El viaje de las nubes - EL ÁGORA DIARIO

El viaje de las nubes

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

El pintor Fernando Fueyo, uno de los grandes artistas de naturaleza en España, y el experto botánico Bernabé Moya, eminencia internacional en el cuidado de árboles antiguos, inauguran columna en El Ágora, diario del agua. Mes a mes, reflexionarán sobre el agua, el arte, la cultura y la historia de la ciencia, ilustrando el artículo con una lámina especial. En esta entrega, la pasión de Goethe por el estudio de las nubes ocupa el  relato

“Un día maravilloso: un sol suave y claro, y un aire delicioso del oeste que juega con las ramas sin hojas y entre las verdes hebras de los pinos. No sorprende que los pinos, cuando ‘rompen a cantar / agitando su coro de penachos’, creen más melodía que otros árboles”

Susan Fenimore Cooper (1813 – 1894)

 

El tres de septiembre de 1786, a las tres de la madrugada, Johann W. Goethe abandona a hurtadillas la ciudad-balneario de Karlsbad, en la Bohemia. Da comienzo el Viaje a Italia, el más deseado: ¡Et in Arcadia ego¡. Se sube a una silla de postas ligero de equipaje, va provisto de una bolsa de paño y una mochila de piel de tejón, y a primera hora de una mañana nublada, y apacible llega a la ciudad de Zwota: “Las nubes altas eran alargadas y algodonosas; las inferiores más pesadas”. El magnífico espectáculo lo interpreta como un buen presagio. Su interés por las formas cambiantes de las nubes, el eterno sueño de los físicos: “Perpetuum mobile”, no dejará de crecer a lo largo de su vida.

El ciprés de la Anunciada, obra del pintor Fernando Fueyo. | Autor: Fernando Fueyo
El ciprés de la Anunciada, obra del pintor Fernando Fueyo. El ejemplar, de 400 años de edad, crece en el convento de las clarisas de la Anunciada en Villafranca del Bierzo (León). | Autor: Fernando Fueyo

El poeta y científico se apasiona con los fenómenos de la atmósfera con tal intensidad que le llevará a escribir un ensayo sobre meteorología. Lo espolea la lectura de la obra del farmacéutico británico Luke Howard, quien pasará a la posteridad como el “padrino de las nubes”, al publicar en la revista científica Philosophical Magazine, en 1803, el ensayo “Sobre la clasificación de las nubes”.

Las nubes pueden tener muchas formas, pero existen unos tipos básicos para los que establece tres categorías: “Stratus”, si se presentan formando capas o estratos; “Cumulus”, si se acumulan o amontonan; “Cirrus”, si se parecen a delgadas fibras o cabellos. Otra de sus aportaciones es que las nubes evolucionan entre estos tipos elementales. Estas ideas entusiasman a Goethe por su carga filosófica, poética y científica.

Con esta propuesta Howard se suma a las ideas del Siglo de las Luces, que están transformando la comprensión del mundo. Aplica a las nubes los principios de prioridad para la clasificación de los seres vivos que propone el médico y botánico Carl Linné, y como él las nombra en latín, idioma universal para la ciencia. No es el primero en intentarlo, en este momento histórico y de forma independiente, el biólogo francés Jean-Batiste Lamarck está tratando de clarificar los fenómenos ligados al movimiento del agua en la atmósfera. Pero propone una lista demasiado estricta en la que deben encajar como en un guante las formas siempre cambiantes de las nubes, algo imposible. En lo que si tiene éxito es en clasificarlas en función de la altura: altas, medias y bajas, una catalogación que aún perdura en la actualidad.

Por su parte, Goethe sostiene como en tantas otras cosas: “Todo lo que es o parece ser, todo lo que dura o pasa, no puede ser pensado de forma completamente aislada, completamente desnuda: una cosa va siempre imbuida, acompañada, revestida, recubierta de otra.

Los fenómenos atmosféricos juegan como ningún otro a la imprevisibilidad, pero aún así el escaso instrumental disponible en la época le permite vislumbrar que, aunque sean extraordinariamente complejos e inestables, no son casuales. Empiezan a abrirse claros en los misterios insondables en los que se mueven las nubes, y que hacen temblar a los campesinos cuando divisan en la lontananza una oscura, tenebrosa y violenta tormenta que amenaza las cosechas.

El ciprés es el árbol siempre vivo, el árbol inmortal que simboliza el cénit de la cultura del Renacimiento

Al autor de Fausto le causan admiración los instrumentos meteorológicos. Considera el barómetro fundamental para conocer el estado de la atmósfera y recomienda su uso para las predicciones del tiempo. Ha registrado cómo, en la orilla del mar, el mercurio se sitúa en el punto más alto del registro, mientras que cuando va ascendiendo por una montaña el mercurio del barómetro desciende paulatinamente.

Le fascinan las montañas y se dota de termómetros, manómetros y veletas, lleva a cabo largas y concienzudas observaciones de las condensaciones, la electricidad, los vientos, las estaciones, y por supuesto los cambios en los colores de las nubes.

Acompaña las anotaciones con dibujos y esbozos salidos de su propia mano. “Debido a su naturaleza, los cúmulos pueden verse principalmente flotando en una región intermedia: un montón de ellos pasan uno tras otro en largas filas, por arriba recortados, en el centro rechonchos, abajo rectos, como si se apoyaran sobre una capa de aire», escribe

«Si el cúmulo sube, lo absorbe el aire de arriba, que a su vez lo disuelve y lo transporta a la región de los cirros; si baja, se vuelve más pesado, más gris, menos receptivo a la luz, descansa sobre una base de nubes horizontal y alargada, y abajo se transforma en estrato. Vimos cómo estas formas pasaban en toda su variedad por el semicírculo del cielo de poniente, hasta que la capa inferior de nubes, más pesada, atraída por la tierra, se vio obligada a descender en franjas de lluvia”, añade.

Al autor de ‘Fausto’ le causan admiración los instrumentos meteorológicos

Goethe alargará su estancia en Italia durante mas de un año y medio. Está llevando a cabo el Grand Tour, el viaje que todo ilustrado está obligado a hacer como parte de su formación. Presta una gran atención a todo lo que va encontrando en el camino. Y de una forma exquisita y realmente sorprendente, a las plantas: dedica versos a los naranjos y limoneros en flor, estudia con detalle las hojas del palmito en el Jardín Botánico de Padua, una palmera que continúa viva en la actualidad, y que le servirá de inspiración para la teoría de La metamorfosis de las plantas. Y por supuesto al ciprés, el árbol siempre vivo, el árbol inmortal que simboliza el cénit de la cultura del Renacimiento.



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