Gustave Doré, la fascinación del paisaje

Gustave Doré, la fascinación del paisaje

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

El pasado enero fallecía Fernando Fueyo, maestro de la ilustración de naturaleza y colaborador de nuestro diario desde el día de su fundación. Mensualmente hemos publicado sus acuarelas acompañadas de los textos del eminente botánico Bernabé Moya. Hoy ofrecemos este artículo póstumo, dedicado al ilustrador francés Gustave Doré, que nuestro recordado colaborador nos había dejado entregado para su publicación. Sirva de homenaje a su memoria

“En la lucha contra la realidad, el hombre sólo tiene un arma: la imaginación.”

 Théophile Gautier (1811 – 1872)

La irresistible atracción que causa en el espectador la contemplación de la obra del ilustrador, pintor y escultor romántico francés Gustave Doré permanece inalterable al paso del tiempo. Entre los sugerentes elementos que la conforman, el paisaje goza de una presencia cautivadora. Los hay históricos, bíblicos y satíricos, y desde luego excéntricos, cósmicos, infernales, idílicos y fantásticos. Sin olvidar los naturales, sean silvestres, alpinos, fluviales, marinos, desérticos o rurales. Escenas cargadas de significado que nos invitan a detener la lectura de las obras en las que se hallan inmersos en favor de la reflexión.

Nacido junto al caudaloso río Rin, bajo el beneficioso influjo de los frondosos bosques de los Vosgos, a los cinco años, Doré dibuja caricaturas en los márgenes de los cuadernos escolares. Con siete, toca el violín. Es un niño curioso e inquieto, que una tarde se escapa de casa para pasar la noche en el misterioso bosque del monte Saint-Odile, lugar de leyendas y peregrinajes.

A la edad de nueve años acompaña a su padre hasta los confines más escarpados de los Alpes. El progenitor es un ingeniero de caminos y puentes que supervisa la construcción del trazado del ferrocarril que unirá las ciudades de Lyon y Ginebra. «Como era de esperar, esta pintoresca educación que recibí desde muy joven despertó en mí un gusto desmedido por las montañas y los paisajes montañosos; placer que no ha decaído hasta hoy en día», escribirá años después.

Árboles asturianos. | AUTOR: Fernando Fueyo
Árboles asturianos. | AUTOR: Fernando Fueyo

«Entre los sugerentes elementos que conforman la obra del ilustrador, pintor y escultor romántico francés Gustave Doré, el paisaje goza de una presencia cautivadora»

En 1845, con 13 años, le publican su primera obra. A partir de los 15, los dibujos satíricos y parodias -en forma de bande dessinée o tiras de comic-, aparecen en los principales periódicos y revistas de humor de París evidenciando su extraordinaria capacidad narrativa para crear verdaderas «historias en imágenes». El joven creador dispone de un gran talento que lo llevará a convertirse en artista universal al ir depurando su habilidad de forma autodidacta con el ejercicio diario y el estudio. A los 33 años declara, desolado, haber publicado únicamente 100.000 dibujos.

A las tiras satíricas se vienen a sumar nuevos y ambiciosos proyectos para ilustrar las grandes obras de la literatura universal mediante xilografías: Los cuentos de Perrault, El Quijote de Cervantes, La Biblia, El Paraíso Perdido de Milton, el Rolando furioso de Ariosto, La Divina Comedia de Dante o El Cuervo de Allan Poe. Grabados en los que frecuentemente incide más en el paisaje que sobre las figuras y personajes, otorgándole la iniciativa en la escena. Los paisajes de Doré se mueven entre el naturalismo y la fantasía, entre el engaño y la alucinación. De una parte, invitan a la contemplación, de otra, conducen a la fábula, pero a pocos dejan indiferentes.

«Los paisajes de Doré se mueven entre el naturalismo y la fantasía, entre el engaño y la alucinación»

La visión de una Naturaleza dotada de extensos espacios cargados de misterio y simbolismo revela su atracción por el ideal romántico de lo «sublime», que, como sabemos, incorpora el sino de lo trágico. El murmullo de los árboles, como una lamentación; las oscuras nubes tormentosas, signo de mal augurio; el rugir del viento en el valle, cual jauría desbocada; las escarpadas y amenazadoras cumbres de piedra y hielo de las altas montañas; vigorosos torrentes precipitando las aguas en vertiginosas cascadas… Ejercen sobre él una irrefrenable atracción, que, en palabras propias, determinará sus gustos en materia de arte.

«He viajado mucho; he visitado todos los países que tienen grandes montañas, a saber, los Alpes, los Pirineos, las Sierras Nevadas. Para mí, estas montañas de los Vosgos, sin igualar a estas últimas en elevación, son superiores en todos los otros puntos de vista. Para empezar, no existen en ninguna otra parte bosques tan bellos como estos. La vegetación es de una riqueza y grandiosidad que sobrepasa a todo lo que he visto. Los árboles son de una elevación enorme».

Las deslumbrantes vistas panorámicas de paisajes alpinos, pirenaicos y escoceses que plasma en acuarelas, óleos y tintas de gran formato muestran una profunda serenidad mística que nos invita a adentrarnos. La naturaleza, los bosques y los árboles adquieren un papel protagonista y significante. «Todo aquí, al contrario, es movimiento y murmullo», reza en la leyenda de un árbol ciclópeo del que penden líquenes y lianas.

árboles
‘Pino del Escobón’, obra del pintor Fernando Fueyo.

En el óleo Paisaje de verano, eleva una pequeña porción de la naturaleza, un rincón poblado de hierbas silvestres y flores de jardín en plena explosión estival, a la categoría de gran paisaje de montaña. Doré nos ofrece, en una soleada y brillante jornada veraniega, una sugerente mirada al paisaje desde el punto de vista de un insecto.

Las espigadas inflorescencias de las malvas reales adoptan el papel de las apuntadas copas de las coníferas, mientras las glorias del alba lanzan al vuelo sus níveas flores acampanadas. El hinojo silvestre exhibe sus amplias umbelas terminales, delicadamente coloreadas de amarillo dorado, para que mariposas, libélulas y escarabajos las utilicen de plataforma de vuelo. No faltan las margaritas, el diente de león, los cardos, un buen puñado de gramíneas silvestres y muchas otras delicadas, coloridas y humildes hierbas del campo. La profusión y exuberancia de las plantas florecidas junto con los arrebatados vuelos de los insectos se metamorfosean ante nuestra asombrada mirada. Una infinidad de pétalos y alas multicolores se transfiguran unas en otras. En primer plano, oculta entre las hierbas, una guadaña oxidada. Al fondo, entre brumas, una fortaleza en ruinas. La fugacidad de la existencia está sugerida.

«El pintor galo sentía una predilección especial por España y realizó varios viajes a partir de 1862»

El pintor galo sentía una predilección especial por España. En una serie de viajes, que dieron comienzo en 1862 en compañía del barón Jean-Charles Davillier, recorrieron gran parte de la geografía tomando notas, trazando bocetos y elaborando dibujos y crónicas. Por su parte, Davillier conocía bien España, la había visitado con anterioridad en diversas ocasiones seducido por el país y sus costumbres, entregado a la pasión de las artes decorativas y el coleccionismo de antigüedades. El barón era uno de los principales mecenas de la colonia artística española que residía en París. «España es quizás el país del mundo del que más fábulas y falsedades se han contado», afirmó.

Una obra de Fernando Fueyo titulada 'Árboles asturianos'. | AUTOR: Fernando Fueyo
Una obra de Fernando Fueyo titulada ‘Árboles asturianos’. | AUTOR: Fernando Fueyo

Inicialmente, las impresiones que les causan las sucesivas estancias en España se publican por entregas, entre 1862 y 1873, en Le tour du Monde, una de las revistas de viajes más prestigiosas de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX en Europa. En donde se dan a conocer las exploraciones y aventuras más deslumbrantes del momento: Livingstone, Stanley, Brazza, Scott, Amundsen. Los apasionantes relatos se acompañan de las fotografías obtenidas por los viajeros, y de mapas y xilografías elaboradas por grandes ilustradores.

Los textos de Davillier, junto con 309 ilustraciones de Doré, serán reunidos en 1874 bajo el título L’ Espagne. Dado el éxito con el que es acogida la obra, a los pocos meses es traducida al italiano, dos años más tarde al inglés y en 1878 al danés. La primera edición en castellano, que se publicará con el título Viaje por España, no verá la luz hasta 1949, acompañada de un estudio del dramaturgo Antonio Buero Vallejo.

«Las deslumbrantes vistas panorámicas de paisajes alpinos, pirenaicos y escoceses que plasma nos invitan a adentrarnos»

Los paisajes que recogen en sus andanzas estos dos viajeros ilustrados nos presentan la riqueza y variedad de ambientes a lo largo y ancho de la geografía española. Los árboles, la vegetación y los bosques toman la palabra en las xilografías. En la frontera, tras su entrada por los Pirineos orientales, bosques muy abiertos de alcornoques. Al sur de Valencia, naranjos de porte arbóreo. Vegetación de ribera a la orilla del Guadalquivir, y también frondosas vistas arboladas de la Sierra de Ronda. Los angostos desfiladeros de Despeñaperros los muestran desarbolados, mientras en Extremadura nos ofrecen la vista de una densa arboleda con árboles grandiosos. De su paso por los jardines de Aranjuez, unas magníficas avenidas arboladas de la residencia Real. En la provincia de León, choperas junto al río. Campos de olivos, algunos monstruosos, en Zaragoza. En la isla de Mallorca, una panorámica de la costa de Deyá con paisaje adehesado. En La Mancha, uno de sus destinos preferidos, pinos piñoneros y los emblemáticos molinos de viento del gran Cervantes entre cardos borriqueros.

Los árboles, la vegetación y los bosques toman la palabra

Como cabía esperar, el viaje de estos buenos amigos tiene más objetivos. En palabras del barón: «(…) nos regalarás a tu regreso un espléndido Don Quijote, muy español, con paisajes verdaderamente españoles, impregnados de sol y de ese color local de que te habrás imbuido una vez que recorras los polvorientos caminos de la Mancha, pisados por el valiente manchego y su fiel escudero».

Para Buero Vallejo, el resultado es revelador: «El conocidísimo grabado inicial donde vemos a Alonso Quijano enfrascado en sus libros, declamando para el hipotético mundo de gigantes, caballeros, enanos y doncellas menesterosas que le rodean en loco torbellino, es, por decirlo así, la garantía de la comprensión puesta al principio del libro por el ilustrador». Las icónicas imágenes de don Quijote y Sancho Panza con las que nos manejamos hoy en día se las debemos a Doré, en ellas creemos ver a los auténticos personajes y a las verdaderas escenas cervantinas.

Castaños dibujados por Fernando Fueyo.
Castaños dibujados por Fernando Fueyo.

Por su parte, en las Fábulas de Jean de la Fontaine, el realismo fantástico de las ilustraciones de Doré viene a multiplicar el impulso dramático de las narraciones. El pintor trasmuta la poesía del fabulista galo -su sabiduría sonriente y desafiante y la lección moral y social cómicamente dramática-, para llevar a cabo una reflexión sin concesiones sobre la condición humana. Cada fábula está ilustrada al inicio con una viñeta dispuesta en forma de banda, que se muestra fiel a los afilados versos. Frecuentemente, se acompañan de una segunda plancha de gran tamaño en la que el ilustrador presenta una visión más personal del tema.

El leñador y Mercurio es, en origen, una de las fábulas de Esopo más populares sobre el abuso, en la que un humilde leñador pierde su preciada hacha con la que se gana la vida talando el bosque. El ilustrador nos presenta en la viñeta de cabecera al protagonista llevándose las manos a la cabeza. Junto a él, algunos troncos abatidos, al fondo de la escena la rica y densa espesura del bosque. En la segunda plancha nos invita a observar los acontecimientos desde el otro punto de vista, el del bosque. El leñador, postrado de rodillas con los brazos alzados, clama desesperado en mitad de una infinitud de gigantescos árboles aniquilados. Ha transformado el fabuloso paisaje arbolado en un horizonte interminable de tristes osamentas. Poco queda del bosque antiguo para desesperación de Doré, de Fernando Fueyo y la nuestra.




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