COP25: Las olas que yo necesitaba - EL ÁGORA DIARIO

COP25: Las olas que yo necesitaba

Por Antonio Sandoval Rey

El naturalista Antonio Sandoval nos sumerge de nuevo en su rincón de La Mirada del Agua, esta vez para dejarnos mecer por la infinita cadencia de las olas que nos traen pensamientos, recuerdos, sueños… Pero sobre todo la esperanza de encontrar soluciones a la crisis climática. Si no, «se nos echará encima como un inexorable tsunami»

Soy un absoluto devoto de la contemplación del océano. Los compases de mi melodía favorita son las trayectorias sinuosas de las aves marinas sobre esos relieves líquidos que me evocan siempre la inquietud de la imaginación: cómo no cesa ni aun cuando dormimos. Mis preguntas más importantes las subrayo con la línea de cualquier horizonte del que vengan las olas, un sinfín que se me antoja pensante desde mucho antes de conocer el reflexivo mar de Solaris, la célebre novela de ciencia ficción de Stanisław Lem (Impedimenta, 2012).

Leí en esas páginas: «No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno ya nos atragantamos.»

Hoy he venido a buscar en el espejo de este mar un reflejo que me devuelva la esperanza que necesito para no atragantarme. Muy tierra adentro, en Madrid, más de 20.000 personas se reúnen estas dos semanas en la COP25 para buscar acuerdos ante la emergencia climática que, si no hacemos nada, se nos echará encima como un inexorable tsunami. Estaré allí dentro de unos días. Pero, mientras tanto, aquí, ¿qué es lo que veo?

Veo olas altas. Cuando sus crestas se rompen al viento como polvo de cristal, el sol traza en ese vaho unos arcoíris tan fugaces como esas ideas bonitas, pero en apariencia poco prácticas, que brotan cuando buscamos soluciones para enseguida desvanecerse en nuestro desdén.

Ahora mismo querría, a pesar de todo, subirme a una de esas olas, de esas ideas, y cabalgarla en una tabla de surf. ¿Dónde me llevaría? Si cierro los ojos, hasta lo puedo imaginar. Allá voy. Extiendo mis brazos para mantener el equilibrio. Noto a través de la flexión de mis piernas las convulsiones del agua en marcha. No me impulsa un ánimo de evasión, sino una enigmática certeza.

Me vienen de inmediato a la memoria, como un manual, las intrépidas memorias surferas de William Finnegan, sus páginas llenas de olas tituladas Años salvajes (Libros del Asteroide, 2016), y en concreto las dedicadas a las temporadas que pasó en Hawái. Y así mi ola me lleva, sobre corales aún no blanqueados, hacia una costa sobre la que se eleva, como un tótem tan primitivo como moderno, la mole del volcán Mauna Loa. En el interior de su caldera, según los relatos más antiguos, podría vivir Pele, la diosa del fuego. A la vez, allá arriba está el famoso observatorio atmosférico que desde los años 50 del siglo pasado registra semanalmente los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera. El incremento sostenido de esos niveles, consecuencia sobre todo de la quema descontrolada de combustibles fósiles, causante del calentamiento global, marcó el pasado mayo un nuevo máximo. Lo ha hecho casi cada año desde hace ya demasiados.

Luego reparo en sus laderas. Las laderas boscosas del Mauna Loa. El hogar del Alalā.

Abro mis ojos.

En la mitología tradicional de Hawái todavía se considera sagrado al cuervo de esa isla (Corvus hawaiiensis), popularmente llamado Alalā. Se le tiene además por guardián de los espíritus familiares. Se dice es un Alalā quien lleva a las almas a su lugar de descanso final en los acantilados de Ka Lae, el extremo sur de la isla. Y se le cuida. Mucho. Porque si no, desaparecerá.

En 1994 su población se redujo a 31 individuos. De ellos, 19 se mantenían en un cautiverio ya preventivo. Los dos últimos ejemplares salvajes conocidos desaparecieron en 2002. Comenzó entonces una carrera contra reloj por salvar la especie. Los esfuerzos consisten por un lado en inducir su cría en jaula, muy complicada; y por otro, en liberar algunos para que recolonicen sus áreas de siempre. Hoy hay ya cerca de 150 Alalās bajo techo. Y en torno a 20 en libertad. Una libertad muy frágil, pues aún deben aprender a valerse por sí mismos. Sus obstáculos son infinitos: depredadores que desconocen, enfermedades consecuencia de la endogamia, malaria aviar… Tienen a su favor que son de los cuervos más inteligentes que se conocen. Y a los humanos que se empeñan en salvarlos.

 

Acantilado Ka Lae (Hawái).

Un cormorán moñudo, un cuervo marino, llega volando desde lo lejos y, tras un amplio giro, se posa entre las altas olas. Cuando yo era poco más que un niño, su área de cría más próxima a este lugar, en la costa de Dexo, en Oleiros, fue eliminada a tiros por unos desalmados. Llegué a dibujar un tebeo lleno de rabia sobre aquel episodio. Esa colonia, desaparecida desde entonces durante un tiempo, y renacida después, ha terminado con los años por convertirse en el mayor asentamiento continental (es decir, sin contar con las existentes en islas) de la especie de España. Y en uno de los más florecientes: vuelan allí más pollos por nido que en casi cualquier otro. En toda Europa, el cormorán moñudo es una especie amenazada. En Reino Unido, donde cría la tercera parte de la población global, sus números se redujeron un 34% entre los años 2000 y 2015. Aquí, en esta zona en concreto (en el resto de Galicia su suerte es diferente), insiste en prosperar.

Mi cuervo marino se zambulle. Siguen llegando olas desde el horizonte. Bucea bajo ellas, buscando peces entre las rocas del fondo.

En esta ciudad, A Coruña, tenemos dos Reservas Naturales de Interés Local. Estamos rodeados por una Reserva de la Biosfera. La costa que aloja la colonia de cormoranes moñudos es Zona de Especial Conservación de la Red Natura 2000 europea. Y desde el Centro de Extensión Universitaria y Divulgación Ambiental de Galicia (CEIDA) se está trabajando este año, con apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio de Transición Ecológica, en el diseño de una Zona de Protección para las Aves (ZEPA) que preserve los valores naturales del área marina de la que dependen estas y muchas otras aves, y sobre todo muchos profesionales directos e indirectos del mar, y sus familias.

El cuervo marino sale de nuevo a la superficie. Como si renaciera. Se le ve satisfecho. Casi exultante. Hasta el punto de que parece ser él quien mece al mar, y no al revés. Las altas olas que me envía traen así consigo, una tras otra, los mensajes que hoy necesitaba.

En una de ellas pone Sociedad Civil. En otra, Activismo. En otra, Fridays for Future. En otra más, Democracia y Diálogo. Llega una ola Igualdad, una ola Educación Ambiental, una ola Ciencia Comprometida, una ola Economía Circular, una ola Politica Honesta, una ola Imaginación, una ola Esperanza. Y tras ellas vienen aún más.


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