Fardar a vapor... en un cisne - EL ÁGORA DIARIO

Fardar a vapor… en un cisne

Por Antonio Sandoval Rey

El escritor Antonio Sandoval nos acompaña en esta ocasión en un paseo histórico a bordo de dos automóviles muy singulares, cada uno de ellos relacionado, aunque de muy diferente manera, con el vapor de agua. Acudiremos al París de la ilustración y a la India todavía ocupada por los británicos. Y de allí viajaremos rumbo a este siglo en un cisne

Hacía casi siglo y medio que el primer vehículo autopropulsado había recorrido las calles del sur de París. Fruto del ingenio de Nicholas-Joseph Cugnot, con dos cilindros y tres ruedas, e impulsado por un motor de vapor de agua que precisaba de una inmensa caldera, el Fardier à vapeur se había abierto paso hacia la historia el 23 de octubre de 1769. No avanzaba muy rápido, solo a 4 km/h. Poca cosa, sí, pero suficiente para escribir otro capítulo inaugural más en la crónica del progreso de la automoción: dos años después de su primer arranque, una maniobra inadecuada provocó el primer accidente automovilístico del que se tiene noticia. El Fardier à vapeur (¿no suena a “Fardar a vapor”?) se empotró contra un muro de ladrillo. Aquello, sumado a la inmediata deserción de los inversores privados que apoyaban el proyecto, dio al traste con el invento, que acabó en un arsenal.

Nichola Joseph Cugnot.

Hacía siglo y medio, decía, de todo aquello, cuando otro vehículo no menos llamativo echó a rodar por las calles de Calcuta. Corría el año 1910 y los coches ya no se impulsaban a vapor, claro está, sino mediante el motor de explosión a base de gasolina inventado por Benz en 1886.

Aunque alcanzaba los 60 km/h, su objeto no era tanto ir de un sitio a otro como exhibir la descarada opulencia y la insolencia clasista de quienes llevaba a bordo. Su blanquísima carrocería imitaba de manera sobresaliente a un cisne gigantesco. Del morro nacía el cuello curvado del ave, de cerca de un metro de longitud y rematado por una cabeza perfectamente labrada en la que brillaban unos inquietantes ojos de ámbar, en particular de noche, cuando se encendían tras ellos unas pequeñas bombillas.

Todo su diseño estaba cuidado al detalle, y con escrupulosidad naturalista: el color anaranjado del pico, las plumas de latón que se superponían cubriendo el capó y el radiador… Incluso el sonido áspero de las ocho bocinas recreaba el reclamo indignado del animal que, en la leyenda griega, había elegido Zeus para disfrazarse para engañar a Leda.

Calcuta era entonces la capital de la India británica. Gandhi aún tenía 41 años y todavía vivía en Sudáfrica. Las calles de aquella metrópoli de casi un millón de habitantes estaban tan atestadas de gente como nos han enseñado a imaginar las novelas de Kipling y tantas películas de época. Avanzar por ellas en coche no era cosa sencilla. Ni aun disfrazándose de aparatoso cisne iban a lograr los endiosados imperialistas abrirse paso por entre las mareas humanas… ¿O sí?

El truco iba a estar, decidió su creador, en el vapor de agua. Mucho debió de disfrutar aquel excéntrico personaje, el millonario escocés Robert Nicholl ‘Scotty’ Matthewson, según daba forma a sus ideas, antes de enviarlas por correo a la J.W. Brooke & Co. Ltd. Fue en los talleres de esta, en Suffolk, Inglaterra, donde dieron forma a su capricho.

Swan Car. | Imagen: The Lowman Museum

El Brooke Swan Car, que así se llamó, estaba cubierto de marquetería en oro formando hojas de loto, y disponía de varios gadgets de extravagante utilidad. Por ejemplo, unos cepillos para limpiar los neumáticos de estiércol de elefante, o un sistema interno de telégrafo para indicar al chófer hacia dónde ir, y de este modo evitar la impropiedad de conversar con él desde los exclusivos asientos de seda. Con todo, su mejor secreto, el que le iba a abrir las abarrotadas calles de Calcuta tal y como Moisés separó las aguas del Mar Rojo, era un ingenio que conectaba el cuello del cisne con el sistema de enfriamiento del motor. Mediante él era posible disparar, a través del pico del ave, y contra quienes entorpecieran su avance, un chorro de vapor de agua muy caliente. ¿Qué mejor manera de fardar ante los invitados a bordo?

La policía de Calcuta no le vio la gracia al Brooke Swan Car. Tras su primer paseo por la ciudad, le prohibió terminantemente cualquier otro, una vez demostrada su notable capacidad para provocar, entre viandantes, elefantes y vacas, un caos muy complicado de gestionar.

Robert Nicholl ‘Scotty’ Matthewson no tuvo problema en encontrar de inmediato comprador para su juguete. Se lo vendió al Maharajá de Nabha, quien además de ser una persona fascinada por los cisnes disponía de la liquidez y el espacio privado suficientes para disfrutar de su adquisición. Y, probablemente, también de un sentido del humor muy parecido al del escocés.

Swan Car. | Imagen: The Lowman Museum

Y es que otro de los inventos que escondía el vehículo de Matthewson era un depósito situado en su parte trasera. A través de él, cuando sus ocupantes así lo deseaban, aquel cisne soltaba una mezcla de agua y cal idéntica a un enorme excremento de ave. Qué risa.

Así como el Fardier à vapeur de Nicholas-Joseph Cugnot fue el primer vehículo autopropulsado de la historia, acaso podamos considerar al Brooke Swan Car el pionero de esa corriente de diseño hortera y fardón que tan hábilmente ha sabido combinar, desde entonces, el peor gusto con el clasismo más opulento.

La familia del Maharajá tuvo en gran consideración a su nuevo coche. Tan así fue que, en 1920, fabricó para él un pollito: un vehículo eléctrico de mucho menor tamaño, con su cuello y su cabecita de cisne. Se cree que este otro fue el primer coche fabricado en la India. En 2008 la casa Tata, creada en aquel país en 1945, dos años antes de su independencia del Reino Unido, compró las emblemáticas marcas británicas Land Rover y Jaguar. Quien se lo iba a decir a Matthewson.

En cuanto al Brooke Swan Car, fue adquirido en subasta en 1990 por un museo holandés, quien lo puso a punto. En 1993 su rehabilitación ganó el Premio Montagu en el prestigioso Concours d’Élégance de Pebble Beach en California. Nada menos.


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