La celebración del Día Mundial de la Salud esta semana nos ha vuelto a recordar el importante binomio que conforman el agua y la salud, imprescindible para combatir el coronavirus. Sin embargo, en la esperada ley climática que acaba de aprobar el Congreso, el líquido elemento brilla por su ausencia
Esta semana no ha sido una cualquiera para la política ambiental y climática en España. Antes de que acabe el mes de abril, el país contará con su primera Ley de Cambio Climático y Transición Energética, tras la aprobación del texto este mismo jueves en el Congreso, que ahora llegará al Senado. Una norma muy necesaria que además ha contado con un gran consenso político que se hace raro en estos tiempos de polarización; solo Vox, que niega el origen antropogénico del calentamiento global, ha votado en contra.
Aunque esta ley climática será importantísima en los próximos años, ya que tiene como objeto facilitar que la economía española sea neutra en emisiones antes de mitad de siglo, parece también que estamos ante una norma «seca» puesto que el agua apenas aparece en su articulado. En total, la palabra solo aparece recogida 24 veces en todo el texto, dedicándole únicamente dos artículos y una disposición, a pesar de que el consenso científico la defiende como elemento transversal imprescindible para afrontar la crisis climática.
Una casi omisión especialmente flagrante si se tiene en cuenta que ley será muy importante en el contexto de reactivación de la economía frente al COVID-19. Sin agua, será más complicado promover la implantación de un verdadero modelo de desarrollo sostenible que genere empleo decente, articule instrumentos para atender a los colectivos vulnerables, favorezca ciudades y pueblos más habitables y saludables, fomente el desarrollo rural y proteja la biodiversidad.
Y es que el valor del agua va muchísimo más allá de la simple sed. Esta misma semana también hemos celebrado el Día Mundial de la Salud, en la que se ha homenajeado a los sanitarios que luchan contra el coronavirus, que merecen mejores condiciones de trabajo. Y una de las necesidades más básicas que necesita este personal para hacer frente a la pandemia es el agua, el mejor escudo que han tenido los sanitarios y la población general frente a una pandemia en la que las manos limpias han sido siempre una de las mejores recetas para la salud.
Sin embargo, en un mundo en el que 3.000 millones de personas (el 40% de la población) no dispone de instalaciones seguras para poder lavarse las manos con agua y jabón, se ha puesto en evidencia las desigualdades en el acceso a este preciado recurso. Sobre todo, porque el agua no solo sirve de escudo sino de herramienta epidemiológica, como han demostrado las depuradores, determinantes en la contención de la pandemia al tener un mecanismo barato y asequible de alerta temprana que anticipa los rebrotes hasta en 10 días.
En cualquier caso, la urgencia e importancia de la pandemia no nos puede hacer perder de vista el largo plazo y la enorme amenaza que supone el cambio climático provocado por las emisiones de efecto invernadero. Las alertas están ahí y son cada vez más numerosas: por primera vez desde que hay registros, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ya ha superado la barrera de 420 partes por millón, lo que supone que ya es un 50% más alto que en la era preindustrial.
Lo peor es que, aunque se necesitaron más de 200 años para que los niveles aumentaran en un 25%, ahora poco más de 30 años después, ya hemos sobrepasado la mitad, lo que representa la mitad del camino hacia la duplicación de los niveles de CO2 preindustriales. Un aumento preocupante de la contaminación que es sobre todo producto de la producción, el transporte y la industria de electricidad.
En ese futuro sombrío que dibuja el cambio climático, una de las principales preocupaciones es la escasez de agua, especialmente en zonas vulnerables de África y América Latina. La progresiva falta de agua puede ahogar la población y la biodiversidad de muchos país y fomentar las migraciones climáticas, dos problemas que palidecen en comparación con la posibilidad de que aparezcan conflictos e incluso guerras entre países por el control del preciado líquido.
Eso es lo que precisamente lo que parece estar comenzando en en el noreste africano, junto al río Nilo. El conflicto diplomático que enfrenta a Egipto y Sudán con Etiopía a causa de la presa en el Nilo Azul que este último país ha construido es cada vez más tenso. De hecho, Adís Abeba ha dado esta semana por rotas las negociaciones y va a proceder al segundo llenado del inmenso embalse, aunque los países vecinos piden volver a la mesa antes de que sea “demasiado tarde”, una velada amenaza de una posible intervención armada.


Cerramos este informe semanal con una invitación a la reflexión. En las sociedades modernas, prácticamente todo el mundo tiene ya un teléfono móvil, un aparato que se ha vuelto imprescindible para la vida diaria de muchos. Sin embargo, de acuerdo con una campaña europea de consumo responsable, un smartphone debería durar 232 años para compensar su impacto ambiental.
Aunque esta cifra este muy lejos de la vida útil de cualquier aparato, esto no quiere decir que no haya nada que podamos hacer como consumidores. Si prolongamos su vida tan sólo un año más, se reducirían en cuatro millones de toneladas las emisiones de gases de efecto invernadero. Algo importante que pensar la próxima vez que se quiera cambiar de móvil.
¡Buen finde a todos!
