El sueño del lirón - EL ÁGORA DIARIO

El sueño del lirón

Por José Luis Gallego

Con la bajada de temperaturas, los pequeños animales silvestres se preparan para la supervivencia y una de las mejores estrategias es ponerse a cubierto e hibernar. El divulgador ambiental José Luis Gallego nos cuenta la aventura del lirón gris y su profundo sueño para renacer en primavera

Lirón gris (Glis glis) dormido.

La otoñada arrecia y el frío empieza a cuajar en el campo. Las nieves cubren ya las cumbres y en el bosque la escarcha aguanta hasta bien entrada la mañana. Así, los rigores de la temperie obligan a la fauna silvestre a poner en marcha sus mecanismos de adaptación antes de que llegue el invierno.

Aunque el calentamiento global esté alterando los ritmos fenológicos de algunas especies, quienes pudieron irse migraron hace tiempo, como en el caso de las aves estivales. Pero para buena parte de nuestros animales silvestres llega el tiempo de la supervivencia, y una de las estrategias más socorridas es ponerse a cubierto, enroscarse en uno mismo y echarse a dormir: hibernar.

Esa es la estrategia de uno de los roedores más bellos de nuestros bosques, el lirón gris. A medio camino entre un ratón de campo y una ardilla, este pequeño mamífero forestal luce una librea elegantísima. De color gris plateado el dorso y blanco puro el vientre, tiene una cola que parece un plumero, larga y densamente poblada, y que, como la de las lagartijas, no duda en soltar cuando alguno de sus enemigos (una gineta, un zorro o una garduña) lo atrapan por ella. Los científicos llaman a eso autonomía caudal.

Desde finales de verano y hasta hace apenas unos días el bello lirón no ha estado haciendo otra cosa que inflarse a comer: avellanas, hayucos, moras, frambuesas, frutos y semillas de todo tipo. Tampoco le ha hecho ascos a las lombrices o los grillos: el objetivo era acumular la mayor cantidad de grasa posible antes de que llegase el frío.

Ha estado comiendo con tal afán que por estas fechas casi doblaba su peso, siendo así, hecho una bola, como ha decidido retirarse a su madriguera (un hueco en un viejo tocón o un agujero entre las rocas) para hibernar.

La hibernación es un recurso común entre reptiles, anfibios, peces y pequeños mamíferos pues, debido a su reducido tamaño, estos animales tienen mayores riesgos de congelación cuando las temperaturas empiezan a precipitarse bajo cero. Además, la llegada del frío los deja sin alimento ya que el robledal o el hayedo serán pronto un bosque desnudo y casi vacío.

Por todo ello la decisión más sensata es retirarse, desaparecer de escena y dar tiempo al tiempo. Dormir para vivir: ésa es la estrategia. Sin embargo, lejos de ser un ejercicio placentero, hibernar no resulta un ejercicio exento de peligros pues comporta una serie de alteraciones en el organismo del durmiente que van a poner a prueba su capacidad de resistencia.

En el caso del lirón gris, y gracias a los aportes de comida de las últimas semanas, las glándulas sebáceas han ido llenando los depósitos de grasa que mantiene bajo la piel y de los que irá tirando para obtener la energía necesaria hasta alcanzar la primavera.

Es así como una de estas tardes (tal vez ayer o caso hoy mismo) confortablemente ubicado en el interior de su cubil, el lirón se acurrucará en el lecho de hojas secas, se abrazará a su propia cola e iniciará el más profundo y largo de los sueños.

Durante las horas y los días siguientes el organismo del pequeño mamífero empezará a dejar de realizar algunas de las funciones más vitales. Los riñones reducirán poco a poco su ritmo de trabajo para retener la mayor parte de líquidos, el ritmo cardíaco descenderá hasta convertirse en un lento palpitar apenas apreciable, la respiración se irá acompasando hasta hacerse casi imperceptible…

En los vasos sanguíneos se acumula la linfa mientras la temperatura corporal deja de ser regulada para descender hasta alcanzar la del cubil. El cerebro entra en fase de desconexión pasando a controlar tan solo las funciones más básicas. Los biólogos sostienen que de ese modo el lirón es capaz de bajar su temperatura corporal hasta los cero grados, pasando de las trescientas pulsaciones por minuto que mantiene en plena actividad a las apenas cinco o seis que mantiene mientras hiberna.

Es tanta la caída de la tensión vital que experimentan estos bellos durmientes del bosque que si cualquiera de nosotros observásemos a un lirón durante el descanso invernal pensaríamos que está muerto. Y eso es lo que hacen en realidad estos sorprendentes animalillos, morirse un poco, aunque no del todo.

Se trata de algo parecido a lo que hacen los árboles de su bosque tras dejar caer las hojas: siempre con la esperanza de renacer en primavera. En el caso del lirón, mientras ésta llega, unas sustancias de alto peso molecular situadas en el tejido celular de su cuerpo serán las encargadas de proteger los tejidos y evitar su congelación.

De ese modo, si su sueño no se ve fatalmente alterado (un brusco despertar le provocaría una muerte súbita) y el tránsito de las estaciones se sucede como de costumbre, una soleada mañana de mediados de abril el protagonista de este apunte se desperezará poco a poco y asomará la nariz de nuevo al bosque para saludar a la primavera, salir a comer algo y volver a la vida plena.


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