El jardín secreto de Italo Calvino

El jardín secreto de Italo Calvino

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

Italo Calvino es uno de los grandes genios literarios del siglo XX, autor de obras impagables como El barón rampante, donde la naturaleza, los árboles y el deseo de libertad cobran un protagonismo total. El botánico Bernabé Moya traza un retrato de la personalidad del autor italiano, influido de forma importante por el legado de investigación y ciencia de sus progenitores. El artista Fernando Fueyo ilustra este emocionante artículo

Esperamos que esta colección sea útil a cuantos cultivan flores y plantas ornamentales y que contribuya, resolviendo las dificultades, a reforzar su amor por el cultivo y el disfrute más puro de los sentidos y el intelecto

Eva Mameli (1886 – 1978) Mario Calvino (1875 – 1951)

El 29 de marzo de 1983, el escritor Italo Calvino imparte una conferencia a los estudiantes de la Graduate Writing División de la Columbia University de Nueva York.  A mitad de la exposición se hace una pregunta retórica. “¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana…”

El afamado literato siente una debilidad especial por la ciudad, el cine, el arte, el teatro, las fábulas y la literatura. Pero durante décadas se sentirá fuera de lugar. “Soy hijo de licenciados, mi padre era agrónomo, mi madre botánica (…) En mi familia solo los estudios universitarios eran considerados respetables; un tío materno era químico, profesor universitario, casado con una química (de hecho, tuve dos tíos químicos casados con dos tías químicas). Mi hermano es geólogo, profesor universitario. Yo soy la oveja negra de la familia.”

Él mismo iniciará los estudios universitarios en agronomía en la Universidad de Turín, pero los abandonará. La relación con los progenitores no va a resultarle fácil. Mi madre era una mujer muy severa, austera, rígida en sus ideas tanto sobre las pequeñas como sobre las grandes. Y también mi padre era muy severo y hosco, pero su severidad era más ruidosa, colérica, intermitente.”

«‘Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana», dice Italo Calvino en 1983

Italo Giovanni Calvino Mameli había nacido el 15 de octubre de 1923, en las dependencias de una estación experimental de horticultura en Santiago de las Vegas, en Cuba. Dos años después la familia regresa al Mediterráneo, a la ciudad de San Remo, en Italia, la patria familiar.

Durante décadas manifestará obstinadamente su aversión hacia el mundo natural. “No distingo nada que esté fuera de la ciudad, rodeado de vegetación”. El tablero en el que se juega la partida de la vida lo encamina hacia la literatura, pero la simiente está sembrada. Las plantas, la botánica y los árboles van a pasar a formar parte de sus novelas, relatos, artículos de periódicos, viajes y cuentos. Y, como cabría esperar, se presentan en una de sus obras más reconocida Las ciudades invisibles.

“Tu tablero, sire, es una taracea de dos maderas: ébano y arce. La tesela en la que se fija tu mirada luminosa fue tallada en un estrato del tronco que creció durante un año de sequía: ¿Ves cómo se disponen las fibras? Aquí se distingue un nudo apenas insinuado: una yema trató de despuntar un día de primavera precoz, pero la helada de la noche la obligó a desistir […]. Aquí hay un poro más grande: tal vez fue el nido de una larva; no de carcoma, porque apenas nacido hubiera seguido excavando, sino de una oruga que royó las hojas y fue la causa de que se eligiera el árbol para talarlo… Este borde lo talló el ebanista con su gubia para que se adhiriera al cuadrado vecino que sobresalía… La cantidad de cosas que se podían leer en un trocito de madera liso y vacío abismaba a Kublai; Polo le estaba hablando ya de los bosques de ébano, de las balsas de troncos que descienden los ríos, de los atracaderos, de las mujeres en las ventanas…”

Su madre, Evelina Mameli, había nacido el 12 de febrero de 1886, en la ciudad de Sassari, en la idílica, y por entonces muy atrasada, isla de Cerdeña. Es una mujer de talla menuda, muy tenaz y preparada, que no sin dificultades conseguirá ser la primera mujer en Italia, y también en Cuba, en ostentar una cátedra para la enseñanza de la Botánica. Las primeras contribuciones a la ciencia, siendo asistente voluntaria en el Laboratorio de Criptogámica de Pavía, versan sobre la flora micológica de Cerdeña. No duda en señalar que en la isla no hay ningún investigador de flora criptogámica. Ella misma alcanzará, décadas más tarde, la Dirección del Jardín Botánico de Cagliari.

Durante la Primera Guerra Mundial, Eva abandona las investigaciones botánicas para dedicarse a atender a los soldados heridos y a los enfermos de tifus, como voluntaria de la Cruz Roja, en la ciudad de Pavía.

«El escritor no dejará de preguntarse a lo largo de su obra hasta qué punto la razón y la ciencia pueden modificar la relación de la sociedad con el mundo»

Pero, aun así, en aquellos años difíciles, conseguirá publicar un trabajo científico de gran interés, aún en la actualidad, junto con el profesor y experto en plantas sin flores Gino Pollacci. Van a demostrar que la fijación del nitrógeno atmosférico libre en los vegetales superiores no es un privilegio exclusivo de las plantas de la familia de las leguminosas. Es decir, que otras muchas plantas, en la actualidad sabemos que la inmensa mayoría, pueden establecer relaciones de colaboración simbiótica con determinados hongos y bacterias que viven en el suelo. Estas investigaciones, a pesar del enorme interés científico y de su aplicación directa en la agronomía y en el ámbito forestal, serán ignoradas.

Eva ha conseguido evidenciar que los tejidos vivos de numerosas plantas, entre otras, los de la vid, presentan cordones de hongos en el interior de las células sanas de las raíces, que no son atribuibles a ninguna enfermedad de origen criptogámico. Europa está sufriendo la debacle de la plaga de la filoxera de la vid, que dejará a una generación de europeos sin vino y una ruina sin precedentes a los agricultores.

Paisaje de viñas por el artista Fernando Fueyo.

La polémica con otros investigadores mejor posicionados salta. La discusión se eleva de tono, y hay quien la acusa en publicaciones divulgativas, que ella calificará de “periódicos políticos”, de “no saber interpretar correctamente los resultados a causa de una observación superficial del fenómeno”. Tratan de desacreditar el hallazgo y su valía investigadora. Pero Eva, como buena sarda indomable, no se amilana y les responde en una publicación científica, no quiere alimentar una polémica basada en chácharas y contorsiones. “…me encantaría que él u otros hicieran su propia contribución a los hechos en cuestión, buscando, como hice yo, los cordones endocelulares en vides sanas, que afortunadamente no faltan en los viñedos italianos».

Un buen día del mes de octubre de 1920, Mario Calvino irrumpe en la vida de Eva. Tiene 45 años y acaba de llegar de Cuba, donde dirige una Estación Experimental de Agronomía y mejora de plantas, para participar en encuentros botánicos, adquirir material científico, comprar cuerdas para una guitarra y casarse.

«La madre de Italo Calvino, Eva, es una mujer segura, científica independiente y dispuesta a la acción, que no duda en dar un giro a su vida aceptando embarcarse en una aventura que la llevará a la exuberante isla tropical»

Aprovecha la breve estancia, y se presenta en Pavía. Al parecer se conocían únicamente de leerse en las publicaciones científicas, pero no se han visto nunca. Mario le propone matrimonio, Eva, 10 años más joven, acepta, y marchan juntos a Cuba. Es una mujer segura, independiente y dispuesta a la acción, que no duda en dar un giro a su vida aceptando un cambio tan repentino y lleno de incógnitas, para embarcarse en una aventura que la llevará a la exuberante isla tropical.

Mario Calvino, al que se ha definido como un “revolucionario tras las plantas”, había salido de Italia unos años antes de forma un tanto intempestiva por motivos políticos. Aprovecha la invitación que le hacen desde México. El país centroamericano se encuentra sumido en plena revolución social y desarrollo agrícola. Allí desempeñará diferentes cargos de responsabilidad -llegando a estar al frente de la Estación Agrícola Central de México-, entre 1909 y 1917.

Dada su excelente formación y gran capacidad de trabajo, lleva a cabo estudios y mejoras sobre las plantas forrajeras, el aguacate, la papaya, el agave de aguamiel, el olivo, la caña de azúcar, el maíz… Sin olvidarse de algo fundamental, la formación de los agricultores y campesinos mexicanos, publicando artículos de divulgación en numerosas revistas y periódicos, como el Diario de México.

Una muestra es el artículo, escrito en primera persona, y en castellano, “Por el Dr. Mario Calvino”, en 1912, publicado en la Revista de Agricultura, Comercio y Trabajo, bajo el epígrafe Alta Horticultura, que lleva por título Lo que me enseñó un insecto. Lo acompaña de variadas y excelentes fotografías e ilustraciones de lo observado y sobre la forma de reproducir la experiencia.

“Estábamos con el jardinero Pedro Gutiérrez cortando plantas de Achicoria de Bruxelles, que se habían dejado espigar para dar como forraje higiénico a los conejos, cuando me llamó la atención una de estas plantas, la que había desarrollado muchas más hojas basilares que las otras y, además, no había emitido el tallo floral, pero si había desarrollado las yemas basilares laterales, formando un gran macollo. La arranqué y encontré que su raíz había sido carcomida, de abajo para arriba, y vaciada internamente por una “gallina ciega” (gusano de coleóptero), de manera que se quedó sin el cilindro central. Este hecho provocó la enorme producción de hojas y brotes basilares e impidió que la planta desarrollara su tallo y saltara en flor, como las otras. Esta fue para mí una revelación y me puse luego a hacer este mismo trabajo “artificialmente”, con mi navaja de injertar, en algunas raíces de la misma Achicoria de Bruxelles, plantándolas enseguida. Estábamos en Agosto, en plena estación de lluvias (…). En diciembre las plantas estaban ya muy bien prendidas y desarrolladas en sus hojas y brotes basilares de una manera hipertrófica y magnífica. El resultado no admite dudas y hay que generalizarlo a todas las plantas, como la acelga, el apio, el perejil, la acedera, que se cultivan para sus hojas, cosa que emprenderemos en el nuevo año. Entretanto quedo muy agradecido a este gusano tan despreciado, el cual enseñó una cosa muy interesante a la horticultura mundial”.

La relación del escritor con el agrónomo tropicalista va a resultar compleja. Padre e hijo tardarán en comprenderse. Uno de los textos más autobiográficos de Italo Calvino El camino de San Giovanni, lo muestra.

Era difícil hablar. Ambos de naturaleza verbosa, poseídos de un mar de palabras, juntos permanecíamos mudos, caminábamos en silencio uno al lado del otro por el camino de San Giovanni. Para mi padre las palabras debían servir para confirmar las cosas, y como signo de posesión; para mí eran predicciones de cosas apenas vistas, no poseídas, presuntas. El vocabulario de mi padre se dilataba en el catálogo interminable de los géneros, las especies, de las variedades del reino vegetal -cada nombre era una diferencia capturada en la compacta densidad del bosque (…)-.

«Mario Calvino, al que se ha definido como un revolucionario tras las plantas, había salido de Italia unos años antes de forma un tanto intempestiva por motivos políticos»

Yo no reconocía ni una planta ni un pájaro. Para mí aquellas cosas eran mudas. Las palabras fluían en mi cabeza sin estar ancladas a objetos, sino a emociones fantasías presagios. Y bastaba un trozo de periódico pisoteado que terminaba entre mis pies para quedar absorto bebiendo de la escritura que surgía blanda e inconfesable -nombres de teatros, actrices, vanidad – y mi mente salía al galope, la cadena de imágenes ya no se pararía durante horas y horas mientras continuaba siguiendo en silencio a mi padre, que señalaba ciertas hojas en lo alto de un muro y decía: «Ypotoglaxia jasminifolia» (ahora invento los nombres; los verdaderos nunca los he aprendido), «Photophilla wolfoides» decía, (sigo inventando; eran nombres de este género), o tal vez «Crotodendron indica» (cierto ahora también podría haber buscado los nombres verdaderos, en lugar de inventarlos, incluso redescubriendo cuáles eran las plantas que mi padre me nombraba; pero habría sido hacer trampas en el juego, sin aceptar la pérdida que me he infligido, las miles de pérdidas que nos infligimos, para las cuales no hay vuelta atrás).

El escritor no dejará de preguntarse a lo largo de su obra hasta qué punto la razón y la ciencia pueden modificar la relación de la sociedad con el mundo. Obras como La hormiga argentina, La especulación inmobiliaria, Palomar, Marcovaldo, Las cosmicómicas, La nube de smog, Bajo el sol del jaguar, y por supuesto El barón rampante, evidencian un hecho incuestionable. No es posible entender la literatura de Italo Calvino si no se parte de los centenares de artículos y de las publicaciones de sus padres que él conservaba.

En el párrafo final de Las ciudades invisibles da pistas sobre la forma de sobrevivir en una sociedad en crisis, que parece haber perdido el rumbo. “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio».


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