Cada día al conocer las cifras de la cruenta guerra que libramos contenemos la respiración esperando ver los números bajar. La curva se contiene pero no se aplana. Y en medio de la tragedia sonreímos cuando vemos las muestras de solidaridad de empresas y ciudadanos, de tesón de los sanitarios y de alegría de los que vencen a la enfermedad
El mes de marzo ha pasado como si fuera una pesadilla. Pero aún no hemos despertado. El mal sueño continúa en abril y ya nos hacemos a la idea de que la batalla va a continuar, como mínimo, unas semanas más. Para algunos, y que así continúe, la situación se queda en el confinamiento. Pero muchos otros están viviendo la enfermedad muy de cerca, combatiéndola en primera línea, sufriéndola ellos mismos o sus seres queridos, perdiendo a alguien para siempre sin ni siquiera poder decir adiós.
Las cifras escalofriantes ensombrecen las esperanzas de cualquier atisbo de primavera, aunque aún hay quien ha empezado a ver brotes verdes en la estabilización de una curva que aún no se ha podido aplanar.
El coronavirus ha llegado ya a 180 países donde ha contagiado ya a más de un millón de personas y causado la muerte a 60.000. Eso contando con que las cifras que dan unos y otros sean ciertas. A estas alturas cuesta creer que en China, con una población de 1.395 millones de habitantes, solo haya habido 82.800 contagiados y 3.300 fallecimientos; mientras que España, con sus apenas 46,6 millones de habitantes, sumamos ya el 25% de las muertes totales por coranovirus en el mundo con casi 11.000 españoles que han perdido la vida y 117.700 contagios en todo el país.


Pero a pesar del encierro en esta semana eterna que ha echado el cierre a todas las actividades no prioritarias, no hay que dejar que se esfume el ánimo y hay que rebuscar lo positivo de esta pandemia y es que el viernes fue el primer día que pese a los 940 muertos más se apreció un ligero descenso en el número de bajas.
Hay que aprender a ver los brillos de esos primeros aviones que, después de tres semanas de camino, aterrizaban por fin cargados de material de protección para las tropas.
Como en las historias de piratas esta llegada es toda una hazaña después de haber sorteado tanto corsario que sale al mercado global a “pillar” material sanitario al precio que sea, incluso “levantando las cargas a pie de pista”. Francia levanta un cargamento para Italia y España, Estados Unidos se lo arrebata a Francia… auténticas batallas campales en territorio chino donde se frotan las manos erigidos en la isla del tesoro donde la recompensa a su mano de obra barata es contar hoy con toda la munición del mundo para que los sanitarios puedan combatir a ese virus que tambien llegó de allí.


Un virus, el COVID-19 que ya ha contagiado, también, al sistema inmune de la Unión Europea, que ya tenía patologías previas, que cojeaba tras la amputación de Reino Unido de su club y que padece, además, de la insolidaridad y falta de empatía de algunos socios. Complicaciones que ya vaticinan como secuela una clara desafección de las ventajas de pertenecer a un club que nos desprecia en los peores momentos.
Aún hay tiempo de reconducir a esa Europa que nunca más que ahora, evidencia las diferencias entre el norte y el sur. Una ayuda que llega en forma de fondos para el desempleo y de flexibilidad en el déficit. Poco auxilio, en cualquier caso para lo que vamos a necesitar.
Ese nubarrón que vino con el mes de abril también descargó el día más negro de la historia del paro en España. Los datos de marzo arrojaron 300.000 desempleados más sin contar los trabajadores que solo han perdido el trabajo de forma temporal, más de un millón que han podido acogerse a un Expediente Temporal de Empleo.
En entre esas cifras el paro agrícola sube un 4% mientras el campo teme perder las cosechas por las dificultades de traer mano de obra extrajera para clarear la fruta de hueso y recoger fresas, berrys, fruta de hueso y la de verano. ¿Es que con 3,5 millones de parados en este país no hay manos para trabajar en el campo?
Es difícil no pensar, con tantas horas de información, desinformación y de sentimientos encontrados, que se podría haber hecho mejor. Pero para eso ya están los políticos que lejos de sumar y hacer su trabajo -que no es otro que, tanto en el Gobierno como desde la oposición, velar por lo mejor para el país- libran otra batalla que a pocos importa para ver quién lo ha hecho peor y buscar la culpa antes que la solución. Y esto no quita para que efectivamente cuando la batalla de verdad, la que se libra en los hospitales y las residencias de ancianos y en cada hogar, la ganemos, entonces sí habrá que buscar responsabilidades para aprender y que esto no se repita.
Pero esta guerra se va a ganar, y vamos a hacerlo con batallas de solidaridad, batallas armadas del talento que desde particulares instituciones y empresas han puesto a disposición de la lucha.
Respiradores made in Spain de última generación que salvarán vidas gracias a la aportación de ingeniería, electrónica y toda una cadena de producción que nos ha recordado que la resiliencia, esa capacidad de recuperación y adaptación a nuevos escenarios es la clave de la supervivencia.
Solidaridad en forma de donaciones de todo el empresariado nacional que, pese al recordatorio y el temor de que alguien ose a nacionalizarles por el bien general, han primado su capacidad de aportar logística, material sanitario, fondos, alimentos, manos…


Solidaridad en forma de paciencia, la de esos padres que teletrabajan al tiempo que entretienen a sus niños; en forma de auxilio a los mayores, en forma de gastronomía con tantos y tantos cocineros dando de comer a los más vulnerables, en forma de servicio a los ciudadanos y de vida.
Solidaridad en forma de arte que alimenta la moral de victoria, una moral que los españoles, a menudo acomplejados, no perdemos. Y es que cada día presenciamos detalles para seguir sonriendo, esos mayores que pelean y ganan, esos sanitarios exhaustos que se jalean cada día y que celebran cada pequeña victoria, esos balcones llenos de humor que amenizan la retaguardia, ese ratón Pérez que ha mantenido la actividad esencial de conservar la ilusión de los pequeños, ese resistiré que oímos hasta la extenuación y que nos acerca a la salida de esta crisis. Y cuando salgamos victoriosos, los que seguimos en casa tendremos que remangarnos para volver a levantar un país noqueado por la tragedia.