La piel de la ría, por Antonio Sandoval

La piel de la ría

Por Antonio Sandoval Rey

Los zarapitos trinadores crían en primavera en Islandia o Escandinavia y pasan el invierno en los cálidos trópicos de África. Justo ahora, cruzan España en su migración estacional. Desde la orilla de una ría gallega, el naturalista Antonio Sandoval los ve pasar y dibuja esta estampa de observación de la naturaleza que es una oda estimulante sobre el ritmo de las estaciones, las nubes y las aves en la que tiene cabida hasta Sylvia Plath

Zarapitos trinadores (‘Numenius phaeopus’), en la orilla del mar. | FOTO: Steve Estvanik

Es una canción antigua, que cambia cada día. Esta vez repican en ella los reclamos de varios zarapitos trinadores, aves del norte que se han detenido unas horas en su viaje hacia el sur. Suenan como un aviso repetido con insistencia: ¡El verano se acaba, falta cada vez menos para el equinoccio!

El viento del suroeste se enreda en las frondas de los sauces que bailan sobre mí, y zumba en mis oídos cuando lo encaro para imaginar que me deslizo, veloz, tiempo adentro. En su camino hacia aquí, sus ráfagas levantan multitud de olas infantiles que hacen carreras hasta esta orilla. Las escucho chapalear en el limo y las rocas, como descifrando los matices de su alboroto.

“Permaneces bajo las hojas, tus pies en los bajíos. / Ella te observa desde el comienzo del mundo”, escribió Ted Hugues en su poema Bajamar, en el que otra ría es “una hermosa mujer ociosa”, “recostada, aburrida y achispada”.

Zarapito trinador (‘Numenius phaeopus’) alzando el vuelo en una ría. | FOTO: Alitellioglu

«Los zarapitos trinadores suenan como un aviso: ¡El verano se acaba, falta cada vez menos para el equinoccio!»

Desde la bocana, el océano llega como una sola pulsación, tan lenta que intentar comprenderla invita al vértigo. Es la marea, que crece. La luna sonríe muy arriba. Miro hacia lo lejos, por donde viene este otro cambio de ciclo. Vibran allá, en mar abierto, los borreguillos. Sus efímeras vidas van subrayando el horizonte, como si alguien tecleara desde las profundidades el único alfabeto de verdad capaz de atrapar la poesía.

Sylvia Plath escribió: “Mi visión del mar es lo más claro que poseo”. Fue al comienzo de su último ensayo, escrito para ser leído ante un micrófono de la BBC. No fue así. Se quitó justo antes la vida. Hugues y ella se estaban separando. Aquel texto se titula Ocean 1212-W, número de teléfono de su abuela en su casa en la costa de Massachusetts, donde Plath pasó un tiempo de niña: “Cuando estaba aprendiendo a gatear, mi madre me puso en la playa para que ver qué me parecía. Fui en línea recta hacia la ola que llegaba. Acababa de atravesar la pared verde cuando mi madre me agarró por los talones”.

Zarapito trinador (‘Numenius phaeopus’) sobre un paisaje de olas y arena. | FOTO: SWF 1

Los zarapitos trinadores se levantan del menguante cieno del centro de la ría, cada vez más acotado por la crecida. Vuelan más y más alto. Se aprecia cómo dudan si seguir hacia el sur o regresar a buscar un posadero donde aguardar que la pleamar suba del todo y después baje. Tantean el viento con sus plumas. Ascienden en uno de los torbellinos. Miden sus fuerzas con la de una ventolera más dura que las otras. Titubean. Descienden otra vez. Se posan en unas rocas orladas de algas pardas, con sus cuellos muy erguidos.

Pienso en los humedales islandeses o escandinavos en los que han criado o nacido, y que han dejado tras de sí hace unos días. Y en los que son su destino invernal, en Mauritania o Senegal. También en sus largas horas de travesía sobre el océano. Si encuentran una meteorología favorable, muchos de ellos cubren esa ruta de una sola tirada, tanto a la ida como a la vuelta. Sólo los vientos como el de hoy les obligan a buscar refugio en tierra.

«Sus efímeras vidas van subrayando el horizonte, como si alguien tecleara desde las profundidades el único alfabeto de verdad capaz de atrapar la poesía»

Observo sus largos picos, decurvados como en una mueca. Están repletos de unas terminaciones nerviosas, llamadas corpúsculos de Herbst, capaces de detectar el más leve movimiento en el limo. Introducidos en este, funcionan como radares: dibujan en la pantalla mental de cada pájaro la situación exacta de cuanto invertebrado haya enterrado en sus inmediaciones.

Un busardo ratonero se desgañita a mis espaldas con varios quejidos. Un chochín canta repentino a mi derecha, su melodía a la vez como un colofón y una apertura. Escucho a los sauces como a una coral siseante. Detecto susurros de sopranos, contraltos, contratenores… Algunos de ellos arrojan al aire sus partituras ya leídas, pequeñas hojas amarillentas que el viento se lleva sobre sus copas.

Aguja colipinta (‘Limosa lapponica’), reflejada en el agua. | Foto: Antonio Sandoval

La canción de la ría emana de su piel, como un aroma. Ya quisiera yo disponer en mis dedos, en mi frente, en mis mejillas, de corpúsculos semejantes a los de los zarapitos y tantas otras aves limícolas, para representarme primero esa música y capturarla después en este cuaderno.

Algunos giran sus cabezas e introducen sus arqueados picos entre sus plumas. Otros recogen una de sus patas y se mantienen en equilibrio sobre la otra, como en un ejercicio a la vez físico y filosófico. Llega junto a ellos un grupo de correlimos y agujas, criaturas igual de viajeras. Se posan en tropel. Acaso acaben de entrar en la ría hace un instante, tras decidir suspender su travesía sobre las olas hasta que pase el temporal. He visto y contado, durante muchos finales de verano, sus bandadas migratorias, lejanas y veloces como intuiciones fugadas de quienes pretendían convertirlas en ideas.

Correlimos común ('Calidris alpina'). | Shutterstock
Correlimos común (‘Calidris alpina’). | Shutterstock

El viento me trae sus voces mientras discuten por los mejores lugares de reposo, más sonidos que pasan a mi alrededor y corren luego hacia la sauceda. Pronto lloverá, y no he traído paraguas. El horizonte marino se ha oscurecido deprisa.

“Recostada, aburrida y achispada”, la ría se fija de pronto en mí. Me agarra de los talones con una de sus olas, de repente más larga: “¿A dónde vas?”, parece decirme, maternal y jocosa. Desde el origen del mundo, alguien teclea esas palabras suyas en aún más hojas que salen volando.



Otras noticias destacadas