En esta ocasión nuestro columnista Julián H. Miranda aborda una publicación: Habitar el agua, que rescata en una ambiciosa investigación de Ana Amado y Andrés Patiño la iniciativa impulsada por el Instituto Nacional de la Colonización desde finales de los cuarenta hasta los setenta del pasado siglo para que se asentaran miles de colonos españoles cerca de las cuencas hidrográficas en 300 puntos de nuestra geografía
Recientemente se acaba de publicar Habitar el agua, con el subtítulo La colonización en la España del siglo XX, un libro promovido por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y editado por Turner. Un trabajo editorial impecable, realizado por Ana Amado, arquitecta y fotógrafa, y Andrés Patiño, arquitecto e investigador, que han explorado uno de los fenómenos migratorios más relevantes del siglo pasado en España.
Han recorrido, fotografiado y analizado durante tres años una treintena de poblados españoles, de los más de tres centenares de asentamientos que impulsó el Instituto Nacional de Colonización, desde los años cuarenta hasta los setenta del siglo pasado, auspiciado por el régimen franquista e inspirado en una experiencia similar desarrollada en Italia, aunque también hubo otros impulsados por regímenes autoritarios del período de entreguerras en Europa.


Su trabajo de investigación establece los paralelismos entre esta iniciativa y la que puso en marcha Mussolini en Italia desde 1932 a 1939 y nos da a conocer historias de esos miles de colonos y de sus descendientes, que buscaron asentarse cerca de las cuencas hidrográficas españolas.
El libro también plasma la huella de la arquitectura y del paso del tiempo en esos lugares. Un enfoque poliédrico que permite huir de la simplificación y ofrece una lectura abierta de esos asentamientos urbanos situados cerca de los recursos hídricos, porque eso garantizaba el flujo de la vida.
Esta publicación, en gran formato, tiene un afán divulgativo y contiene numerosas fotografías y breves textos de más de 20 autores: escritores como Ana María Matute, Julio Llamazares, Nativel Preciado; arquitectos como Antonio Fernández Alba o Fernando de Terán; sociólogos como María Ángeles Durán; la fotógrafa Sofía Moro; del italiano Antonio Pennachi, por citar algunos de ellos, y por supuesto de Ana Amado y Andrés Patiño.


En la primera parte del libro se recogen una selección de fotografías históricas de Joaquín del Palacio “Kindel”, gracias a la generosidad de su familia. Muchas de esas instantáneas se han mantenido en el imaginario de varias generaciones de arquitectos, urbanistas, fotógrafos y de observadores españoles por la fuerza de las mismas.
El libro se estructura en cuatro capítulos, además del texto institucional del Ministerio de Agricultura. El primero de ellos es una introducción de Ana Amado y Andrés Patiño, titulado La belleza de lo que nació pobre; que da paso a La memoria del agua, con numerosas imágenes y 10 breves textos; el tercero es el momento del Agua habitada, con otras 10 colaboraciones; y el último El antecedente italiano, con dos aportaciones, la primera más descriptiva sobre el Agro Pontino, y la segunda una rememoración más personal del licenciado en Letras Antonio Pennacchi.


En la primera parte Ana Amado y Andrés Patiño recogen algunas cuestiones que les han llamado la atención como la musicalidad de los topónimos de algunos de esos asentamientos rurales en los que vivieron los colonos: Vegaviana, Esquivel, Miraelrío o Cerralba; y el tipo de arquitectura casi siempre blanca. A través de solo 12 páginas nos acercan al contexto histórico de un país devastado tras la Guerra Civil.
España era una economía autárquica, aislada durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra europea, que se empezó a suavizar a comienzos de los años cincuenta. El objetivo del Instituto Nacional de la Colonización en ese período fue ampliar la superficie de terreno cultivable poniendo en regadío nuevas zonas abastecidas por pantanos, muchos recién construidos.
Durante 32 años se fueran produciendo los asentamientos, muchos de ellos en Andalucía y Extremadura, pero también en Galicia, Castilla y León, Navarra, Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha, Valencia o Murcia.
En ese proceso de asentamiento era muy importante la tutela del INC para que los colonos cumplieran los objetivos de la economía productiva, además de intentar perpetuar las bases ideológicas del franquismo, como como la propaganda que se distribuía a través del NO-DO, principal instrumento de exaltación del régimen político imperante.


Mención especial tuvo la fotografía en la difusión de la arquitectura como un objeto de consumo más y ahí emerge la figura de Kindel, que actualmente está considerado un captador de imágenes sereno que dejó miles de fotos del primer desarrollismo español y los principales logros de algunos de los mejores arquitectos españoles en esos poblados: José Luis Fernández del Amo, Carlos Arniches, Alejandro de la Sota, José Antonio Corrales, sin olvidar la huella que dejaron artistas plásticos como Manuel Millares, Pablo Serrano, Rafael Canogar, José Luis Sánchez o Julián Gil. Casi todos ellos se inclinaron por una sublimación estética con una gran economía de medios, alejados del ornamento.
Otros aspectos que se analizan en el libro son, por ejemplo, la importancia que tenían las iglesias como elementos centrales de esos poblados, algo característico de un régimen como el franquista. También es destacable la tipología de viviendas que se construían: un proyecto urbanístico ambicioso para albergar a más de 60.000 familias, ideado con criterios funcionales y teniendo en cuenta las dependencias agrícolas y la topografía del terreno y el clima. También era fundamental en los nuevos poblados la escuela, así como las infraestructuras hidráulicas de poblaciones que no siempre eran homogéneas.




La segunda parte, La memoria del agua, centra en buena parte la importancia que tuvo Kindel para preservar ese trozo de memoria histórica, porque como recuerda Nativel Preciado, el fotógrafo tenía “un enorme sentido estético, el talento innato de su mirada, su forma de encuadrar y su especial habilidad para retratrar las luces y las sombras”.
Por su parte, Julio Llamazares añade que las fotos publicadas reflejan que el estilo imperante de la arquitectura está más cerca de la Bauhaus y de otras corrientes modernas europeas. De Ana María Matute se ha incluido un fragmento de El río, publicado en 1963, donde recuerda: “Después de once años, he vuelto a Mansilla de la Sierra, el paisaje de mi niñez. El pantano ha cubierto ya el viejo pueblo, y un grupo de casas blancas, demasiado nuevas y como asombradas, resplandecen en el verdor húmedo del otoño”.
La tercera parte, El agua habitada, contiene 10 colaboraciones, la mayor parte de arquitectos y también la mirada de una fotógrafa como Sofía Moro o de una prestigiosa socióloga como María Ángeles Durán, Premio Nacional de Investigación en Sociología 2018. Esta pone el foco en la vida de las mujeres y en el poder de la imagen a través de la estética de Kindel, que proyectó también la evolución de la mujer en ese período y el legado que dejaron con su esfuerzo para las generaciones posteriores esas mujeres rurales


Tanto Antonio Fernández Alba como Ángel Cordero destacan la labor que hizo como arquitecto José Luis Fernández del Amo para el INC. Fue una respuesta sencilla, moderna, que integraba arquitectura y arte, gracias a su mirada sensible. Fernández Alba se detiene en el pueblo sevillano de El Priorato y en el de Cerralba en Málaga, mientras que Fernando de Terán da su visión de otros dos asentamientos, Setefilla y Sacramento.
Por su lado, el profesor de la Universidad de Cartagena Miguel Centellas resalta la integración del arte en las iglesias en las que podían encontrarse creaciones de Mompó, de Arcadio Blasco, José Luis Sánchez o Ángel Atienza. Y casi como colofón del capítulo un texto de Pablo Rabasco, Pueblos de tierra, sobre la tipología de las condiciones sociales y lo que tuvo de experimento esta actividad rural.


Por último, El antecedente italiano, en el que Ana Amado y Andrés Patiño analizan los paralelismos coincidentes del primer franquismo con la iniciativa de Mussolini, que también concibió la exaltación de la ruralidad en la década de los 30, unas décadas antes de lo que se hizo en España.
La experiencia en el Agro Pontino, un espacio de menos de 1.000 kilómetros cuadrados al sur de Roma pero que tenía abundante recursos hídricos y donde se desarrolló durante siete años un concepto similar en cinco ciudades principales: Littoria, Sabaudia, Pontinia, Aprilia y Pomezia, todas ellas fundadas entre 1932 y 1939.
Y para terminar un texto muy personal de Antonio Pennacchi que habla de personas ya desaparecidas que habitaron en Sabaudia y Aprilia como su amigo Giorgio Muratore, con un leve recuerdo a momentos vividos en Aprilia, un lugar al que acudían en las fiestas de finales de septiembre cantantes italianos como Claudio Villa y Patti Bravo.
