El empeño de una fundación y la fuerza de la naturaleza permiten recuperar el humedal de Almenara de Tormes (Salamanca), un esfuerzo que tal y como retratan las grabaciones del naturalista Carlos de Hita empieza a dar sus frutos con la multiplicación de la fauna local
Y ya crecieron las sombras de fresnos y alisos, ya ensancharon la hermandad de álamos y sauces (Raúl de Tapia, Herbario sonoro)
En ocasiones, las palabras dicen mucho más de lo que significan. Por ejemplo, denominar extracción de áridos a lo que antes fueron las orillas de un río describe una actividad, ciertamente, pero también apunta hacia un feo porvenir.
También, en ocasiones, hay personas que se resisten al fatalismo que encierran algunas palabras. Y trabajan para que las aguas vuelvan a su cauce. Es el caso de los integrantes de la Fundación Tormes, de Salamanca, que soñaron con cambiar “aridez” por “humedal.”
Estos paisajes inundados de Almenara de Tormes, sotos que proyectan su sombra sobre una laguna fluvial, empezaron a sonar en la mente de algunos mucho antes de que las aguas se remansaran de nuevo, cuando la aridez se expandía por las riberas. Y lo que oían en su interior debía ser parecido a lo que percibimos hoy en este breve asomo a los humedales, fruto de la triple acción del río, que proporciona el agua, de la Fundación Tormes, que pone el empeño, y de la naturaleza, que pone el tiempo. No mucho, apenas veinte años.


Vencido el significado de la palabra aridez, el resultado es tan sorprendente que hasta una bandada de gansos silvestres, nómadas impenitentes, ha elegido estas aguas para establecerse; el soto en el que cantan las oropéndolas, arrullan las palomas torcaces y relinchan los pitos reales, es el tupido soporte de un dormidero de milanos negros, que, entre las ramas, también se dedican a la nidificación. En las orillas– y tanto el río como la Fundación Tormes y la naturaleza han puesto empeño en ello- crecen marañas inexploradas por nosotros, pero no por zarceros, currucas capirotadas y, cómo no, los ubicuos ruiseñores, que han respondido con sus voces a la llamada del río de aguas quietas.
Incluso el zumbido de las nubes de mosquitos, expresión sonora de la abundancia, armoniza con el conjunto.
