Estamos en pleno otoño. Debido al extraño año meteorológico que hemos vivido, nuestros bosques comienzan a teñirse de amarillo con un poco más de retraso respecto a otras temporadas. En esta ocasión, el naturalista José Luis Gallego nos describe los paisajes de esta época y se detiene en un tipo de hábitat de gran belleza donde el agua y los árboles ofrecen estampas incomparables: los bosques de ribera y los chopos incendiados de amarillo son los protagonistas de este artículo
La península ibérica conserva algunos de los bosques de ribera más bellos del continente. Son arboledas relictas que se hallan en recesión y que ofrecen ahora, mediado el otoño, su mejor estampa para el paseo más íntimo confortable.
Y entre todos los bosques de ribera destacan por su belleza los que se hallan encajonados en las galerías de los cañones fluviales de la meseta castellana, siendo uno de los más espectaculares el trayecto del río Riaza que va del Embalse de Linares del Arroyo a Montejo de la Vega, en los límites provinciales de Burgos y Segovia.
Las cárcavas, peñas y barrancos que rodean el cauce en este tramo del Riaza forman desde 1974 el Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega. Un espacio protegido que, creado y gestionado por WWF y la Confederación Hidrográfica del Duero, alberga una de las colonias de cría más importantes de buitre leonado en Europa y dio origen al actual Parque Natural de las Hoces del Riaza: uno de los mejores lugares para ver aves en España.
El paisaje de las Hoces del Riaza es duro y agreste, con grandes parameras cubiertas de matorral abierto en las que abundan las plantas aromáticas (romero, lavanda, tomillo y otras) salpicadas de sabinas y enebros y algunos encinares y pinares entre los vallejos.


Sin embargo la austeridad del páramo se torna vivacidad cuando bajamos al río ante la variedad de árboles (olmos, fresnos, alisos y otros) y la sorprendente biodiversidad que albergan los bosques de galería que se abren junto al cauce. Un cauce que ya desde la lejanía nos van señalando las apuntadas hileras de chopos. Y es precisamente de ellos, de la magia de las choperas en otoño, de quien quiero hablarles compartiendo un recuerdo de juventud a orillas del Riaza.
Fue en un amanecer de otoño en el soto. Tras una tarde de tormenta y una noche especialmente ventosa, el sol iniciaba su tránsito en un cielo despejado que prometía una agradable mañana de paseo. Cantaba el petirrojo en la chopera y se escuchaba el ladrido del zorro retumbando contra la peña.
Al cruzar el viejo puente de madera junto a la pradera de Peña Portillo tuve una ilusión óptica: un espejismo que me dejó obnubilado; un truco de magia de la naturaleza.
Ocurrió que la lluvia y el viento habían desnudado a los chopos de sus hojas amarillas, que ahora flotaban sobre las quietas aguas del río forrándolo por completo, como si fuera un camino. Un camino amarillo dorado en el que apenas se vislumbraba su transparente agua.
Conservo nítidamente en la memoria aquel fogonazo de color, aquella efímera obra de arte en mitad del áspero paisaje montejano. Una ofrenda de la naturaleza que les invito a disfrutar en estos días: antes de que caigan las últimas hojas de los árboles.
Para ello basta con acercarse a cualquiera de nuestros bosques de ribera para pasearlos íntimamente. Especialmente las arboledas fluviales de la meseta castellana. Y entre todas ellas, las choperas de las Hoces del Riaza, donde estos días la naturaleza hace magia y lo convierte en el río amarillo.
