El verano llega a su fin para dar paso a un otoño «caliente», un nuevo curso con retos sanitarios, socio económicos y ambientales que determinarán un futuro que a corto plazo sigue marcado por la pandemia de la COVID-19
El frescor de estos últimos días nos recuerda que el verano llega a su fín. Ese verano que iba a ser el de nuestras vidas, dispuestos a comernos la calle después de meses de confinamiento.
Pero el calor extremo, los rebrotes de la covid-19 que no han dado tregua y la incertidumbre económica han dejado estampas inéditas en un verano realmente atípico.
Lo cierto es que este verano lo recordaremos siempre como un tiempo extraño en el que disfrutamos a medias de las bondades del estío.
Con la mascarilla como prenda universal, esa que a veces acaba donde no debe y donde tardará en degradarse 400 años, colas para entrar en playas cuadriculadas, pueblos sin fiestas, ríos sin baño, fumadores fuera de la calle, terrazas vacías y turistas internacionales ausentes, porque sus visitas han caído casi un 80%, en un país que tiene en el turismo su principal fuente de empleo y de ingresos.


Ahora toca enfrentarse a un nuevo curso, a un nuevo otoño que se prevé caliente, y no tanto por las temperaturas, que también, sino por los retos que tanto a nivel general como individual tendremos que afrontar. Empezando por la vuelta a la oficina y al cole, COVID mediante.
Pero nos aguarda el desarrollo de la transición ecológica en nuestro país, los avances en energías renovables para lograr incrementarlas en el mix energético nacional donde la fotovoltaica solar crece a pasos de gigante.
Al desarrollo del Pacto Verde Europeo y el diseño de una nueva política común que nos permitan crecer en sostenibilidad, regar y producir alimentos con menos agua, optimizando los recursos y aliviando al planeta de los estragos de esa plaga en la que nos hemos convertido los humanos.
Humanos que peleamos contra las consecuencias de nuestras acciones, como esos bomberos que en California se han enfrentado al peor incendio de su historia con más de 500.000 hectáreas calcinadas.


Tampoco España se ha librado del fuego, las altas temperaturas y esa sequía que deja nuestros embalses a poco más de la mitad de su capacidad de almacenar agua han tenido en jaque a las brigadas forestales.
Canarias, otro año más ha sido pasto de las llamas en medio de una larga ola de calor intenso, con fuertes vientos del este y sin apenas humedad. En esta ocasión ha sido la Isla de La Palma la que se ha llevado la peor parte.
Pero la naturaleza aprieta pero no ahoga, y 380 días después del peor incendio de las Islas Afortunadas nos regala un halo de esperanza en forma de brotes verdes en Tamadaba, ese pulmón verde Gran Canario que tras ver arder el 32% de su superficie renace en aquellas especies autóctonas, como el incombustible pino Canario. Y nos recuerda que cuando dejamos las cosas en su sitio todo va mejor.


Así que apliquémonos el cuento para empezar el curso con buen pié, ya saben la mascarilla cubriendo nariz y boca y después al contenedor, no dejemos que acabe formando parte de un paisaje otoñal donde las hojas deben tener cabida.