Calor, mascarillas, incertidumbre y agua. Llega un agosto muy diferente a los de aquella antigua normalidad que tanto añoramos en la época post-covid. En la nueva parece que las mascarillas nos van a acompañar a sol y a sombra
El verano de 2020 pasará a la historia como uno de los más atípicos de nuestras vidas. Rodeados de incertidumbre, por la evolución de la pandemia que rebrota en todo el país con una segunda oleada.
Menos mortal de momento, pero igual de grave por las secuelas sanitarias y socioeconómicas que deja a su paso. Un desempleo superior al 15% y un desplome del PIB del 18% y, en eso sí se han puesto todos los territorios de acuerdo, embozados en mascarillas para salir de casa.
Protegernos del contagio del nuevo coronavirus no es tarea sostenible. Los expertos cuantifican en 129.000 los millones de mascarillas desechables y en 65.000 millones los guantes que usamos cada mes desde hace ya casi 6 meses. Unas herramientas sanitarias que empiezan a formar parte del paisaje y la naturaleza de todo el mundo como un residuo más.


Un residuo que tardará casi 400 años en degradarse y que amenaza con incorporarse a esa marca geológica de esta nueva era en forma de microplásticos.
En nuestra mano está que no acaben donde no deben y desde la Administración nos recuerdan que les toca en el contenedor gris. Lo hacen además con una campaña de concienciación bajo el lema “Recuerdos inolvidables. Las mascarillas son para ti, no para la naturaleza”.
Una naturaleza que este año ha tenido tres semanas de respiro a causa del coronavirus. En 2020 tardaremos tres semanas más en agotar todos los recursos que la Tierra es capaz de recuperar por sí misma. Y junto al dolor por la crisis sanitaria, un mensaje para el optimismo: hemos visto que es posible vivir en un mundo más limpio si cambiamos nuestro modelo de producción y consumo por otro más respetuoso con nuestro entorno. El planeta nos está dando una segunda oportunidad que no hay que desaprovechar.
De momento, el SASRS-COV-2 se ha colado también en los planes de adaptación al cambio climático donde la salud pasa a convertirse en un elemento transversal para la necesaria resiliencia y la mitigación del impacto del cambio del clima en personas y entornos. Porque si algo nos ha demostrado esta crisis es que la salud del planeta y la nuestra van de la mano.
De esas manos que no paramos de lavar con agua y jabón desde que llegó la pandemia. Un privilegio que damos por hecho, pero del que no toda la humanidad puede gozar. Esta semana hemos celebrado 10 años desde que el acceso al agua potable y al saneamiento se convirtieron en un Derecho Universal, esencial para alcanzar los demás derechos.
Sin embargo, todavía hoy tres de cada 10 personas en el mundo no tienen acceso a una fuente de agua potable o no dispone del tratamiento de las aguas residuales, que suponen focos de enfermedades y epidemias.
Para garantizar este derecho la ONU recomienda a nivel mundial que la tarifa del agua no supere el umbral del 3% de los ingresos del hogar. En España representa, de media, el 0,9%.
Dado el carácter vital y esencial del agua, y por la titularidad pública de la misma, desde hace años los operadores de los servicios de agua urbana encargados de su gestión ─entidades locales y empresas públicas, privadas o mixtas─ han contemplado mecanismos de acción social.
Estos mecanismos tienen por objetivo la equidad y solidaridad social y consisten, actualmente, en bonificaciones contempladas en la tarifa de agua y/o en Fondos de Solidaridad. El agua por derecho no deja a nadie atrás.
Agua vital para superar la primera ola de calor del verano que nos ha dejado temperaturas rayanas en los 45 grados, un fenómeno, el calor que no es exclusivo de España sino que arrasa desde Siberia con sus 38 grados centígrados al Africa Subsahariana y que en ciudades como Bagdad ha dejado récord absoluto de temperaturas cercanas a los 53 grados centígrados.
Estamos en verano y la falta de humedad en el aire, las corrientes de aire cálido y las altas temperaturas encienden todas las alertas por riesgo extremo de incendios.
El primer gran fuego del verano, que se ha declarado esta semana en Cualedro (Ourense), parece ya controlado, pero este y otros incendios como el que desde este jueves arrasa los alrededores de Férez (Albacete), sirven de aviso para que no bajemos la guardia con las llamas a pesar de que, hasta ahora, este año había una tendencia a la baja en el número de fuegos forestales.
Al menos, el incendio más virulento de lo que llevamos de año en Galicia, declarado este miércoles en el municipio ourensano de Cualedro en al menos dos puntos diferentes simultáneos, “evoluciona favorablemente”, mientras que el de Rodeiro (Pontevedra) está controlado, según ha informado la Consellería do Medio Rural. En ambos casos, las fuerzas de extinción locales y autonómicas han contado con un importante despliegue de medios aéreos y terrestres del Ministerio de Transición Ecológica.
Ha llegado agosto, un mes para el descanso, para la reflexión, para la planificación y para cargar pilas. Un agosto que salvo por el calor habitual en nada se parece a aquella otra normalidad que tanto añoramos.
Un agosto distante, con sonrisas esbozadas y muecas de incertidumbre que no vemos por las mascarillas. Esa gran herramienta de protección, personal y ajena que no debe faltar en la maleta de estas vacaciones y debe volver en su sitio, cubriendo la boca y la nariz. Porque tú y los tuyos la necesitan, no así la naturaleza donde no deberíamos encontrarlas formando parte del paisaje.
Recuerda: “Las mascarillas son para ti, no para la naturaleza”.
