Laberintos vegetales

Laberintos vegetales

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

El botánico Bernabé Moya escribe sobre la figura del laberinto en la mitología y la literatura, donde tenemos relatos universales como el del Minotauro y las páginas dedicadas por el genial Jorge Luis Borges a estos espacios de alto valor simbólico. El uso de la jardinería para crear laberintos se remonta a varios siglos y ha dejado espacios de gran valor estético y recreativo

Ts’ui Pên diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto”.

Jorge Luis Borges (1899 – 1986)

Una de las experiencias más excitantes que puede ofrecernos un jardín es la de disponer de un buen laberinto en el que adentrarnos. Los altos muros y los estrechos pasillos tallados milimétricamente en ciprés, tejo o setos de laurel nos resultan misteriosos y desafiantes. No es pues de extrañar que los más pequeños se entusiasmen ante el reto, en el que el juego de esconderse, deambular por recorridos alternativos y tomar decisiones al libre albedrío son parte esencial del encanto.

Pero, como bien sabemos, hay otros tipos de laberintos. El callejero de toda gran urbe -y de forma especialmente gráfica, el de las ciudades y burgos medievales amurallados-; o las suntuosas galerías y pasillos de un gran palacio con la sucesión ininterrumpida de salones, aposentos y cámaras reales. También la naturaleza nos ofrece los suyos. Las cavernas subterráneas con sus oscuras galerías y pasadizos intercomunicados, la infinitud de las arenas de los desiertos, la extensión inabarcable de los océanos o los frondosos bosques, donde resulta fácil desorientarse y perderse. Sin olvidar, la propia estructura de nuestro complejo sistema nervioso central a base de neuronas y dendritas.

El laberinto, es, también, un arquetipo cultural universal -representación del camino de la vida-, dotado de significado místico y profano, compuesto aún tiempo de tragedia y juego. Como imagen simbólica, está presente desde la más remota Antigüedad en forma de petroglifos en distintas partes del mundo.

Aunque no sea la referencia más antigua, lo que resulta innegable es que el laberinto más icónico es el del Minotauro, en la isla de Creta. Debe su origen a la legendaria construcción diseñada por el ocurrente Dédalo, a petición del rey Minos, con el objetivo de mantener preso y oculto a un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Mitad racional, mitad salvaje. Fruto de la pasión irrefrenable inducida a la reina Pasífae, tras yacer con un magnífico toro blanco regalo de Poseidón a su marido, quién se negó a sacrificarlo en honor del dios de los mares y trató de engañarlo. La venganza divina está servida.

“Aunque no sea la referencia más antigua, lo que resulta innegable es que el laberinto más icónico es el del Minotauro”

El Minotauro, un ser tan insólito como incontenible, es antropófago, por lo que la ciudad de Atenas sometida al rey Minos debía entregarle periódicamente un tributo en forma de siete jóvenes y siete doncellas. Será el héroe ateniense, Teseo, quien con la ayuda del amor y del engaño se adentrará en los temibles pasillos para acabar con su vida -valiéndose del ovillo que le entrega la princesa Ariadna, hermana del monstruo-. Un ser inocente, que sin culpa propia es condenado a padecer, y también a provocar, una crueldad extrema. Jorge Luis Borges, considerado el escritor de los laberintos por antonomasia, nos mostrará el lado más humano de la bestia «- ¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo. El Minotauro apenas se defendió».

Mas allá del mito, la realidad es que no se ha identificado en la isla de Creta el lugar en el que se encontraba el laberinto, ni tampoco los planos. Lo que sí se han hallado, tanto en la isla como en otras partes del Mediterráneo, son monedas cretenses con el símbolo impreso del dédalo.

Al internarnos en un laberinto podemos encontrarnos con dos tipos de recorrido. Aquellos provistos de un único camino o trazado, denominados laberintos clásicos, y los que presentan recorridos alternativos, múltiples bifurcaciones y callejones ciegos, llamados laberintos paganos. Ambos comparten el disponer de un centro, que hay que alcanzar, para posteriormente llegar a la salida.

Vaivenes de las dunas. | AUTOR: Fernando Fueyo
Vaivenes de las dunas. | AUTOR: Fernando Fueyo

El laberinto del Minotauro pertenece al primer tipo, y aunque pueda ser muy largo, tortuoso y enrevesado no es posible perderse en su interior, ya que consta de una única entrada, un centro y una salida, es decir, carece de cruces, derivaciones o desvíos. Este tipo de laberinto de recorrido determinado se le asocia con una vinculación simbólica, el camino hacia la vida espiritual.

Lo podemos encontrar en recintos religiosos, destacando, entre otros, los representados en los pavimentos de las catedrales góticas francesas, como la de Chartres. También la catedral de la Sagrada Familia de Barcelona incorpora un laberinto unicursal en el conjunto escultórico de la fachada de la Pasión, obra del escultor Josep María Subirachs. Escaleras, pasillos angostos y repechos simbolizan el arduo camino de penitencias y sacrificios que hay que recorrer para llegar al Creador, quien ocupa el centro.

Por su parte, en el laberinto multicursal o multiviario se nos presentan diferentes caminos y opciones que nos llevarán, o no, a su resolución. Tiene como destinatario al individuo autónomo que decide entrar de forma voluntaria, y consciente del riesgo de perderse. Podemos escoger, podemos equivocarnos, tendremos que volver sobre nuestros pasos, pero si persistimos, al final, hay salida. Este tipo de laberinto se difundió en los jardines durante el período del Renacimiento, y tiene en los encantadores jardines italianos de la Villa Pisani a su representante más distinguido. Al componente lúdico, hay que añadir lo muy adecuado que resultan los intrincados pasillos y recovecos para los encuentros discretos y las citas amorosas.

“Podemos escoger, podemos equivocarnos, tendremos que volver sobre nuestros pasos, pero si persistimos, al final, hay salida”

El mejor ejemplo de laberinto pagano en España lo encontramos en el Parque del Laberint d’ Horta, en Barcelona. Hay que prestar atención al juego desde el inicio, ya que su entrada está presidida por una “tentadora” leyenda con la que nos incitan a resolver el reto cortesano.

«Entra, saldrás sin rodeo

el laberinto es sencillo

no es menester el ovillo

que dio Ariadna a Teseo»

 

El recorrido entre las elevadas paredes de ciprés mediterráneo, que superan ampliamente la altura de los adultos, ayuda a la desorientación de forma muy eficaz. El laberinto refleja las ideas cortesanas dieciochescas relativas a la galantería y el amor. El centro está presidido por una estatua dedicada al dios de la mitología griega Eros, encargado del deseo sexual. La salida nos conduce hasta un pequeño lago situado junto a una gruta, dando continuidad al significado simbólico. Sobre ella se levanta una soleada terraza desde la cual podemos admirar la exquisita perfección de las líneas del conjunto, y auxiliar a quienes necesiten ayuda para resolverlo.

Para el maestro argentino Borges, el concepto de laberinto conlleva la idea de esperanza, o de salvación, ya que está implícita la idea de un centro, a diferencia de la confusión insalvable que comporta la idea de caos. Un tema recurrente en sus narraciones, ensayos y poemas, como en La biblioteca de Babel, El jardín de senderos que se bifurcan o Los dos reyes y los dos laberintos. En este último relato, la idea de caos, sin posibilidad de resolución, está representada por las interminables arenas del desierto.

“El mejor ejemplo de laberinto pagano en España lo encontramos en el Parque del Laberint d’ Horta, en Barcelona”

Con no menos contundencia se presenta ante nosotros uno de los más extraordinarios y complejos laberintos naturales, el bosque primigenio. Pensemos en un exuberante y denso bosque tropical, aunque también podría servir cualquier otro, incluso una vasta y monótona plantación de pinos, o de cualquier otra especie. No parece que quepan muchas dudas de que, si a una persona desconocedora del lugar la dejamos en mitad de un extenso y frondoso bosque natural, aun teniendo a su alcance todo lo básico, no sobrevivirá mucho tiempo.

En la isla de Creta se afianzó una de las grandes civilizaciones del Mediterráneo, la minoica. Su cultura, en forma de palacios, cerámica, arte y bronce, es comparable a la del Antiguo Egipto -el núcleo urbano más importante se concentró en la ciudad de Cnosos-. Los extensos y variados bosques que cubrían la isla, es decir, las grandes reservas de madera, y la presencia de yacimientos metalíferos constituyeron la base de la «Edad de Oro» de los minoicos. Entre la gran diversidad de árboles de la isla, el ciprés mediterráneo era considerado un árbol estratégico al ser el más apreciado para la construcción naval, y por ello, clave para el control del comercio en el Mediterráneo. La severa deforestación que sufrieron los bosques de Creta durante este período fue una de las causas de su caída.

El ciprés de la Anunciada, obra del pintor Fernando Fueyo. El ejemplar, de 400 años de edad, crece en el convento de las clarisas de la Anunciada en Villafranca del Bierzo (León). | Autor: Fernando Fueyo
El ciprés de la Anunciada, obra del pintor Fernando Fueyo. El ejemplar, de 400 años de edad, crece en el convento de las clarisas de la Anunciada en Villafranca del Bierzo (León). | Autor: Fernando Fueyo

“Para el maestro argentino Borges, el concepto de laberinto conlleva la idea de esperanza”

No deja de ser interesante que el laberinto más popular comparta patria con la especie más adecuada para elaborar laberintos vegetales. Cierto, que también se pueden levantar con tejo, boj, mirto o laurel. Todos, obviamente, especies leñosas de hoja perenne. Pero el ciprés mediterráneo, con su verde intenso y follaje muy tupido, de reducidas exigencias edáficas, climáticas, nutricionales y de cultivo, fácil de recortar y delicadamente perfumado, ha resultado ser el árbol ideal.

El redescubrimiento del esplendor de la Antigüedad Clásica durante el Renacimiento conllevó la difusión y elevación del ciprés mediterráneo a árbol de la cultura. Paisajes inigualables como los de la Toscana, y su esbelta figura presidiendo los palacios y jardines renacentistas, deberían hacer palidecer a los más obcecados que únicamente son capaces de verlo como árbol de cementerio.

Crear y conservar un laberinto vegetal no es tan difícil, aunque la falta de conocimiento puede hacerlo imposible. Sobre todo, porque no se atiende a la verdadera naturaleza y necesidades de las plantas. Parece obvio, que las verdes calles de un laberinto no pueden admitir oquedades, trasparencias, ni imperfecciones, ya que de otra forma la sobriedad y corrección profunda de las líneas se transforman en grotescas deformaciones y pasadizos tramposos.

“El redescubrimiento del esplendor de la Antigüedad Clásica durante el Renacimiento conllevó la difusión y elevación del ciprés mediterráneo a árbol de la cultura”

Los lienzos de un laberinto, o de un seto formal, independientemente de la especie que se utilice, deben tener una forma predeterminada -ligeramente más estrecha en la parte superior-. Es una cuestión de eficiencia energética. La exposición a la radiación solar tiene que ser similar en toda la superficie del seto, ya que de otra forma acaba deformándose en la parte alta y despoblándose de follaje en la inferior, al recibir menos cantidad de energía del sol.

Todas las especies de plantas leñosas que se utilizan para crear laberintos, o cualquier tipo de seto formal, deben podarse periódicamente para conservar la forma, estructura y funcionalidad. Es por ello, que, cuando no se saben conservar correctamente, los setos acumulan en su interior los residuos de las podas; a lo que hay que añadir una respuesta fisiológica, la emisión de una gran profusión de brotes internos que compiten entre ellos para ocupar el espacio y aprovechar la luz. Es, pues, fundamental la limpieza, pulcritud y profesionalidad. Unos pocos conocimientos básicos de anatomía, morfología y fisiología vegetal resultan esenciales para disfrutar de un buen laberinto, una bordura en un parterre o un seto protector en un jardín infantil.


Bernabé Moya  es botánico y experto en árboles monumentales. Este artículo viene ilustrado con las obras que nuestro colaborador Fernando Fueyo había dejado listas para publicar antes de su fallecimiento en fechas recientes. Sirva como homenaje a su memoria.



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