Esta semana el naturalista Carlos de Hita nos regala los sonidos de un paisaje invernal, que con la llega del frío muestra una desoladora imagen de la fauna por la escasez de comida
Nieva intensamente y la comida escasea. En los bosques, los pájaros se reúnen en bandadas y deambulan sin descanso en busca de comida. En el borde de un pinar, en un jardín, unos comederos artificiales, bien provistos de pipas de girasol y bolas de grasa con semillas y trozos de fruta, atraen la atención de carboneros -comunes y garrapinos- y de herrerillos -comunes y capuchinos-. Cualquier recipiente vale para una comida apresurada: espirales para las bolas de sebo, tubos de rejilla para las pipas, pero también cocos partidos, piñas y hasta medias naranjas vaciadas.
Como en una especie de realidad sonora aumentada, oímos hasta los más mínimos detalles del banquete. El aleteo de un pájaro de pocos gramos se convierte en un sonoro zumbido; los sutiles reclamos, casi inaudibles, en voces agresivas. Hasta el roce de las uñas contra las cestas metálicas y los picoteos contra las semillas adquieren otra dimensión.
La comida abunda, pero las peleas son continuas. Demasiado jaleo para un mirlo, que cloquea mientras capea el mal tiempo desde una valla, o para un petirrojo, que reclama en el suelo del jardín, a cubierto y rodeado de las semillas caídas que desperdician los demás comensales.