LA HISTORIA
Hoy el Consejo de Ministros aprueba la Ley del Cambio Climático. A partir de aquí se inicia su tramitación parlamentaria. Desde El Ágora hemos alabado la voluntad de la ministra Ribera, no solo de mantener su importante calendario legislativo, sino de convertir las leyes vinculadas al cambio climático y sus planes operativos anexos en uno de los motores de la reconstrucción de la economía, no volviendo a la casilla cero, sino dando un salto hacia delante, revirtiendo así la crisis en oportunidad. Estamos por lo tanto expectantes.
¡AL FIN UNA BUENA NOTICIA! ¿NO?
En principio. Los objetivos de La Ley e Cambio Climático son muy ambiciosos. El más llamativo, llegar a 2050 con un consumo de energía ciento por ciento renovable. Objetivos como ese significan importantísimos planes operativos para transformar sectores tan importantes como el de la energía o la automoción.
Las alternativas son crear valor y adelantarse al futuro, o destruir lo que tenemos y perder decenas de miles de puestos de trabajo. No hay dinero, y habrá por lo tanto que contar con las empresas y su capacidad de financiación y de investigación y desarrollo. No puede volver a ocurrir que por la estulticia (del ayuntamiento de Barcelona) y la desidia (de los demás) se cierre una planta como la de Nissan en Barcelona. Hemos de “transformar” los sectores. La ley y sus planes operativos han de ser creativos y proactivos, mucho más que coercitivos y punitivos.
¿PERO HAY RIESGO DE HACERLO MAL?
Seguro que la voluntad de la ministra es hacerlo bien, pero ¿podrá? ¿la dejarán?
Son leyes y planteamientos muy susceptibles de ser afectados por el discurso populista. De entrada, la ley ya nace con algunos compañeros de viaje indeseables, como la posibilidad de prohibir la circulación de coches y furgonetas contaminantes en territorio insular, o trasladar a una ley tan trascendente las peleas de gobierno central y autonomías.
Es en cualquier caso una ley esperada, que necesita para su puesta en escena efectiva una intensa colaboración con muchos sectores industriales y de servicios.
Puede ser la piedra de toque para saber qué sector del gobierno se impone en la reconstrucción, y para saber si aprovechamos la pendiente para ponernos al frente del pelotón o si por el contrario nos abonamos definitivamente al farolillo rojo, a la espera de que nos descolguemos de la carrera.