El meteorólogo y divulgador José Miguel Viñas visita La Albufera de Valencia y constata el lento y cuidadoso trabajo de restauración llevado a cabo desde su colapso en los años 70 del siglo pasado, señalando también la alta vulnerabilidad ante el cambio climático de un territorio disminuido en su capacidad de resiliencia
Los humedales son ecosistemas particularmente vulnerables al cambio climático y tenemos en la Albufera de Valencia un buen ejemplo de ello. El deterioro medioambiental que arrastra desde hace décadas, si bien se ha logrado estabilizar, gracias a la adopción de algunas medidas adecuadas (aunque insuficientes), se debe intentar revertir mediante la ejecución de un plan de choque, avalado por la ciencia, que garantice su mejora y preservación. Son muchos los motivos de distinta índole que justifican llevar a cabo un conjunto de acciones en ese sentido (mayor biodiversidad, actividad agrícola y pesquera sostenibles…), entre las que destaca el papel que los humedades desempeñan en la mitigación del cambio climático como sumideros de carbono.
Los días 5 y 6 de mayo del presente año participé en las I Jornadas de Meteorología y Medio Natural, que organizadas por La 8 Mediterráneo y contando con el apoyo de Visit Valencia (Turismo de la ciudad de Valencia) nos permitieron conocer de primera mano a un grupo de comunicadores del tiempo, meteorólogos, periodistas y divulgadores de la naturaleza, el estado actual del Parque Natural de La Albufera, situado a escasos 10 kilómetros al sur de la capital valenciana.
El viernes 6 de mayo por la mañana llegamos el grupo al puerto (embarcadero) de Silla, donde nos esperaban como anfitriones varios destacados miembros de la Asssociació Vela Llatina de Silla. Allí, sobre el terreno, iniciamos una travesía en tres barcas –dos de ellas de vela latina– por el canal que comunica ese pequeño puerto interior con la laguna, que tuvimos ocasión de atravesar, hasta alcanzar el pequeño muelle situado junto a la gola del Puchol; uno de los canales que conecta la Albufera con mar abierto y que permite la entrada o salida de agua, junto al apoyo de estaciones de bombeo, para regular el anegamiento o la desecación del agua de los arrozales.


«Aunque la Albufera de Valencia tiene la declaración de Parque Natural, su origen tal y como la conocemos es antrópico»
Josep Chaqués, maestro jubilado y patrón de la barca de vela latina con quien tuve la oportunidad de navegar en aguas de la Albufera, nos contó muchas cosas interesantes a los miembros de la tripulación (me acompañaban Gemma Puig, meteoróloga en TV3 y Charo Barroso, periodista de ABC que escribe sus crónicas en el suplemento ABC Natural).
Un primer detalle que nos precisó es que aunque la Albufera de Valencia tiene la declaración de Parque Natural (tanto la laguna con una extensa zona en torno a ella), su origen tal y como la conocemos es antrópico. Desde la época medieval en que los árabes introdujeron el cultivo del arroz y comenzó a ganarse terreno a la laguna formada a partir del golfo original, su morfología lleva implícita la mano del hombre.
En esa agradable travesía, impulsados por una suave brisa que comenzó a soplar a partir del mediodía, rizando la superficie del agua de la laguna, pude comprobar in situ el resultado de la eutrofización de la Albufera, al observar sus verdosas aguas, carentes del jardín de flora acuática que en tiempos mantenía allí una biodiversidad mucho mayor que la actual. La actividad industrial iniciada en los años 70 fue el principal impacto negativo que actuó sobre el área lagunar, pero no el único, ya que los impactos del calentamiento global también empezaron a intervenir, poniendo en evidencia la vulnerabilidad de la Albufera, debido al frágil equilibrio en que se mantiene ese valioso ecosistema en la actualidad. Su estado, afortunadamente, no es tan crítico como el del Mar Menor, pero su vulnerabilidad es alta.


«La actividad industrial iniciada en los años 70 fue el principal impacto negativo que actuó sobre el área lagunar, pero no el único»
El cambio climático, cuya principal manifestación es la imparable subida de la temperatura, se está manifestando en la región mediterránea –donde se localiza la Albufera–, principalmente de dos formas. Por un lado, con una mayor irregularidad pluviométrica, aparte del aumento de la intensidad con la que llueve en una región donde es bastante común que se produzcan episodios de precipitaciones torrenciales.
La misma semana en que se celebraron las I Jornadas de Meteorología y Medio Natural tuvimos un ejemplo de esto allí mismo, ya que tuvo lugar un episodio de precipitaciones extraordinario a principios de mayo (impropio para la época del año), en el que en algunos barrios de la ciudad de Valencia se acumularon cantidades de lluvia superiores a los 200 mm en 24 horas.
La Albufera tuvo una recarga de agua proveniente del cielo muy atípica en primavera, lo que provocó la inundación de los arrozales fuera de fecha, retrasando las labores de roturación y posterior siembra del arroz hasta que bajen las aguas, para lo cual los agricultores de la zona utilizan una serie de bombas. Dicha circunstancia trastocó este año esa labor agrícola, lo que incide a su vez en la avifauna local.


«Lo más inteligente y urgente es trabajar para mejorar la calidad de las aguas de la Albufera de Valencia»
Este episodio ocurrió apenas 48 horas antes de la visita a la Albufera y encaja a la perfección en el marco climático actual. Estos eventos, aparte de ir volviéndose más extremos, se intercalan con períodos cada vez más largos de rachas secas o períodos en los que apenas llueve, lo que marca una tendencia clara a tener un menor aporte de agua de los ríos Júcar y Turia a la Albufera (sobre todo el primero), aparte de reducirse los caudales de los ullals, que es el nombre que reciben los pequeños manantiales de agua dulce que abastecen las acequias que rodean los arrozales, y que permiten gestionar adecuadamente tanto el cultivo del arroz como la calidad de las aguas y que la Albufera de Valencia goce de un buen estado de salud.
El segundo de los impactos es el de los temporales marítimos, que en el Mediterráneo Occidental están siendo cada vez más extremos. Tenemos como ejemplo más reciente el ligado a la borrasca Gloria, de enero de 2020, cuyas consecuencias todavía son visibles en algunas zonas costeras de la fachada mediterránea peninsular y Baleares. El cordón dunar que separa la Albufera de mar abierto es vulnerable a una incidencia cada vez mayor de temporales de este calibre, aparte de la salinización que puede ir generando la subida del nivel del mar, tanto ligada a estos grandes temporales como a la que plantean las proyecciones climáticas.
Ante la previsible evolución que siga teniendo el calentamiento global, lo más inteligente y urgente es trabajar para mejorar la calidad de las aguas de la Albufera, lo que redundará en su mayor resiliencia ante las adversidades meteorológicas, que siempre las ha habido, pero que, previsiblemente, irán a más.
José Miguel Viñas es meteorólogo en Meteored.