LA HISTORIA
Ahora que ya sabemos que lo que el gobierno entiende por pactos consiste en apoyar incondicionalmente cualquier cosa que proponga, sin negociación ni tan siquiera información previa, resulta que nadie está de acuerdo.
Ciudadanos y PP por razones obvias, tras el ninguneo primero, y el chantaje del “no hay plan B al estado de alarma”, después. Por otra parte, los presidentes de las autonomías, a las que el estado de alarma y el mando único han reducido competencias, han acumulado razones sobradas, -desde la evidente incompetencia de Illa en la gestión o la incalificable selección de proveedores sanitarios, a un plan de desescalada que pone los pelos de punta a todos los sectores económicos-, para reclamar la recuperación de sus responsabilidades para gestionar lo que queda de crisis sanitaria y económica.
No se puede confundir unidad con sometimiento, particularmente con la hoja de servicios que exhibe el gobierno en la gestión de la crisis hasta la fecha.
¿PERO HAY PLAN B O NO HAY PLAN B?
Claro que hay un plan B, que debería haber sido desde el primer momento el plan A, que es pactar de verdad con la oposición, y desde luego con las autonomías.
De eso esperaríamos por un lado, una más eficaz, eficiente y transparente gestión de la crisis sanitaria y económica, y por otro lado la integración de los actores reales de los diversos sectores económicos, empresarios y trabajadores, en el guión y puesta en escena de la vuelta a la actividad.
La concentración de poder que significa el estado de alarma exige pactar el uso que se va a hacer de él. El famoso “nosotros o el caos” no es aplicable cuando la realidad ha mostrado identidad entre las dos palabras.
Unidad significa pactar y ese es el único camino para prolongar el estado de alarma. Pactar con la oposición los contenidos y con las autonomías el alcance. Pero en serio, no jugando a que el mero hecho de enunciarlo ponga la carga de la prueba en el lado contrario.
Y debería entender que el beneficiario del caos no es él.
