En la taiga de 'Amba' y Dersu Uzala

Allá lejos y tiempo adentro

Por Antonio Sandoval Rey

El último rincón de Rusia, las montañas de Sijoté-Alín, frente al Mar de Japón, es un territorio salvaje y fuente de inspiración para grandes obras de naturaleza. Podemos encontrar historias como la de Dersu Uzala, narrada por el cartógrafo y explorador Vladimir Arseneiev hace un siglo. El trepidante reportaje escrito por John Vaillant sobre el caso real de un tigre asesino de personas y ambientado justo después de la caída de la URSS o el reciente ‘Owls of the Eastern Ice’, recién publicado por Jonathan C. Slaght y que explica los esfuerzos de conservación del búho de Manchuria

Ejemplar de tigre de Siberia ('Panthera tigris altaica'). | FOTO: Ondrej Prosicky
Ejemplar de tigre de Siberia (‘Panthera tigris altaica’). | FOTO: Ondrej Prosicky

De tan intenso, el frío incluso ha congelado las horas. Cristalizadas en forma de blancura, atravesadas por un alfabeto de árboles desnudos, palpita en ellas la inminencia: como lector, aguardas. Algo va a suceder.

Ahí va: de entre esas líneas, como de yescas recién prendidas, emana un hálito que al entretejerse en el paisaje nevado se convierte poco a poco en un tigre cazador de hombres. Sus zarpas son mayores que tu rostro. También en un trampero de la etnia nanai. Camina acompañado por su amigo, un militar ruso. Charlan en baja voz. Y en un búho enorme, el mayor que existe, su ancha envergadura quebrando esa visión plana, fílmica, mientras te sobrevuela y después, a varias decenas de metros a tu espalda, se abalanza hacia una poza que jamás se hiela, y sus garras, tras un chapoteo, capturan un salmón.

Cuando entonces, sin avisar, todos ellos se vuelven a la vez para mirarte, lo hacen tan dentro de ti como es literariamente posible. Y claro, te dices: ¡estos sí que son libros de los de verdad!

Paisaje nevado de la taiga en el Primorsky Krai de Rusia. | FOTO: Georgy Khrushchev

Uno de los títulos más hermosos que jamás hayan iluminado portada alguna es el de las memorias del escritor y pajarero británico W.H. Hudson sobre su argentina natal: Allá lejos y tiempo atrás (Ed. Acantilado). Uno de los finisterres más distantes de Galicia, donde vivo, es una región al otro lado del paleártico llamada Sijoté-Alín y en la que jamás he estado físicamente. Cada vez que la evoco, parafraseo a Hudson y digo: “Allá lejos y tiempo adentro”.

Ese adentro es el de algunas de mis lecturas más entusiastas. Sus paisajes son los bosques infinitos de la cordillera que, entre el krai de Primorie y el de Jabárovsk, se asoma desde Rusia al Mar de Japón. Los autores de esas obras se llaman Vladimir Arseniev, John Vaillant y Jonathan C. Slaght. Faltan los títulos, claro. Por el mismo orden: Dersu Uzala (Ed. DeBolsillo); El tigre. Una historia de venganza y supervivencia (Ed. Debate); y Owls of the Eastern Ice (Ed. Allen Lane; sin traducir). Los dos primeros los he leído varias veces. El tercero se publicó el pasado mes de agosto, y me tiene fascinado.

Quien no haya leído Dersu Uzala quizá sí haya visto la extraordinaria película que inspiró a Akira Kurosawa. Dersu, un viejo guía de la etnia nanai que guía por esas geografías al explorador Arseniev, encarna cuanto estaba a punto de desaparecer de aquellas soledades cuando el siglo XX no había cumplido aún su primera década.

«Dersu hablaba de tú a tú a las criaturas del bosque, como desde siempre habían hecho tantos humanos en infinidad de culturas diferentes»

Retrato del cazador siberiano Dersu Uzala, el personaje real que inspiró la película de Akira Kurosawa. | Autor: Vladimir Arseniev
Retrato del cazador siberiano Dersu Uzala, el personaje real que inspiró la película de Akira Kurosawa. | Autor: Vladimir Arseniev

Dersu hablaba de tú a tú a las criaturas del bosque, como desde siempre habían hecho tantos humanos en infinidad de culturas diferentes. Medio siglo antes otro ruso, Iván Turguénev, se había encontrado en una aldea perdida de las altiplanicies del Óblast de Oryol, mucho más hacia aquí, a alguien parecido, llamado Kasián.

Nos lo cuenta en sus Memorias de un cazador de 1852. Lo describe como un hombre menudo, “de rostro pequeño, moreno y lleno de arrugas, nariz respingona, ojos marrones y diminutos prácticamente imperceptibles y una melena negra abundante…”. Cuando se cruzaba con los  “pequeños pajarillos grises, que van de ramita en ramita emitiendo silbidos cortos, Kasián solía llamarlos, intercambiaba llamadas con ellos; una codorniz joven salía volando de entre sus pies, y él emitía un alarido detrás de ella; una alondra comenzaba a elevarse, aleteando y cantando; Kasián de inmediato aprendía su cancioncilla. Pero a mí no me decía ni una palabra…”, relata Turguénev.

También Dersu habla a la gente del bosque. Incluso en lo más frío del invierno, cuando en la taiga sólo parece vivir la ausencia, intuye su existencia y advierte cómo esta trasciende todo. Y en consecuencia, se sorprende de la actitud de sus acompañantes, el explorador Arseniev y sus hombres. Y les dice a estos cartógrafos: “Miráis, pero no veis”.

Una tarde, al final de una dura jornada de camino, llegan a una choza desvencijada. Todos se echan a descansar. Excepto Dersu. Lo que él hace, antes incluso que comer, es arreglar el tejado, acumular leña y preparar un pequeño paquete con cerillas, sal y aceite. Son cosas necesarias, les explica, para quien pueda venir después.

«Dersu temía al tigre, a quien llamaba Amba. Hoy sobreviven muchos más tigres en zoológicos que en libertad»

Vladimir Arseniev (izqda.) y Dersu Uzala, segundo por la izquierda, en 1906.
Vladimir Arseniev (izqda.) y Dersu Uzala, segundo por la izquierda, en 1906.

Dersu teme al tigre, a quien llama Amba. Un día, ante uno de estos animales, dispara asustado sin pensar en las consecuencias de su impulso. Desde ese instante, se tiene por sentenciado. No vuelve a ser el mismo. Pasan las páginas. Dersu comienza a perder vista. Acepta acompañar a su amigo Arseniev a la ciudad. Al poco de llegar, las autoridades locales le reprenden por construir una choza en el parque municipal. Decide regresar a sus bosques, aun a pesar de su creciente ceguera. Arseniev le regala como despedida un rifle. Días después, alguien mata a Dersu para robarle el arma. Es enterrado a las afueras de esa ciudad. Con el tiempo, su tumba entre abedules acaba formando parte del recinto de un aserradero.

Amba. Hoy sobreviven muchos más tigres en zoológicos que en libertad. El periodista John Vaillant viaja hasta el Sijoté-Alín al comienzo de este otro siglo, el XXI, en busca de la historia real de un inmenso tigre devorador de humanos que (han pasado 100 años) intentan sobrevivir allá a la conversión del mundo soviético en otra cosa.

Para entonces, Arseniev había muerto hacía mucho, en 1930. Considerado héroe nacional, pocos años después su viuda fue detenida por la policía secreta estalinista, acusada de saboteadora al servicio de una organización presuntamente creada por su marido. Tras un rápido juicio, fue ejecutada. La hija de ambos sólo vivió para ser deportada a un gulag.

En su narración, el norteamericano Vaillant sigue las huellas de quienes va entrevistando por aquella región. Lo que encuentra ha sucedido poco antes, en 1997. El tigre del que hablan sus testigos elegía de tal manera a sus presas humanas que parecía ejecutarlas una a una y de acuerdo con una sistemática venganza. Se crea una patrulla para darle caza. Atravesamos con ella la taiga de Dersu y Arseniev, pero de una manera muy diferente. El resultado es un rugido literario fuera de lo común.

Búho manchú ('Bubo blakistoni'), retratado sobre la nieve. | FOTO: Ondrej Prosicky
Búho manchú (‘Bubo blakistoni’), retratado sobre la nieve. | FOTO: Ondrej Prosicky

«Con John Vaillant atravesamos la taiga de Dersu y Arseniev, pero de una manera muy diferente. El resultado es un rugido literario fuera de lo común»

Seis años después de la primera edición del libro de Vaillant, en 2016, Jonathan C. Slaght, pajarero y también norteamericano, publica su traducción comentada de los diarios que escribió Arseniev durante sus expediciones por el Sijoté-Alín. Una cita tomada de uno de aquellos cuadernos abre ahora, hace unos meses, su Owls of the Eastern Ice.

Slaght nos explica su flechazo de chaval, precisamente en 2010, con los búhos manchús, de hasta 70 centímetros de longitud y dos metros de envergadura. Y cómo años después, convertido en biólogo, ha tenido la fortuna de emprender en compañía de varios ornitólogos rusos el estudio más detallado jamás realizado de esta amenazada especie, pescadora de salmones y descrita por él como una “masa despeinada de madera marrón astillada”, como si “alguien hubiera pegado apresuradamente puñados de plumas a un oso de un año y luego subido a la aturdida bestia a un árbol”.

Un búho manchú, pescando en las aguas de un río helado. | FOTO: Ondrej Prosicky
Un búho manchú, pescando en las aguas de un río helado. | FOTO: Ondrej Prosicky

«Jonathan C. Slaght cuenta cómo unos investigadores parten en busca de un grial en forma de futuro. Su tarea tiene un profundo significado moral: aspira a la redención»

De nuevo, esta vez en muy poco tiempo, ese confín oriental del paleártico cambia. Lo recorremos a bordo de helicópteros y motonieves, pero esta vez ya no para cartografiarlo, ni en busca y captura de un tigre vengativo, sino para intentar salvar uno de sus emblemas vivos. El relato de Slaght, contenido en la forma y salpicado de humor, tiene el ritmo de las mejores novelas de aventuras. En este caso, la aventura es la de la conservación. Pero no sólo la de este búho, sino a partir de él la de todos esos bosques, sus tigres, sus leopardos y su resto de criaturas, amenazados por talas industriales y los incendios y tifones consecuencia de la crisis climática.

Allá lejos y tiempo adentro, en aquel otro finisterre, leo esa nueva historia. Cuenta cómo unos investigadores parten en busca de un grial en forma de futuro. Su tarea tiene un profundo significado moral: aspira a la redención. La de todos nosotros. Al fin y al cabo, el propósito de la biología de la conservación no es otro que salvar el mundo. Que restaurar nuestra choza.

El búho, enorme, deja de prestarte atención y echa a volar taiga adentro con el salmón en su pico. El guía nanai y su amigo el explorador pasan conversando a tu lado, sin advertir tu presencia, hasta desvanecerse entre los abedules invernales. El tigre … El tigre sí que no te pierde de vista.

Tigre siberiano ('Panthera tigris altaica'). | FOTO: Ondrej Prosicky
Tigre siberiano (‘Panthera tigris altaica’). | FOTO: Ondrej Prosicky

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