El naturalista Carlos de Hita nos trae el sonido de las ballenas francas australes, mamíferos de 40 toneladas que ofrecen un espectáculo asombroso por su majestuosidad y la gama de sonidos con las que se expresan
Las ballenas son alienígenas que aparecen en las tablas de Linneo, siguen campos magnéticos invisibles, ven a través del oído y escuchan a través de sus cuerpos. Se mueven por un mundo del que nada sabemos.
Philip Hoare, Leviatán o la ballena
La visión es inolvidable. Por todo el campo marino decenas de ballenas francas australes, unas masas de hasta 14 metros de longitud, se elevan sobre la superficie para caer en plancha, envueltas en un estruendo que se produce cuando un cuerpo de 40 toneladas desplaza decenas de metros cúbicos de agua salada.
Más cerca, en superficie, la respiración de las ballenas francas se escucha como una exhalación, un sonido hueco, profundo como el océano. Desde su privilegiado punto de observación, a varios metros sobre la superficie, las gaviotas patagónicas anticipan el punto donde va a emerger la ballena. Y ahí, en el punto marcado, el espiráculo resuena como un tubo hueco, un sonido que emerge directamente desde el fondo del mar. Bajo el agua, en cambio, la comunicación sonora se produce a través de un circuito cerrado, gruñidos y gemidos, voces neumáticas de una profundidad insondable.
Sonidos de un mundo cansado, viejo, acosado. La curiosidad atrajo a la ballena, que se acercó a nuestra lancha a inspeccionar. En el pasado, este carácter confiado fue su perdición. Afortunadamente para nosotros, no parecen guardarnos rencor. Afortunadamente para ellas, en este caso se enfrentaron a algo mucho menos peligroso que un arpón.



