Los atlantes de Eamonn Doyle: desde la costa irlandesa hasta Iberia - EL ÁGORA DIARIO

Los atlantes de Eamonn Doyle: desde la costa irlandesa hasta Iberia

Por Julián H. Miranda

Hasta el próximo enero permanece abierta en la Fundacion Mapfre de Madrid una amplia exposición del fotógrafo irlandés Eamonn Doyle. En su columna para La Mirada del Agua, Julián H. Miranda reflexiona sobre el trabajo de un artista que tiene el agua como elemento protagonista de muchos de sus últimos trabajos

Está abierta al público en la sala de la  Fundación Mapfre en Madrid una exposición, con vocación retrospectiva, del fotógrafo irlandés Eamonn Doyle. Nació en Dublín en 1969, un día 13 de diferente mes y año como sus admirados Samuel Beckett y Stevie Wonder, dos creadores que han influido en su trayectoria artística, tanto en la música como en la fotografía, para construir un relato poderoso en las tres últimas décadas.

La muestra reúne más de 150 imágenes de varias series, seleccionadas por el comisario Niall Sweeney, y nos ofrecen una mirada cercana a un universo singular con numerosas variaciones. En la Trilogía de Dublín, con tres de ellas: i, ON y End, Doyle revela las posibilidades que tienen el encuadre y la escala, hacia abajo, hacia arriba, lateral o de espaldas, hasta captar imágenes inquietantes tomadas en la cercanía de su casa en el centro de Dublín. El fotógrafo sorprende a personas captadas en su ritmo cotidiano, siempre con luz solar directa o a veces en el diálogo duro, usando el contrapicado y el blanco y negro, para agigantar las figuras de otros más jóvenes en medio de los edificios de la capital irlandesa.

En otra serie, Visita de Estado, a modo de muro, cuelga fotos de las alcantarillas de Dublín con marcados signos amarillos realizados por las fuerzas de seguridad con motivo de un viaje de la reina Isabel II a Irlanda, que terminan conformando un rico código visual. Destaca también en la exposición un vídeo-miriorama titulado Made in Dublin, una obra en nueve pantallas que cambian constantemente sus imágenes y que reflejan la ciudad en movimiento, acompañada por una pieza musical de David Donohoe, con voz de Kevin Barry.

Cogió su cámara y recorrió una de las zonas más bellas y salvajes de Irlanda donde la protagonista es el agua, en forma de lluvia o con la inmensidad del mar

Llama mucho la atención su último trabajo, realizado en los dos últimos años y titulado la serie K. Este consta de más de 40 fotografías y surgió por la necesidad de cambiar las calles de su Dublín natal por la costa oeste irlandesa, donde las aguas del mar baten poderosamente las rocas. Inspirándose en un proyecto de Bob Quinn, Atlantean, y en un libro de Tim Robinson dedicado a las geografías psicohistóricas del paisaje de ese zona del país, Eamonn Doyle cogió su cámara y recorrió Kilemore, la abrupta zona de Connemara y todos esos recovecos de una de las zonas más bellas y salvajes de Irlanda donde la protagonista es el agua, en forma de lluvia o con la inmensidad del mar. Esta ambiciosa serie ha sido realizada en Irlanda y en Extremadura, gracias al apoyo de la Fundación Mapfre.

Eamonn Doyle
K–E (serie irlandesa), 2018
tinta pigmentada UltraChrome HDR sobre papel Hahnemühle FineArt, 200 × 150 cm edición única de exposición
cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres
© Eamonn Doyle, cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres

Cuando Doyle apenas empezaba a ejecutarlo murió su madre, Kathryn Doyle, en 2017, tras una lucha de cinco años contra el cáncer y eso varió ligeramente el concepto. Su hermano mayor, Ciaran, había muerto en 1999 cuando solo tenía 33 años. Su madre nunca superó la muerte de su hijo, al que sobrevivió 18 años.

Eamonn se enteró de que, para superar ese dolor y el sentimiento de pérdida antinatura, Kathryn había escrito durante esos años cartas dirigidas a su hijo muerto, hablándole directamente para no cortar el hilo umbilical y que la familia siguiera conectada. Al enterarse Doyle comenzó a superponer esas numerosas misivas de su madre a su hermano como si fueran mapas geológicos, fijando con su cámara esos trazos irreconocibles en los que late la emoción y una meditación sobre el duelo no resuelto.

Además de este homenaje, también le tributó otro a su hermano en dos o tres imágenes de la serie que recogen los reflejos del sol en el agua del mar, de color negruzco, mostrando esas espirales de las aguas mecidas por el viento o el color sobrio y escultórico de la arena estratificada cuando las olas abandonan la playa. Unas texturas que simbolizan esa elegía cálida que tributa a su hermano.

Eamonn Doyle
Las cartas de Kathryn, 2017
tinta pigmentada UltraChrome HDR sobre papel Awagami Kozo, 100 × 78 cm edición única de exposición
cortesía del artista
© Eamonn Doyle, cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres

Ese mismo verano de 2017, Eamonn Doyle estuvo en una playa de Connemara y retomó la idea siguiendo la estela de Quinn y Robinson, aunque esos parajes parecen de otro mundo. Él necesitaba conectar el proyecto con personas pero, mientras, fotografió las rocas y la arena húmeda, recién abandonada por el agua que da al Atlántico, porque como escribió el Premio Nobel Samuel Beckett: “Siempre encontramos alguna cosa que nos produce la sensación de existir”.

En muchas de las imágenes de Doyle hay un ángulo pictórico, disciplina que estudió en Dublín junto a la fotografía, aunque los primeros 20 años tras concluir sus estudios los dedicó a la música como productor y organizador de festivales de electrónica.

Eamonn Doyle
K–F (serie irlandesa), 2018
tinta pigmentada UltraChrome HDR sobre papel Hahnemühle FineArt, 200 × 150 cm edición única de exposición
cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres
© Eamonn Doyle, cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres

Para retomar ese relato que nos lleva desde las olas del Atkántico hasta las aguas y las tierras del Mediterráneo islámico y la belleza de Extremadura, Doyle se apoyó en la fuerza poética de W. B. Yeats, el gran escritor irlandés aficionado al espiritismo. Doyle entró en contacto con una persona de esa zona que iba a representar una obra de teatro en torno a Yeats y sus siete musas. La actriz principal era una mujer que había suscitado poco antes su atención cuando la vio pasar con un largo vestido negro y que era la intérprete de cada una de las siete musas, que cambiaban mediante pañuelos de los distintos colores que portaba.

Posteriormente habló con el dramaturgo, pareja de la actriz, y antiguo vendedor de pescado antes de que se trasladara a vivir a Nueva York, ciudad a la que se había mudado en los años sesenta. Y, cómo no, hablaron del mito de los atlantes, que conecta el mundo celta con el norte de África y la península ibérica.

Eamonn Doyle. K 32- (serie irlandesa), 2018. Tinta pigmentada. Ultrachrome HDR sobre papel Hahnemühle FineArt, 200 x 150 cm. edición única de exposición. cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres. c Eamonn Doyle, cortesía de Michael Hoppen Gallery, Londres

El hilo conductor de la serie K es una figura espectral envuelta en un manto, que cambia de color con mucha frecuencia, mecida por el viento, la lluvia y azotada por la gravedad y por el sol, que nos lleva por paisajes surreales que nos van trasladando en un viaje iniciático desde las costas escarpadas de Irlanda hasta la tierra extremeña. Los velos o mantos van cambiando y a veces vemos a esa figura, quizá femenina, de pie, reclinada, encorvada, muchas veces a borde del agua o flotando en la misma como un fantasma. Ese espectro a veces porta tejidos monocromos puros: amarillo, fucsia, verde, turquesa, azul, pero otras se envuelve en telas que evocan la delicadeza del Magreb en esos arabescos. Los tonos resaltan por la elección de la luz. Doyle extrae de su cámara unas texturas casi escultóricas en las que conviven el contraste y también la armonía entre el agua y la tierra.

Como escribe Niall Sweeney en el catálogo: “Entretejidos en esta meditación sobre el dolor y las fuerzas que nos atan están los fantasmas de los irlandeses atlantes, de las antiguas conexiones entre el pueblo marinero de Connemara y los de la península ibérica y el norte de África”. Como parte esencial de la serie K hay una composición musical de David Donohue, inspirada en una grabación de un keen irlandés en 1951, que es una forma tradicional de canción de lamento para los muertos. Toda la exposición, que permanecerá abierta hasta el 26 de enero, resulta inmersiva y experiencial porque requiere de la interacción de quien mira, escucha y siente.  

 



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