La dolorosa crisis que ha provocado el coronavirus nos da la oportunidad de un nuevo comienzo. Debemos dar inicio a una nueva era basada en un modelo de desarrollo más limpio, equilibrado, justo y sostenible, ajustado a los límites del planeta. Habíamos perdido el norte como especie, pero ahora esta tragedia nos ha puesto delante nuestro camino
Sabíamos que todo tenía que cambiar. Nada podíamos esperar ya de un modelo económico cuyo mantenimiento era ambientalmente insostenible, que venía mostrando desde hacía décadas síntomas claros de agotamiento y nos abocaba directamente al fracaso.
Por eso quienes ahora hablan de la urgente necesidad de “volver a la normalidad” para reactivar de nuevo la economía se equivocan. Porque nada, por suerte, va ser como antes; nada volverá a la obsoleta “normalidad” de ayer. Y eso en muchos aspectos es una buena noticia.
El parón ha sido demasiado abrupto, es cierto, y lo que es peor: demasiado doloroso. Con cerca de 20.000 fallecidos en nuestro país al escribir este apunte, nada es comparable a la profunda tragedia, el enorme desgarro que estamos sufriendo como sociedad ante tantas muertes. Ninguna otra apreciación debe anteponerse a la solidaridad con los familiares y allegados de las víctimas del COVID-19.
«Habíamos perdido el norte como especie. Habíamos olvidado que nuestro planeta tiene límites»
Reseñado tan inasumible coste, lo cierto es que pronto nos veremos ante la oportunidad de reiniciar el sistema y empezar a trabajar de nuevo. Pero esta vez no bastará con instalar un nuevo programa, sino que deberemos sustituir el sistema operativo.
Estamos ante un cambio sistémico, una transformación tan profunda que requería un proceso disruptivo para tener inicio. Y ese proceso se ha dado: lo estamos sufriendo, y vamos a superarlo.
Mi admirado y querido amigo Eudald Carbonell, co-director de los yacimientos de Atapuerca, Vicepresidente de su Fundación y uno de nuestros arqueólogos de mayor prestigio internacional, lo resumía audaz y diáfanamente en una entrevista concedida hace un par de semanas a este mismo diario. “Las estructuras jerárquicas del poder –declaraba el profesor Carbonell a El Ágora– son gigantes con pies de barro pensadas desde la economía y la geopolítica y no desde la socialización del pensamiento y el conocimiento. Y esto no favorece la adaptación del hombre al planeta”.
Habíamos perdido el norte como especie. Habíamos olvidado que nuestro planeta tiene límites y que dichos límites marcan forzosamente los límites de nuestro desarrollo.
«¿De qué manera nos relacionaremos a partir de ahora con la energía, con los recursos naturales, con los residuos, incluso entre nosotros?»
Lo que muchos dieron en llamar como antropoceno es en realidad la era del disparate, por lo que es imprescindible replantearnos el modelo de desarrollo que nos traído hasta aquí (“habrá que renunciar a la globalización” se atrevía a proclamar Carbonell en la entrevista). El antropoceno no es una era sino una quimera. Ahora tenemos la gran oportunidad de dar inicio a otra basada en un modelo de desarrollo más limpio, equilibrado, justo y sostenible, ajustado a los límites del planeta.
Como todo cambio, el que estamos a punto de experimentar va a generar muchas dudas, pero también va a dar respuesta a otras. El borrador de la Estrategia Española de Economía Circular, al que la crisis sanitaria ha pillado en su última fase de borrador y exposición pública, ya planteaba las mismas preguntas que ahora nos hacemos todos.
¿Cómo será la industria española en el 2030? ¿Cómo diseñaremos y fabricaremos, ofreceremos servicios o produciremos bienes? ¿De qué manera nos relacionaremos a partir de ahora con la energía, con los recursos naturales, con los residuos: incluso entre nosotros? ¿En qué trabajaremos y cómo nos formaremos para ello?
«Hay que resetear un sistema que había caducado mucho antes de la dolorosa y costosísima crisis humanitaria provocada por el COVID-19»
Estas cuestiones y muchas otras relacionadas con nuestro futuro desarrollo son las que se recogen en este interesante documento impulsado por el Gobierno de España en colaboración con las comunidades autónomas y la Federación Española de Municipios y Provincias. Un borrador que debería convertirse en guía de inicio, en motor de arranque para resetear un sistema que había caducado mucho antes de la dolorosa y costosísima crisis humanitaria provocada por el COVID-19.
Buena parte de lo que se expone en esta estrategia se recoge en el Pacto Verde Europeo que la actual Comisión presidida por Ursula von der Leyen adoptó como hoja de ruta para su mandato. Se trata ni más ni menos que del nuevo modelo económico que va a seguir la UE en esta década y que contempla, entre otras, la ampliación de las inversiones en campos como la movilidad sostenible, las energías renovables, la rehabilitación de edificios para mejorar su eficiencia, la investigación e innovación, la recuperación de la biodiversidad o la economía circular.
En una carta dirigida a las autoridades de Bruselas y firmada por trece ministros con competencias en medio ambiente y energía, entre los que se encuentra la Vicepresidenta Cuarta y Ministra para Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, éstos reclamaban que la hoja de ruta del Pacto Verde europeo no sea sustituida por ninguna alternativa que ponga en peligro nuestro entorno y nuestro bienestar colectivo, exigiendo que el EU Green Deal sea “la gran palanca para la recuperación tras la crisis provocada por la pandemia”. Esperemos que así sea.