El naturalista José Luis Gallego se estrena en El Ágora con un texto que nos transporta hasta la magia del agua. Estampas que al cerrar los ojos envuelven al lector y le hacen saborear el contacto con la naturaleza, los sonidos, los olores, las sensaciones… Con este trabajo inaugura un nuevo rincón en el que sumergirnos: «El agua y la vida».
No sé a qué mandato cerebral obedece pero lo cierto es que soy incapaz de pasar junto al agua sin dejar de acudir de inmediato a ella. Playas y ríos, fuentes o lagunas, torrentes, puertos, ibones, incluso balsas de riego: no importa la naturaleza del agua ni su condición de libertad. Siempre he sentido el impulso atávico de arrimarme a ella, mirar en sus adentros, agacharme para acariciar su lámina o zambullirme en sus profundidades.
Si atiendo a mi condición de naturalista la respuesta a ese efecto imán es obvia pues, como a mí, el agua atrae como un imán al resto de formas de vida con las que compartimos existencia: incluso las contiene.
Peces, aves, ranas y sapos, lombrices, efímeras, caracoles, notonectas, zapateros, nutrias, tritones y salamandras, pulgas de agua, libélulas… El agua es la gran placenta de la vida en el planeta y el mayor ágora de la naturaleza.


Esa capacidad de convocatoria, esa facultad para congregar a las diferentes formas de vida, hacen que junto al agua o dentro de ella, se den los momentos más dichosos para el amante de la naturaleza.
Ser feliz sobre el puente de piedra, observando a las golondrinas que pueblan el aire en su constante ir y venir desde las calles del pueblo hasta la orilla del río para pellizcar con el pico el barro con el que construyen sus nidos.
Mirando a las inquietas lavanderas en su constante saltar sobre las rocas del cauce para cazar mosquitos, al mirlo acuático buceando para levantar las piedras del fondo en busca de gusanos, a las ratas de agua entrando y saliendo de sus madrigueras bajo los juncos.
He sido inmensamente feliz viendo a las nutrias jugando con un barbo al pie de una cárcava en el Boquerón del Estena, en ese paraíso natural que es el Parque Natural de Cabañeros (el Serengueti ibérico). Observando atónito al martín pescador, la flecha azul, probablemente el pájaro más bello de la fauna ibérica, sobrevolarme a un palmo de la cabeza mientras me bañaba en el río Riaza, regalándome un instante efímero de felicidad plena.


Me he embelesado viendo a las libélulas patrullando como helicópteros de guerra la superficie flotante de las lentejas de agua en las lagunas de Ruidera, por entre las que asomaba la cabeza un galápago y saltaba una reineta. Me he dormido a la sombra de un sauce escuchando cantar a la oropéndola, el ruiseñor o el carricerín: todos ellos pájaros del agua, bellísimos embajadores de la vida silvestre.
Toda esa agua gestante, esa fecundidad que acogen los ecosistemas acuáticos, conforma uno de los tesoros más valiosos de nuestra naturaleza. Por eso quienes amamos la vida silvestre y procuramos mantener contacto con ella nos sentimos embajadores del agua: sus máximos valedores, dispuestos a defender en todo momento su derecho a la transparencia, la abundancia y la libertad.
De todas las emociones que me ha propiciado la vida junto al agua, de todos los desvelos que me produce su uso como recurso, desde el más firme compromiso con su defensa, iré dándoles crónica de ahora en adelante desde este rincón de El Ágora: el diario del agua.