urbano a causa de la explotación de los acuíferos, ha multiplicado por cuatro del aumento relativo del nivel mar en las ciudades costeras, sobrepasando todas las estimaciones que había hecho la ciencia.
La sobreexplotación de los acuíferos o la extracción de gas del subsuelo está provocando que muchas de las ciudades costeras se hundan poco a poco, sobre todo aquellas que se localizan en los deltas. El tiempo sigue corriendo y el cambio climático no espera a nadie.


Cerramos la semana con la conclusión de un estudio internacional que nos advierte de que proteger la naturaleza no solo es una cuestión ética, sino que entra de lleno en el terreno de la lógica económica. Y es que los beneficios de conservar o restaurar los espacios naturales ya “superan con creces” el potencial de beneficio que supone el explotarlos para un uso humano intensivo. Se trata del mayor estudio de la historia sobre el valor económico de la biodiversidad y los ecosistemas, en el que se compara el valor de la protección de la naturaleza en determinados lugares con el de su explotación.
Los expertos mundiales piden colocar la biodiversidad en el centro de la economía mundial. Si no la protegemos, nuestras economías, nuestras sociedades, todo lo que conocemos desaparecerá. La naturaleza nos está hablando. Escuchémosla.
¡Buen finde a todos!