Una comprensión fragmentaria y exclusivamente contable de las metas de “cero emisiones” y de “circularidad”, sin integrar aspectos multidimensionales, hace peligrar, paradójicamente, su sostenibilidad
En los últimos tiempos, escuchamos hablar sobre las “cero emisiones”, o la “circularidad”, como si fueran “varitas mágicas” que resolverán el cambio climático, y todos sus efectos nocivos. Pero, a pie de calle, poco sabemos, como ciudadanos y personas consumidoras, de estas abstracciones, y de su efectividad real…
Lo importante no es el qué, si no el cómo
Los objetivos “cero emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI)” se refieren a gases que son, principalmente, dióxido de carbono (C02), metano, óxido nitroso y gases fluorados. Los de “neutralidad de carbono” contemplan sólo los de C02. El Acuerdo de París –para mantener la temperatura global por debajo de un aumento de 1,5 grados, más allá del cual se prevén efectos catastróficos– se dirige a las emisiones de GEI, no sólo de C02. Pero en la comunicación que se hace a la ciudadanía se confunden constantemente. Y ninguna de las dos metas son sencillas de alcanzar.
Paralelamente, la circularidad es otro objetivo emergente que pretende pasar de la economía lineal actual (que produce, consume y tira), a una “circular” (que produce, consume y reintegra). Bien implementada, puede ayudar a culminar los “objetivos climáticos” y de “neutralidad en carbono”, pero lograr todos estos “horizontes verdes” no implica per se que una empresa, una industria, o un país, dejen de tener impactos socioambientales, ni respeten los derechos humanos, los laborales, o velen por las comunidades que padecen los estragos de la emergencia climática. La “contabilidad de emisiones” son unas “matemáticas contables” que se sostienen “sobre el papel” cuyo efecto, de momento, no se percibe en el mundo real.
«Albert Einstein decía que el mundo que hemos creado es el resultado de nuestro proceso de pensamiento, y que no se puede cambiar sin variar nuestra forma de pensar»
La complejidad es mayúscula, y la simplificación que se hace de las “cero emisiones” y de la “circularidad” confusa, incluso engañosa y, sobre todo, peligrosa, ya que la crisis climática, el deterioro de la biodiversidad y la viabilidad de la vida en el planeta, tal y como la conocemos, depende de soluciones efectivas que vayan a la raíz de los problemas.
Por ello, conviene recordar que la sostenibilidad conlleva siempre tres pilares: uno social (de respeto a las personas, a los derechos humanos y a los laborales); otro medioambiental (de respeto a los recursos terrestres, a los límites biofísicos del planeta, a la biodiversidad, así como a todas las especies) y otro económico, alejado de la maximización del beneficio y de la acumulación de capital, como únicas prioridades. Sin estos tres pilares, aplicados con igual solvencia, no se debería considerar a una compañía, a un plan “cero emisiones”, de circularidad, a un producto, etc., como “sostenible”.
Controversias sobre las “cero emisiones”
Ya de partida, las metas “cero emisiones” son controvertidas. Se instalaron en nuestros imaginarios hace poco más de dos décadas y su génesis deriva del nacimiento de los modelos de evaluación del clima de los años 90, así como de las conversaciones climáticas a partir de Rio 92 y durante las negociaciones del Protocolo de Kioto –aprobado en 1997, y ratificado en 2005–, que puso en funcionamiento la CMNUCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), para que los países que la suscriben tomen medidas para limitar y reducir las emisiones de GEI. A la cual se sumó la Convención Marco de Biodiversidad, para conservarla.
A lo largo del tiempo, se fueron incorporando nociones teóricas centradas en las emisiones, donde participaron agentes financieros y bancos, que acabaron derivando en una política climática centrada, sobre todo, en el C02, enfocada casi siempre sólo en el output (quema de combustibles, transporte, etc.), pero no en las causas estructurales del sistema económico, basado en energías fósiles (principal causa del cambio climático) y en un modelo productivo extractivista que provoca gran parte de la degradación socioambiental.
Así, una crisis compleja y multidimensional se fue reduciendo, poco a poco, a términos contables de toneladas de CO2 emitidas: las emisiones. Una nueva unidad de medida, que también es una unidad de cambio, con la que se creó un mercado de emisiones donde intercambiarlas, e incluso hacer negocio con ellas, en cuya creación participó el mercado financiero.
Basadas en estas emisiones, también se van creando una serie de «soluciones» sin analizar en profundidad si son realmente eficaces; técnica y económicamente factibles, o socialmente deseables. Y, con el tiempo, se está viendo que esta simplificación matemática ignora importantes complejidades del comportamiento medioambiental, humano, económico, político, cultural o social, y plantea un escenario que muchos expertos consideran que, paradójicamente, favorece la inacción real, el aumento de las emisiones, la aceleración de la destrucción de la biodiversidad y la deforestación, ya que en vez de reconocer la gravedad de la situación actual, nos lleva a participar de “una fantasía del cero neto” en la que incluso las petroleras declaran ir a ser “carbono neutrales” plantando árboles, mientras siguen extrayendo petróleo o gas con graves daños ecosociales.
Todo un delirio “cero emisiones”, pues no sólo hay numerosos estudios que cuestionan y descartan, como soluciones eficaces, la captura de carbono y su almacenamiento, sino que estiman que las “soluciones basadas en la naturaleza”, como plantar árboles, no funcionan, pues el carbono biosférico no es intercambiable con el carbono fósil, como explicita una de las investigaciones más recientes, de marzo del 2022, que alega que este tipo de medidas tienen un amplio historial de promesas excesivas y resultados insuficientes.
Tenemos un plan
Dejando aparte las dudas más que razonables que surgen al abordar una crisis multidimensional a través de la contabilidad. Y ya puestos a hacer un “plan de emisiones cero” riguroso, éste debería de ser global e integral en toda la cadena de valor y en todos los stakeholders (partes interesadas), teniendo presentes todas las dimensiones –especialmente los aspectos sociolaborales, que suelen escasear en todos ellos–, evaluando los suministros deslocalizados, el transporte o la logística, y , o la circularidadra)–, a la ciudadanlaborales –los cuales suelen escasear de todo ellos–,atendiendo a las emisiones de alcance 1 (directas, de la quema de combustibles) y alcance 2 (indirectas, de la electricidad consumida y comprada) y las de alcance 3 (de las cadenas de suministro), la mayor parte de la huella socioambiental, y donde menos hincapié se hace; de alcance 4 (obtención de materias primas) y de alcance 5 (de los socios), que apenas se abordan y también poseen una importante huella.
Asimismo, tendría que establecer objetivos específicos a corto, medio y largo plazo, centrarse primero en descarbonizar, y aplicar sólo la compensación de emisiones, el secuestro, la captura o eliminación, como último recurso. Si el plan sólo afecta al perímetro de actuación interno empresarial, sin incluir toda su cadena de suministro, supone falsear, o hacer “lavado verde”, greenwashing.
Contabilidad climática vs. realidad
Teóricamente, la “neutralidad de carbono” supone reducir las emisiones al máximo posible, en todos los niveles (1, 2, 3, 4, y 5), y compensar el resto financiando proyectos de eliminación, secuestro, o captura de carbono de la atmósfera. En la práctica, de momento, se trata más bien de lo último, de contrarrestar la huella, es decir, pagar para que las emisiones desaparezcan en términos contables, sin acciones con impacto real en el modelo productivo.
Un claro ejemplo de distorsión entre lo que se sostiene sobre el papel y la realidad son las compensaciones de carbono. Hay de muchos tipos (captura de metano, inversiones en energías renovables, etc.), pero los más “sexys” suelen ser las de reforestación, las más polémicas, porque tal y como se plantean, tienen muchas posibilidades de resultar ineficaces y dañar a comunidades vulnerables. Puesto que se puede dar el caso de que desaparezca el beneficio de carbono de un proyecto de un bosque protegido, al quemarse. O puede ocurrir que el beneficio de carbono hubiera ocurrido igual sin el dinero de la compensación por la cual se paga a un terrateniente para que no corte árboles, que de todas formas no iba cortar. Y están las llamadas “fugas”: pagar para proteger los árboles de la parcela A (que cobra el propietario), mientras luego se cortan los de la parcela B.
Además, los precios de las compensaciones forestales son tan bajos que el dinero no evita la ganadería intensiva, ni los monocultivos de soja o palma, u operaciones madereras a gran escala, responsables de la deforestación de muchos territorios.
Comercialmente, la tierra talada vale más que el bosque, se puede proteger incentivando a los agricultores y a los terratenientes, pero, aunque investigaciones de National Geographic y Project Drawdown muestran que la gestión de tierras por parte de comunidades indígenas puede reducir las emisiones y la deforestación, las compensaciones más baratas (las más habituales) tienden a afectar a las comunidades locales y a sus formas subsistencia.
Por si fuera poco, a todo esto se añade su incoherencia contable: muchas empresas compran certificados por un valor declarado de una tonelada de CO2, cuando el valor subyacente es la mitad, en el mejor de los casos (si se evitan las dificultades enumeradas), ya que los mercados internacionales de carbono no hacen contabilidad por partida doble: si una marca europea compra dos toneladas de compensaciones internacionales a una empresa de Brasil, el vendedor no las resta de las reducciones totales de carbono de su país, aunque el comprador las agregue a las suyas. El registro de carbono de Brasil tendría que ingresar un -2, y el del país europeo un +2, pero no sucede así. En Brasil se mantendría igual y en el país europeo se agregaría un +2. Por ello, cuando las empresas creen comprar 500 toneladas de compensaciones, en realidad la ganancia neta es 250, como máximo.
Por estos y otros motivos, muchos expertos en energía y medioambientales consideran el mercado de compensaciones un “lavado verde”, sin voluntad de cambiar los procesos empresariales causantes de los impactos, si no que los cronifica. Las emisiones se hacen de forma rápida, localizada e intensa, y no está comprobado que se puedan mitigar con grandes superficies de lenta absorción.
Albert Einstein decía que el mundo que hemos creado es el resultado de nuestro proceso de pensamiento, y que no se puede cambiar sin variar nuestra forma de pensar. La contabilidad climática proviene de la misma lógica extractiva lineal que nos ha llevado a la situación planetaria crítica actual, sin incluir todos los aspectos multidimensionales, una visión sistémica u holística, y acciones efectivas en el mundo real, ni la circularidad, ni las cero emisiones, nos sacarán de este atolladero.
Brenda Chávez es periodista especializada en sostenibilidad, consumo y cultura
