Aves, vientos, corrientes y objetivos - EL ÁGORA DIARIO

Aves, vientos, corrientes y objetivos

Por Antonio Sandoval Rey

Antonio Sandoval vuelve a su rincón de El Ágora para narrar imágenes, sonidos, olores y sensaciones en un avistamiento de aves en plena migración. El Estrecho de Gibraltar es el escenario de este episodio marcado por el vuelo preciso de los que parten hacia lo desconocido. ¡Buen viaje!

Un ejemplar de pardela cenicienta (Calonectris diomedea). | Foto:  Keith Pritchard

Saboreo cada ráfaga de viento que llega de África. Me he apartado un poco de mis compañeros de excursión ornitológica para ser el primer habitante de Europa en recibirlas. Han sido solo unos pasos, hasta donde una valla de madera protege una flora endémica de este litoral. Varias gaviotas patiamarillas sestean entre sus matas, de poco más de un pie de altura, separadas entre sí como las chozas de un poblado.

Estamos en el extremo sur de la isla de Las Palomas, en Tarifa, el confín meridional de este continente. Tenemos ante nosotros los 14 kilómetros de anchura del Estrecho de Gibraltar, y sobre la orilla opuesta, veladas por las nubes, como en un cuadro por terminar, las moles del Jebel Musa y el resto de altas cumbres marroquíes.

Contemplamos cómo centenares de pardelas cenicientas mediterráneas abandonan por este año el Mare Nostrum para volar hacia el otro hemisferio y pasar los meses más fríos en la vastedad atlántica. Alguna quizá llegue hasta el cabo de Buena Esperanza, otro extremo sur más. Allá encontrará albatros y pingüinos. La mayoría no pasan, como mucho, de Namibia. Las nacidas esta primavera pueden tardar años en regresar, dedicadas a sus viajes de exploración, en cierto modo también de autoconocimiento.

Avanzan a muy baja altura sobre el agua, cada poco ocultas por las olas, en bandadas o en solitario, contra el mismo viento destemplado y gris que luego me zarandea. Una serie de aleteos. Un largo planeo. Más aleteos. Otro planeo. Rememoro su aroma, el olor penetrante de su plumaje. He rescatado en tierra a varias, desorientadas por la iluminación abusiva del litoral.

Avistamiento en el Estrecho de Gibraltar. | Foto: Migres

Alejandro Onrubia, de la Fundación Migres, nos explica la importancia de este lugar para la migración de gran cantidad de especies de aves. He leído y escuchado en varias ocasiones, en sus charlas y artículos, o conversando con él, las cifras que va enunciando, fruto entre otros de su trabajo y el de sus compañeros. Una vez más, igual que sucede con los mejores poemas y canciones, siento un escalofrío maravillado ante su enumeración.

Cada año pasan por aquí hasta 150.000 cigüeñas blancas, 220.000 milanos negros, 76.000 abejeros europeos, 34.000 aguilillas calzadas… Y eso, contando solo algunas de las especies planeadoras. Porque luego están las marinas, en torno a 750.000 ejemplares de diferentes especies. Y varios millones de aves de pequeño tamaño, como vencejos, golondrinas, aviones, abejarucos y otros.

Reparo en las multitudes aladas que se habrán reflejado temporada tras temporada en las pupilas de Alejandro, como codificando ese entusiasmo que se adivina en sus palabras.

«¡Un grupo de jilgueros!», nos avisa. Pero la gente está fascinada con las pardelas. También con los alcatraces, que se zambullen vertiginosos tras las rompientes, como pinceladas súbitas en ese cuadro del que antes hablaba.

Un gran bando de cigüeñas blancas preparándose para cruzar el Estrecho. | Foto: Muratart

Nos ha traído hasta aquí Manuel Morales, guía de la empresa Birding Tarifa. Somos una de las excursiones de cierre del XXIV Congreso Español y VII Ibérico de Ornitología, organizado en Cádiz, de manera impecable, por SEO/BirdLife y su socio portugués, la SPEA. Más de 300 personas hemos pasado varios días hablando de aves, conservación de la biodiversidad, cambio climático, educación ambiental… Tengo la cabeza tan llena de ideas y propósitos como lo está hoy el Estrecho de pardelas.

Invito a mi mirada a seguir a esos jilgueros a través de mis prismáticos. Son una tribu reducida, un puñado de compadres unidos por una misma determinación: cruzar hacia África. Con un par de quiebros, se internan en la violencia del aire salado. Unos segundos después los pierdo sobre las olas vibrantes de espuma. Me giro a comprobar si vienen más.

Esta mañana de noviembre hemos visto también grupos migratorios de lúganos, verdecillos, pinzones… Cuando los tienes en la mano, te asombra su liviandad. ¿Cómo logran imponer su voluntad a la vehemencia del viento? Algunos de ellos, justo antes de pasar sobre nosotros, lo han hecho sobre quienes, por haber intentado cruzar estas mismas aguas en busca de una vida mejor, permanecen retenidos en el llamado «Centro de Internamiento de Extranjeros». Ese vuelo, esa trayectoria exacta, logra subrayar en mi conciencia quién soy, quién podría haber sido, quién debo ser.

Futuros, voluntades, aprendizajes, ideales, paradojas, compromisos, también olvidos. Van y vienen alrededor de mí muchas más cosas de las que parece. Debería ponerme a censarlas, como hacen Alejandro y sus compañeros con las aves. Me vuelvo otra vez hacia el mar.

«Cuentan que los fenicios aprovechaban las fortísimas corrientes submarinas del Estrecho para cruzarlo contra el viento en sus expediciones. Que lo hacían sumergiendo en ellas una vela, a modo de ancla de capa»

Nuestro guía nos avisa de que debemos cambiar de lugar, a fin de cumplir el programa de esta excursión. Según recogemos telescopios y mochilas, pienso en qué tipo de expedición podríamos ser la gente pajarera. En cómo es el destino a que aspiramos, cuál la corriente en la que hemos sumergido y abierto nuestra vela, y hacia dónde nos lleva. También en nuestra liviandad, y en la firmeza de nuestra voluntad, y en cómo logra imponerse, cada vez más veces, pero todavía demasiado insuficientes, a tantas vehemencias.

La Sociedad Española de Ornitología, SEO/BirdLife, ha alcanzado este año la cifra de 16.000 socios y socias. No somos una bandada pequeña. Entre los muchos documentos producidos este año por nuestro equipo de profesionales hay uno titulado «17 Aves para 17 ODS». Trata, precisamente, de muchas de las corrientes que nos impulsan, esos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos en la Agenda 2030 promovida por los 193 países de Naciones Unidas: poner fin a la pobreza y al hambre, garantizar la salud y el bienestar, la justicia, la educación inclusiva, equitativa y de calidad. También lograr la igualdad empoderando a mujeres y niñas, combatir el cambio climático, conservar los océanos y bosques, detener e invertir la pérdida de biodiversidad… Etcétera.

Echamos a andar. Siguen pasando pájaros.

Levanto mis prismáticos hacia un grupo. Con un gesto repentino, trazan en el viento un acuerdo intrépido, que me apresuro a firmar. Y de inmediato se lo llevan con urgencia, futuro adentro.


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