El 2021 ha estado marcado por la intensa agenda climática internacional, fruto del escaso margen de maniobra para actuar contra el cambio climático, y más tras la pandemia, pero también por los fenómenos extremos que han puesto en evidencia el nuevo escenario climático
El 2020 será recordado por todos por el año de la pandemia. Un año en el que llegó a nuestras vidas un virus que, con implacable eficacia, conquistó cada ámbito de mundo del que ahora solo quedan recuerdos. Un año de pérdida y lamento, pero también de fortaleza y resiliencia materializadas en una de las últimas imágenes que nos dejó aquel año: Araceli, de 96, como la primera vacunada en España.
Los ecos de aquella escena los recoge ahora el 2021, el año de la recuperación, para dar forma a un mensaje de ilusión que nos recuerda que solo con colaboración y ambición podemos ver esperanza en cada una de las crisis que nos acechan. Crisis, como la misma pandemia, pero también desafíos más profundos que prometen alterar absolutamente todo, como el cambio climático.
Este problema mundial, en concreto, aprovechó el freno a la actividad humana para campar a sus anchas, pero al mismo tiempo para demostrar que su final se vería en el momento en el que todas y cada una de las personas se propusiesen firmemente cortar con la raíz del problema: los gases de efecto invernadero. La vigesimosexta Conferencia de las Partes (COP26) de noviembre, en este sentido, se presentó como “la última gran esperanza de la humanidad” para apostar por el futuro de un planeta que se encuentra en tiempo de descuento.
Y sí, la humanidad apostó por el planeta, aunque no de la manera que muchos esperaron. El Pacto del Glasgow que nació de la COP26 no contuvo grandes avances vinculantes a nivel de lucha contra el cambio climático, más allá de menciones novedosas, como aquella que apela por el fin de los combustibles fósiles. Según los expertos “la gobernanza global es compleja y era muy difícil que se pudiera llegar a más”, por eso insistieron “en seguir trabajando y ser más ambiciosos”.
El problema es el ritmo de los avances y el temor de no alcanzar nunca las metas, algo que precisamente dejó constancia este 2021 el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) con la publicación de las conclusiones del Primer Grupo de Trabajo del Sexto Informe de Evaluación (AR6).


Por primera vez, y con total confianza, se afirmó que el ser humano está detrás del cambio climático que está sufriendo nuestro planeta y que, de seguir con el actual ritmo de emisiones de gases de efecto invernadero que lo produce, lo más seguro es que la humanidad aumente la temperatura del globo a finales de siglo en unos 2,7 grados Celsius con respecto a los niveles preindustriales.
Para alcanzar la meta más estricta del Acuerdo de París, señalaron que la humanidad debería ceñirse a corto plazo en un escenario de muy bajas emisiones, y aun así cabría la posibilidad de que se lograse superar el umbral durante algunos años.
De las consecuencias de la crisis climática también hablaron sin pelos en la lengua, exponiendo el futuro de cambios irreversibles que le aguardan al planeta y que, de hecho, este 2021 se dejaron notar en muchos rincones del mundo. De nuevo, las regiones más frías se mostraron voluntarias para evidenciar la persistencia del cambio climático, siendo Lytton, al sur de la Columbia Británica, la provincia más occidental de Canadá, uno de los ejemplos más sonados.
Allí, los termómetros marcaron durante tres días seguidos temperatura de récord que alcanzaron su máximo apogeo el 29 de junio con 49,6°C, unos 2,3°C más que el récord de temperatura máxima en España, a 13 grados latitud más cerca del ecuador terrestre. Pero junto a Lytton, otros puntos del Ártico y Siberia también vivieron temperaturas más bien propias del mediterráneo y que, según un estudio de atribución, fueron 150 veces más probables gracias al cambio climático.
Si bien el calor fue la huella de la crisis climática durante este 2021 en muchos aspectos, también lo fue el frío, sobre todo a principios de año cuando una implacable ola polar congeló gran parte del mundo, incluida España. Aquí Filomena puso de relieve la necesidad de adaptarse y también de seguir investigando y apostando por la prevención y la meteorología, que días antes anunciaron la llegada de las copiosas nevadas.


Gracias a ella, por ejemplo, se supo que Filomena tuvo su origen en una desestabilización del vórtice polar, fruto del calentamiento de las masas de aire. Para muchos, aunque aún falta seguir investigando al respecto, no cabe duda de que, tal fenómeno, o por lo menos el que se vivió a principios de año, debió tener el sello de la crisis climática.
Los incendios son otra de esas sonadas consecuencias de la crisis climática, a pesar de que la autoría de estos no recaiga sobre ella principalmente. No obstante, es cierto que ayuda a que se fortalezcan y evolucionen a los llamados “incendios de sexta generación”. El de Sierra Bermeja fue el ejemplo español del 2021 ya que reflejó una crudeza que no se había visto antes, con permiso del incendio de Navalacruz, uno de los más extensos de la historia reciente de España y que calcinó Ávila este agosto.
El agua podría ser clave a la hora de mitigar estos eventos extremos, pero la crisis climática está acabando con ella y alterando su ciclo hasta unos límites que cuesta entender y, de hecho, está pasando de ser una aliada a convertirse, en cierto modo, en una enemiga. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) así lo manifestó en un informe en el que señaló que los fenómenos extremos relacionados con el agua, como las inundaciones, encabezan la lista de los desastres que más pérdidas humanas y económicas han causado en los últimos 50 años.
Por eso, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprovechó el Día Mundial del líquido elemento para reivindicar el valor de este compuesto imprescindible para la vida misma, del mismo modo que hizo lo propio en el Día Mundial del Saneamiento. El Día Mundial de los Océanos también hizo acopio de ideas similares, poniendo el foco en las grandes masas de agua, de cuya estabilidad debemos el retraso de la crisis climática.


No faltaron en las conclusiones del IPCC los gases de efecto invernadero, de los que dijeron que “habría que remontarse dos millones de años para poder observar unos niveles similares, por lo menos en el CO2, y 800.000 años para el metano”. En este sentido, la OMM lanzó al mundo un mensaje desolador, y es que, a pesar de que el freno de la pandemia había demostrado que con colaboración los gases podían reducirse, con la llegada de la actividad habían vuelto a aumentar hasta posicionarse de camino a batir nuevos récords, tanto en el 2020 como en el 2021.
De hecho, las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) señalan a que las emisiones aumentarán hasta un 16% en el 2030 debido a esa carencia de ambición que también manchó a la recién nacida Ley Española de Cambio Climático y Transición Energética, que prevé un descenso para el 2030 del 23% de los gases de efecto invernadero respecto a 1990, a pesar de que sectores de la sociedad clamaron para que esa cifra fuese del 55%, como el que pretende la Unión Europea dentro de la región.
En este caso, el Fit for 55 presentado en verano, se posiciona como el ambicioso y gigantesco proyecto de la UE mediante el que se revisarán casi una decena de normativas europeas relacionadas con las emisiones y el mercado de carbono, la automoción, la energía o la edificación, además de lanzar otras cinco nuevas, para estar en línea con el objetivo del 55%.
Sin embargo, las emisiones no lo son todo en este juego de grandes crisis. Junto con la contaminación, la biodiversidad es para la ONU la otra gran afectada por la actividad humana. Según la actualización de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) del 2021, más de 40.000 especies de las 142.577 que registran en total sufren algún tipo de amenaza, pero lo peor es que a nivel global cerca de un millón de especies se han desplazado al borde la extinción.


Los ecosistemas, que son sus hogares, se están viendo reducidos y fragmentados mientras la humanidad reclama para sus actividades el 173% de la biocapacidad de la tierra, o lo que es lo mismo, el actual ritmo de vida humano necesita casi dos planetas Tierra para vivir.
El Decenio de la ONU sobre la Restauración de los Ecosistemas, presentado en el Día Mundial del Medio Ambiente, es en parte una de las herramientas internacionales para acabar con esta tendencia. Sin embargo, se podría decir que la otra gran COP de este año, la COP15 del Convenio sobre la Diversidad Biológica, es la que abandera la lucha.
De esta primera parte de la Conferencia (habrá que esperar a abril para presenciar la segunda etapa) se adoptó la declaración de Kunming, un documento que compromete a sus signatarios a reforzar la protección de la biodiversidad, en concreto, a través de un futuro marco efectivo que trate de encaminar la biodiversidad hacia su recuperación para el 2030, así como hacia la plena realización de la Visión 2050 que pretende que se pueda vivir en armonía con la naturaleza.
La necesidad de alcanzar estos objetivos más allá de una simple agenda para la ONU, que en octubre de este 2021 aprobó una resolución que reconoce que vivir en un medio ambiente sin riesgos, limpio, saludable y sostenible, es un derecho humano sin el cual difícilmente se pueden disfrutar de otros derechos. Por lo tanto, hablar de crisis climática es hablar en cierto modo de crisis de derechos humanos.
En la firma, Reino Unido recordó que las resoluciones del Consejo de Derechos Humanos no son vinculantes, pero no fue excusa para que otras partes afirmasen que esta estrategia podría servir para impulsar políticas futuras o para mantener vivo el espíritu de vertientes como la One Health, tan puesta de manifiesto a raíz de la pandemia


España, en este sentido, lidera el ranking de mundial de los países con más Reservas de la Biosfera, que abarcan seis millones de hectáreas, además de ser el país que más aporta a la Red Natura 2000 de la UE, con el 36,2% de su superficie terrestre protegida, así como el 12,3% de la superficie marina.
Con estas cifras, el Anuario de la Red Europarc-España expone que nuestro país se encuentra en una buena posición para dar cumplimiento a algunos de los objetivos de la Estrategia Europea 2030 para la biodiversidad, y es que no cabe duda de que España es uno de los países más ricos si se habla de naturaleza. En él podemos encontrar de todo incluso un volcán que este año ha entrado en erupción en la isla de La Palma.
Para los habitantes de la isla, la Navidad ha traído el mejor de los regalos ya que, tras meses escupiendo lava y más de 1.200 hectáreas de destrucción, el Cumbre Vieja ha dado sus últimos coletazos por estas fechas. Ahora, las proyecciones establecen una recuperación lenta que tomará entre cinco y 10 años en ese nuevo terreno denominado “malpaís”.
Y entre el humo de sus cenizas este 2021 se despide para dar paso a un 2022 en el que todo puede pasar y del que se espera que, al igual que el 2021, recoja los testigos de la resiliencia y de la cooperación para darles forma y seguir construyendo el nuevo camino que la humanidad pretende caminar.