La última semana del año, el naturalista Carlos de Hita, nos regala los sonidos del año. Un recorrido mes a mes que nos hace revivir cada estación, lluvias, tormentas, sol… Un calendario de 12 meses en el que el agua se ha manifestado de mil maneras
A lo largo del año las aguas continentales cambian de estado, fluyen, se detienen en forma de hielo, riegan los campos arrastradas por los vientos, se pulverizan, manan y se secan, para volver a empapar la naturaleza con las tormentas de otoño. El agua se manifiesta de mil maneras. Este es su calendario sonoro.
Enero. El crujido áspero de los copos arrastrados por la ventisca, el crepitar sordo de la nieve que cae suavemente.
Febrero. El silencio del agua detenida, congelada en cauces y lagos.
Marzo. Pequeñas avalanchas caen de las ramas de los pinos; al sol tibio de finales del invierno, cristales de nieve pulverizada provocan una segunda nevada bajo el sol.
Abril. Crecen los caudales, el agua corre sobre los cauces pedregosos, alimentados por las tormentas que retumban en la sierra.
Mayo. Agua de mayo, el sonido de lluvia del bosque. Un siseo sobre las agujas de las coníferas, un tamborileo bajo los planifolios, en los que cada hoja es un minúsculo tambor.
Junio. La lluvia de las cosechas, el último riego, quizá no muy necesario con los trigos ya espigados.
Julio. El calor aprieta y las aguas buscan refugio en las últimas charcas. Y con ellas toda la comunidad que vive sobre, a ras y bajo la superficie.
Agosto. Cuando el agua no suena. Cauces agostados, sequedad en el ambiente, sequedad en los sonidos ásperos de los insectos.
Septiembre. Con el campo pulverizado, los animales rebuscando en el suelo estéril, la actividad se concentra en las últimas fuentes, los últimos regatos.
Octubre. El mejor sonido, el anuncio de la abundancia: retumba la tormenta como anticipo de un aguacero otoñal.
Noviembre. Rojas las hojas, azules las aguas de montaña, blancas, al fin, las cumbres.
Diciembre. El tiempo de los regalos, cuando comer unas pocas semillas, unos gramos de grasa, puede significar sobrevivir una noche más bajo la helada.