Última semana con españoles enla casilla de salida pendientes de la desescalada iniciando nuevas fases que les permitirán redescubrir la biodiversidad que les rodeda, una naturaleza más verde lanzada hacia la descarbonización aunque, eso sí, con mascarilla
Otra semana finaliza y la anunciada «nueva normalidad» que llegará tras el coronavirus parece más cerca. Más del 70% de la población española ha comenzando ya la desescalada a lo largo de la semana pasada y este lunes, las regiones que faltaban (Madrid, Barcelona y ciertas zonas de Castilla y León) estrenan por fin la ansiada fase 1. Pero, con la actualidad nacional e internacional copada por la pandemia, pocos hemos reparado en una de las criaturas más laboriosas del planeta, y no es virus, no, sino un insecto sin el que dejarían de existir más de la mitad de los frutos que compramos hoy.
Y lo que es aún más grave, desaparecería gran parte del forraje que alimenta al ganado que comemos. “En el mundo existen 250.000 especies de plantas, de las cuales entre el 80% y el 90 % dependen en algún grado de la polinización, al igual que el 70 % de los frutos que consumen los humanos y todos existen porque ellas están aquí: las abejas.


Y al tiempo que celebramos su Día Mundial en España empezamos la semana tratando de convencernos de que la nueva realidad es la misma de siempre.
Y lo cierto es que eso sólo pasa en la vida política, que centrada en sus trifulcas ideológicas y electoralistas, con la que está por caer, es ajena al miedo y a lo realmente importante que es la conservación de la biodiversidad de la que también forma parte el ser humano y que es tan vulnerable como cualquier otra especie.
Y esa tiene que ser una de las lecciones que deje esta pandemia.
Con cinco millones de personas contagiadas en todo el mundo y 330.000 fallecidos, casi 28.000 españoles, el coronavirus trata de ponernos límites.


De momento ha logrado lastrar la economía mundial y cuestionar la globalización abriendo un abismo a nuevas formas de desarrollo que, al menos en la Unión Europea, han de ser sostenibles y de ahí que esta semana haya presentado dos de las estrategias que marcarán el futuro europeo.
Como casi siempre nunca llueve a gusto de todos. Aunque se compartan los objetivos, las herramientas no siempre convencen.
Reducir la huella ambiental de su industria agrícola y de producción de alimentos, avanzando con su ambiciosa agenda del Acuerdo Verde, para hacer que el bloque sea neutral para el clima a mediados de siglo, es el objetivo de estas dos estrategias, Biodiversidad en el horizonte 2030 y Del campo a la mesa, que trazarán las formas para que los 27 estados miembro reduzcan el uso de pesticidas y antibióticos, impulsen la agricultura orgánica, promuevan proteínas de origen vegetal y hagan que todos y que cada uno de los eslabones de la cadena sean más sostenibles.
Algo que para los productores agroalimentarios es fruto de las presiones ambientalistas que pretenden hacer de la limpieza ambiental uno de los pilares económicos de la neorrealidad post covid y que ignora el papel estratégico que la producción de alimentos tendrá tras la pandemia en el mercado único.
En España el sector privado y la sociedad civil siguen empujando para asegurar que la necesaria reconstrucción económica tras el coronavirus sea al mismo tiempo una forma de lucha contra el cambio climático. Hasta 242 personalidades del mundo de las empresas, sindicatos, entidades sociales, universidades, ONG, gobiernos o partidos políticos han firmado este miércoles un escrito al Congreso en el que hacen suyos los criterios de la Alianza para una recuperación verde europea.
Su petición es clara: que las políticas de estímulo derivadas del COVID-19, además de ser efectivas desde el punto de vista económico y social, estén alineadas con las políticas de sostenibilidad y con el Pacto Verde Europeo.
La ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, a su llegada a su comparecencia ante la Comisión de Transición Ecológica en el Senado en Madrid, este lunes. | EFE/ Chema Moya
Con el diálogo social roto y la sombra de la desconfianza en toda la cadena ded toma de decisiones, los agentes aseguran que “la crisis del coronavirus es la más importante a la que se está enfrentando la sociedad desde la Segunda Guerra Mundial», está dirigido a la Comisión de Reconstrucción Social y Económica, que ya ha empezado a funcionar en el Congreso con el objetivo de consensuar un plan de salida a la crisis desencadenada por la pandemia. con una “economía sostenible, robusta, con alianzas transversales entre partidos políticos, empresas, sindicatos, medios de comunicación, ONG y sociedad civil“.


Y en esta línea, el Gobierno ha dado luz verde para que el anteproyecto de Ley de cambio climático inicie su tramitación parlamentaria.
Una norma transversal a todos los sectores sociales y económicos que pretende ayudar a cada uno de ellos para adaptarse a la nueva realidad climática que exige avanzar en la neutralidad en carbono y en la adopción de conocimiento, tecnología y voluntad para que la energía sea renovable, la movilidad responsable, las ciudades inteligentes, resilientes y más sostenibles y la gestión de los recursos hídricos más razonable. Lástima que el proyecto sea un compendio de buenos deseos irrealizables si no van acompañados de una dotación presupuestaria suficiente que los convierta en realidad: otra vez la nueva realidad.
Y si empezamos la semana desescalando a dos velocidades y festejando la existencia de esa pequeña polinizadora, la abeja, esencial para la existencia de todos los seres vivos del planeta la terminamos poniendo los arneses, en forma de mascarilla para los últimos en avanzar a la fase 1 y celebrando la biodiversidad.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, la destrucción de la biodiversidad alcanzó un ritmo sin precedentes, logrando que más de un millón de especies y los ecosistemas que habitaban se desplazasen al borde la extinción.
Con este ritmo, los científicos temen que lleguemos a un punto de inflexión en el 2030, es decir, un momento en el que el daño provocado no tenga vuelta atrás. Por ello, a este decenio se le conoce como el de la biodiversidad.
En el Día de la Diversidad Biológica, que se celebra el 22 de mayo, la sociedad en su conjunto lanza un alegato para aportar por un cambio de paradigma en el modelo de producción que ha desencadenado una crisis. Aún tenemos margen para actuar. Nuestras soluciones se encuentran en la naturaleza, pero, para utilizarlas, debemos conservarla a cualquier precio.
Lo que no debería pasar a formar parte de la biodiversidad son los nuevos residuos que ya está dejando la pandemia del COVID-19. Guantes y mascarillas son herramientas que tenemos que incorporar en nuestro día a día para protegernos del coronavirus pero al ritmo de desechos que estamos generando serán las calles, las playas el campo, la montaña, la fauna terrestre y marina los que necesiten una pantalla que les proteja de ese nuevo elemento que nunca debería permanecer en el paisaje de la pandemia.


Tras más de 60 días de confinamiento, donde el aire que respiramos es más limpio y los animales recorren las ciudades sin miedo, las asociaciones ecologistas advierten de la huella ambiental que pueden dejar los residuos propios de esta pandemia por coronavirus: los guantes y las mascarillas tirados por el suelo. Además de ser un comportamiento incívico, también puede suponer un riesgo de contagio. En tan solo dos meses de confinamiento planetario ya se han visto cientos de miles de mascarillas en el suelo que, lo más seguro, acabarán en los océanos de todo el planeta.
Lo dicho, tapabocas en el Congreso, y mascarillas en la cara, en el bolso o en la basura….
