Suena el agua en el patio de los Arrayanes, pero el estanque está quieto y refleja como un espejo los muros y parterres que lo encierran. Y en ese pequeño enigma está contenido todo el sentido y la intención del uso del agua en los patios y jardines de la Alhambra.
En sus orígenes los patios, corredores, salas y jardines de la Alhambra fueron espacios concebidos para saborear todos los sonidos del agua. Las proporciones arquitectónicas, las acequias silenciosas, las formas de las fuentes, los perfiles de los sumideros, encontraban su razón de ser al hacer sonar al agua de todas las formas posibles. Muchas de aquellas composiciones sonoras se han perdido, pero todavía son muchas las que quedan. El aparente enigma del patio de los Arrayanes, por ejemplo, se explica por el dominio de las técnicas de la hidráulica. Las ondulaciones del agua que corre se encauzan por una pequeña dársena, rebotan, entran en cancelación de fase y se derraman, lisas y silenciosas, sin agitar la lámina líquida. El movimiento del agua produce quietud, pero no silencio.
En la Alhambra, pues, el agua adopta todas las voces, define todos los volúmenes. Pero, seguramente, ningún jardinero contó con los sonidos de las aves para diseñar sus espacios; en patios más pequeños que el anterior, como el del Cuarto Dorado, el parloteo del agua es más modesto, a la medida del lugar. Es tan discreto que apenas sobresale por encima del arrullo de las muchas palomas que crían bajo las galerías, o del piar de los gorriones que habitan en estas estancias.
Demasiadas sutilezas, podría pensarse. A lo largo de los siglos la Alhambra sufrió profundas modificaciones, tantas que llegaron a desvirtuar una buena parte de su carácter. La fuente de los Leones es un buen ejemplo. Parece que el pequeño surtidor central es un añadido reciente que, como todo lo postizo, distrae del sosiego previsto. Para recordar lo que fue, un poema tallado en la taza de piedra compara al agua que rebosa por el borde con perlas brillantes y gotas de plata líquida, y se maravilla de la similitud entre la blanca quietud del agua y el cuenco de alabastro pulido que la contiene. Con el borboteo actual cuesta imaginar el sutil efecto que debía producir el goteo de la fuente combinado con el susurro del agua que escurre por los canales que cruzan las salas de los Abencerrajes y de las Dos Hermanas.
Pero para sonorizar la Alhambra y el vecino Generalife hacen falta infinidad de “instrumentos”. Un paseo por ambos recintos permite escuchar un auténtico muestrario de los sonidos del agua, a medida que mana, corre y se pierde por toda la red de platos, sumideros y acequias que traen las aguas de la sierra. Todo lo anterior se resume en un pequeño rincón del Generalife, la Escalera del Agua. En los pasamanos se han tallado con tejas invertidas unos cauces de fondo irregular por los que fluyen las aguas de la Acequia Real, que se arremolina y suena más de lo que correspondería a su caudal. No es extraño, por tanto, que en las noches de verano los ruiseñores vengan aquí a cantar.
Todas estas grabaciones fueron realizadas hace ya algún tiempo, en dos noches en las que el que autor pudo deambular a sus anchas, desde el crepúsculo hasta el amanecer, por los patios y jardines de la Alhambra y el Generalife