El Museo Thyssen-Bornemisza acoge Los impresionistas y la fotografía, una exposición que reúne más de un centenar y medio de piezas en las que la naturaleza y el agua juegan un rol esencial. Un recorrido por varios hitos del impresionismo que, relacionados con fotos, aportan una visión diferente y complementaria de la relación entre las dos formas de arte
El agua ha tenido protagonismo en las artes plásticas desde hace muchos siglos. Pero, con el invento de la fotografía que tanta transcendencia tuvo a partir del siglo XIX, ese impulso aumentó con el impresionismo, a partir de las afinidades e influencias que se dieron entre la pintura y la fotografía. Desde el pasado 15 de octubre y hasta el próximo 26 de enero, el Museo Thyssen-Bornemisza acoge Los impresionistas y la fotografía, comisariada por Paloma Alarcó, jefa de Conservación de Pintura Moderna del Thyssen.
La exposición reúne más de un centenar y medio de piezas -66 pinturas y más de 100 fotografías- que proceden de grandes museos como el Getty de Los Ángeles, el MET de Nueva York, el Marmottan de París, el Victoria & Albert Museum de Londres y el propio Thyssen-Bormemisza. También hay obras que pertenecen a la Fundación Beyeler, así como a colecciones particulares, a la Biblioteca Nacional de Francia y a sociedades fotográficas.
El paseo artístico está dividido en nueve secciones temáticas, una de ellas dedicada específicamente al agua. Pero el líquido elemento también impregna transversalmente otros cuatro capítulos: El bosque, En el campo, Los monumentos y La ciudad, con más de 50 obras donde el agua agudiza la interacción mutua entre fotógrafos y pintores.


Desde los daguerrotipos de finales de los años 30 del siglo XIX hasta el ojo artificial que usarían dos décadas más tarde fotógrafos como Gustave Le Gray, Eugène Cuvelier, Olympe Aguado, Charles Marville o Nadar, la fotografía inspiró a impresionistas como Manet, Degas, Pissarro, Cézanne, Sisley, Monet, Renoir, Boudin o Caillebote, entre otros, al darles un nuevo modo de mirar el mundo. Muchos de esos fotógrafos se habían formado como pintores, pero la cámara les permitía retratar la naturaleza cambiante de la realidad e hizo que ambas disciplinas buscaran como llegar a suspender el tiempo. También indagarían en la observación científica de la luz, algo fundamental durante esos años.
Estos paralelismos se pueden observar en ese recorrido transversal que propone el Thyssen. En la sección dedicada al bosque, encontramos ejemplos de las imágenes de Marville junto al arroyo Brème de Courbet, las instantáneas de Gaillard con la choza de los carboneros en Fontainebleau en el óleo de Théodore Rousseau, y el estanque y la niebla captados con la cámara de Cuvelier y de Henri Le Secq frente a los paisajes de Daubigny y la composición de Degas.
Y después de Figuras en el paisaje llegamos al agua, con 16 piezas entre fotografías y óleos que conforman un diálogo fértil porque sobre todo el agua del mar, además de la de los ríos, los arroyos y pantanos, fue una constante fuente de inspiración para fotógrafos y pintores en la modernidad. Y en ese desarrollo impresionismo emerge la figura de Gustave Le Gray, cuyas tomas en la costa de Normandía y en el Mediterráneo forman una colección de fotos con algunos rasgos pictóricos en las que se aplican primeros planos para extraer la belleza del horizonte y del agua. Por ejemplo, a través de las agitadas olas o con esos cambios constantes de la luz en el cielo y en la superficie del mar.


|| Derecha: Gustave Le Gray. La gran ola, Sète hacia 1856-1857 (The Great Wave, Sète). Papel a la albúmina a partir de dos negativos de vidrio al colodión 34,3 x 41,8 cm. Collection Société françois de photographie (coll. SFP).
La fugacidad y los encuadres de las fotos de Le Gray influirán en Courbet y en Boudin en ese magnífico Puerto de Brest, también algo deudor de las marinas holandesas de siglos anteriores. Otra obra en la que se aprecia esa relación es en Olas rompiendo de Claude Monet, una pintura de 1881, con un fragmentado primer plano que tiende a la abstracción al inmovilizar un instante del agitado movimiento del mar y una serie de reflejos que quizá evocan el paso de tiempo.
De Monet, además del óleo citado, encontramos algunas composiciones que tienen el agua como elemento esencial. Es el caso de El deshielo en Vétheuil, que pintó en 1880, y que nos retrotrae a una foto de André Giroux tomada en 1855, Las charcas de Optevoz, una imagen de un pequeño pueblo junto al Ródano, en la que la pericia técnica le permite conseguir diferentes texturas en el agua, la hierba y el cielo.
La cabaña de Trouville, marea baja, de 1881, pintada por Monet conecta con una foto de Robert Demachy, Orilla del mar, peñascos, tomada hacia 1900 con esa aura de misterio del mar en calma. También un paisaje de Daubigny, Las orillas del Oise, 1858, aparece junto a una instantánea de Camile Silvi, del mismo año, que dejó para la posteridad esa vista del valle del Huisne. Y ese Atardecer en Moret de Sisley de 1892, con los reflejos de los árboles a orillas del río Loing, enlaza con una fotografía de Olympe Aguado titulada Paisaje con estanque, tomada 36 años antes, pero donde late una expresividad pictórica que recrea esa atmósfera algo espectral.


El paseo por el agua continúa En el campo, donde pueden admirarse fotos del estanque de Atget y de las orillas de un río de Quinet, junto a La barca, pintada en 1887, de Monet, o las piraguas de Caillebotte, donde la paleta a base de matices verdosos contrasta con los tonos sepias de las fotografías. Los paisajes de Charles Marville en el Bosque de Boulogne con las barcas, los árboles y la caseta del embarcadero reflejadas en el agua dan paso a otras instantáneas. En ellas, Cuvelier y De Demachy recrean la belleza del invierno en la foresta, que artistas como Monet y Pisarro también supieron captar al recrear los efectos en la nieve con pinceladas certeras.



Durante los años centrales del siglo XIX algunos de los mejores fotógrafos franceses como Baldus, Le Gray, Atget o los hermanos Bisson fueron contratados por el gobierno francés. El objetivo: que hicieran un reportaje de los grandes monumentos de Francia y del desarrollo económico y arquitectónico del país, como la construcción de puentes, fábricas o del ferrocarril.
Este impresionismo basado en construcciones humanas también tiene un hueco en la muestra del Thyssen. Encontramos una vista posterior de Nôtre-Dame de París tomada por Baldus hacia 1860-1870, junto a una pintura de Guillaumin que fijó el puente del Arzobispado y el ábside de Nôtre-Dame hacia 1880, con las aguas del Sena en ambas imágenes. También una vista de Aviñón del mismo Baldus durante la inundación de 1856, que contrasta con una poética imagen de Bazille cuando capta con sus pinceles las murallas de Aigues-Mortes once años después. Nuevamente el ojo fotográfico de Le Gray detiene su cámara en el museo y la villa de El Havre con a una perspectiva muy similar a la de Monet. Y Atget lanza una mirada diagonal al Pont Neuf, hacia 1900, que compite con los dibujos de los puentes del ferrocarril en Argenteuil de Monet o el de Hampton Court de Sisley, ambos de 1874.


Gracias a la fotografía, la imagen de la ciudad en este período se contempló desde lo alto y eso paulatinamente se trasladó a las composiciones pictóricas. Un ejemplo claro es la Vista del Sena de Nadar en 1839 junto al puente de Moret-sur-Loing de Sisley, en 1894. O las perspectivas de Gustave Le Gray o de Charles Soulier, que fijaron desde cierta altura los puentes de París y el agua del Sena, y que tendría un correlato posterior en los óleos de Pissarro. Y no podemos olvidar el panorama de París con el Sena al fondo de Adolphe Braun, datado en 1867, que inspiró cuatro años más tarde la sugerente vista de París desde el Trocadero que firmó Berthé Morisot, en una apuesta por lograr una cierta mirada horizontal de la ciudad.



