Cuando nos adentramos en las profundidades marinas, una explosión de biodiversidad sale a nuestro encuentro. Esta semana, el naturalista José Luis Gallego nos invita a detenernos ante el coral rojo de la Costa Brava, conocido como ‘Sangre de Toro’. Una especie que, lamentablemente, forma parte de nuestro patrimonio natural amenazado y que está desapareciendo silenciosamente
En este año de la biodiversidad, en el que se van a suceder los encuentros internacionales para promover su conservación, es necesario reseñar lo que está ocurriendo en los océanos.
La pérdida constante de biodiversidad marina se produce en silencio. Nadie parece echar en falta a unos organismos que en realidad nunca existieron para la gran mayoría, por eso los medios de comunicación prestamos tan poca atención a lo que está sucediendo ahí abajo. Excepto nosotros: excepto El Ágora.
Si hace unas semanas dábamos cuenta de la delicada situación que está atravesando el tiburón blanco en el Mediterráneo, quiero proponerles desde este rincón del diario dirigir la mirada submarina hacia otra criatura no menos fascinante que podría desaparecer en los próximos años: el coral rojo de la Costa Brava.
Para empezar, una rectificación necesaria, y es que al hablar del coral no estamos refiriéndonos a una criatura en concreto, pues más que un organismo es una colonia: un grupo de seres vivos que han decidido vivir asociados dando estructura al ramillete que da forma al coral.


El coral es en realidad el edificio dónde viven los pólipos, que son sus organismos vivos. De hecho, hasta hace poco más de un siglo se creía que este ser vivo era una variedad de planta o alga submarina. Hoy en día sin embargo la ciencia clasifica a los diferentes corales dentro del reino animal, clase de los antozoos y orden de los gorgonarios. Disculpen las palabrotas científicas pero siempre es bueno empezar por el principio.
El norte del litoral catalán y algunos tramos la costa balear, como las bahías de Alcudia y Pollença o el canal de Menorca, acogen las zonas del Mediterráneo más ricas en coral, siendo la Costa Brava una de las zonas coralinas más famosas del mundo. Y es que en sus fondos se oculta una variedad muy preciada: el famoso coral rojo (Corallium rubrum) renombrado aquí como “Sangre de Toro” por la viva tonalidad de sus ramilletes.
De un color rojo intenso, casi granate, este escaso tipo de coral hace las delicias de los joyeros, para quienes alcanza el valor del diamante o del más precioso de los metales preciosos. Debido a ello, los fondos rocosos que van desde Palamós al Cap de Creus vienen sufriendo desde antaño un intenso expolio que ha situado a esta delicada especie, una de las que tienen una tasa de crecimiento más lento, al borde de la extinción. Y es según las organizaciones que velan por su protección, un kilo de coral rojo puede llegar a alcanzar un precio de hasta 6.000 euros en el mercado de contrabando.


Pero más allá de la seductora belleza que muestra al emerger en las redes de un coralero y ser trabajado en el obrador del orfebre, más allá de su condición de joya de la naturaleza que lo convierte en símbolo de riqueza, el coral rojo forma parte de nuestro patrimonio natural amenazado. También es biodiversidad, una biodiversidad que podríamos perder para siempre si no se toman medidas urgentes para protegerlo de manera mucho más estricta.
En 1955 el “Calypso” el buque oceanográfico del comandante Jacques Cousteau ancló frente al pequeño archipiélago de las Islas Medas para realizar un documental sobre su flora y fauna, destacando la singular belleza y el alto valor ecológico de sus campos de coral rojo, y exigiendo que se tomaran medidas urgentes para protegerlos.
Desde entonces se han creado reservas marinas (como la que protege los fondos de las propias Islas Medas) y se han aprobado normativas legales que restringen su captura, estableciendo un sistema de licencias y cupos con el objetivo de regular y controlar las extracciones. Pero los furtivos siguen empleando métodos cada vez más sofisticados para escapar al control de los agentes medioambientales y siguen esquilmando las colonias.


Quienes hemos tenido la oportunidad de bucear entre esas colonias, cautivados por su belleza, no alcanzamos a entender como el coral rojo pueda llegar a desaparecer en silencio, por eso reclamamos medidas mucho más resolutivas, como la suspensión de todas las licencias y la declaración de una moratoria de pesca indefinida.