Fernando Fueyo y Bernabé Moya continúan su andadura en El Ágora, diario del agua con un artículo en nos invitan a reflexionar sobre el paisaje. El texto reinvindica la obra de Ortega y Gasset y también la de algunas figuras olvidadas de la Generación del 98 y el Regeneracionismo, un grupo de juristas, economistas, políticos, historiadores, escritores, pedagogos, artistas y científicos que sintieron la imperiosa necesidad de mejorar la situación del país
“Todo el mundo sabe lo que es un paisaje; y, sin embargo, ¡qué concepto más complejo encierra esta palabra! A primera vista, quien dice “paisaje” parece decir “campo”; pero el desierto dista mucho de ser campo y nadie negará que es paisaje.”
Francisco Giner de los Ríos (1839 – 1915)
En el breve ensayo Meditaciones del Quijote, dedicado a los lectores más jóvenes, José Ortega y Gasset ensalza la importancia del afecto y del amor, y pide que prestemos más atención a las cosas mínimas: “Para quien lo pequeño no es nada, no es grande lo grande”. En él se pregunta por los detalles del paisaje, el modo de conversar de los labriegos, el arte, la ciencia y también por los árboles y los bosques. Para el filósofo español vivir es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él.
A lo largo de la obra, publicada en 1914 con un estilo literario ágil, estimulante y vibrante, juega con la idea que las cosas no son únicamente como se ven o parecen. “… hay gentes las cuales exigen que le hagamos ver todo tan claro como ven esta naranja delante de sus ojos”. El problema, según el pensador, es que aun considerando exclusivamente la información que recibimos a través de los sentidos, esa naranja que tenemos ante nuestras narices es algo más.


Llega incluso a asegurar “que ni ellos ni nadie ha visto jamás una naranja”, dado que en el cuerpo esférico en tres dimensiones que percibimos a través de la vista, siempre hay una parte que no alcanzamos a ver. Resulta imposible ver al mismo tiempo el “pezón” de la naranja – la extremidad que une el fruto a la rama del árbol -, y su “ombligo” – esa protuberancia que sobresale en la parte inferior de algunas variedades de cítricos -. La afirmación de que nadie nunca ha podido ver de una sola mirada una naranja puede parecer una perogrullada, él mismo lo reconoce, “más no del todo inútil”. Lo que realmente el filósofo nos propone es que seamos capaces de ir un poco más allá, ya que frecuentemente damos por supuestas demasiadas cosas.
La segunda parte del ensayo, de título Meditación Preliminar, abre con el tema El bosque. Pasando a continuación a plantear la cuestión: “¿Con cuántos árboles se hace una selva? ¿Con cuántas casas una ciudad?”. El cambio de vocablo “bosque” por el de “selva” puede parecer también insignificante, pero a los ojos de un botánico no lo es tanto, puesto que ambos conceptos no son exactamente sinónimos. Según el diccionario de la lengua española, el bosque es un sitio poblado de árboles y arbustos, mientras que la selva únicamente lo está de árboles.
La reflexión que plantea el filósofo sobre la selva resulta aún más interesante si se asocia con la idea de ciudad. En cierta forma evoca al clásico de la novela negra La jungla del asfalto, de W.R. Burnett, editada mucho después, en 1949, que sería llevada a la gran pantalla por el director John Huston al año siguiente de su publicación. El filme nos presenta un crudo y dramático relato cargado de intensidad y realismo, que le ha valido para convertirse en la película de atracos por antonomasia de la historia del cine.
Se desarrolla en una sórdida y corrupta metrópolis, ambientada en un mezquino paisaje de desolación humana y urbana. En realidad, es un estudio profundo de la psicología de los personajes y de sus egoístas motivaciones llevadas al límite. En una de sus secuencias más memorables una lluvia intensa y plomiza impregna el grasiento asfalto y la vida descarnada de la jungla en la que estamos inmersos.
Las meditaciones o si se prefiere “salvaciones”, como le gustaba llamarlas a él, se enmarcan a caballo de los siglos XIX y XX. Un período en el que un grupo de juristas, economistas, políticos, historiadores, escritores, pedagogos, artistas y científicos se enfrentan a la imperiosa necesidad de mejorar la situación del país. Tratan de ofrecer un análisis objetivo de las causas de la decadencia en España: corrupción política, desastre en las colonias, pérdida del tren de la revolución industrial, improductivos latifundios, tramposas desamortizaciones, falta de libertad, penuria en las clases desfavorecidas, miseria social y analfabetismo generalizado, entre otras.
Miguel de Unamuno, Carmen de Burgos, Ramiro de Maeztu, Emilia Pardo Bazán, Isaac Albéniz, Azorín, Joaquín Sorolla, Consuelo Álvarez Pool, Valle-Inclán, Concha Espina, Vicente Blasco Ibáñez, Benito Pérez Galdós, Pio Baroja, Joaquín Costa, Enrique Granados, los hermanos Machado, Salvador de Madariaga, Rafael Altamira, Francisco Giner de los Ríos… La llamada Generación del 98, en sentido amplio, y los Regeneracionistas se han puesto en pie.
«Hay que destacar la labor de los grandes científicos y de aquellos menos conocidos por mejorar la agricultura y las condiciones de vida de los campesinos»
De esta época, también hay que destacar las aportaciones que llevan a cabo científicos de la talla de Santiago Ramón y Cajal, y por supuesto, la de otros personajes de ciencia menos conocidos. Cómo el grupo de ilustres ingenieros agrónomos y de montes integrado por: Rafael Puig y Valls, Ricardo Codorníu, Joaquín de Castellarnau, Nicolás García de los Salmones, Víctor Cruz Manso de Zúñiga o Rafael Janini, entre otros muchos. Se entregan en cuerpo y alma a la imperiosa necesidad de mejorar la agricultura y las condiciones de vida de los campesinos.
Los olvidados se encuentran indefensos ante la avalancha de epidemias y enfermedades infecciosas, y la elevada tasa de mortalidad infantil. Y aún más inermes si cabe, frente a los ataques de las nuevas plagas de carácter global y consecuencias devastadoras que los afligen: como las del mildiu de la patata que extienden la hambruna, las calamidades que les ocasionan las reiteradas plagas de la langosta y la ruina económica que acompañan a la filoxera, el oídio y el mildiu de la vid. A lo que hay que añadir las sequías pertinaces y las inundaciones catastróficas que tienen como origen el lamentable estado en el que se encuentran los bosques.
«A caballo de los siglos XIX y XX un grupo de juristas, economistas, políticos, historiadores, escritores, pedagogos, artistas y científicos se enfrentan a la imperiosa necesidad de mejorar la situación del país»
Precisamente, el ingeniero agrónomo valenciano Rafael Janini llevó a cabo en 1914 una publicación en apariencia humilde, que fue totalmente ignorada. Aunque era la primera obra editada en nuestro país, y una de las primeras del mundo, en reconocer el valor y alzar la voz en defensa de los árboles monumentales. Le otorgó un título para nada pretencioso Algunos árboles y arbustos viejos de la provincia de Valencia.
Y como no podía ser de otra forma, parte de un acertado análisis de la realidad, que incluso aún hoy en día nos resistimos a aceptar: “Los que al atravesar los tristes y al parecer ingratos páramos españoles, hayan meditado que muchos de ellos estuvieron cubiertos de bosques que albergaban jabalíes y venados, y aquellos que escalaron cumbres de las muchas calvas cordilleras de nuestro país, probablemente habrán observado algunos solitarios y buenos ejemplares de hermosos pinos de grandes y lozanas copas en los desnudos llanos o entre breñales: son la demostración repetida y viviente de lo que con tan precioso género cabe hacer en España.”
«Con la llegada de la fotografía, Rafael Janini se volcó a realizar otro tipo de información en la que las imágenes se convirtieron en el centro de la noticia»
Rafael Janini se vale del innovador uso de la fotografía, y en declaración a los medios de comunicación insiste en la idea: “Como la gente no lee… haremos que vean”. Pasando a presentar cuarenta y seis ejemplares de veinte especies distintas de árboles, de los que hay que decir que en la actualidad han desaparecido el 80 %. Pero tengamos cuidado, y sobre todo bien presentes las “salvaciones” que nos ofrece el filósofo, y no demos por supuesto que la causa ha sido precisamente la de ser árboles viejos, sino el abandono, la dejación, la codicia, la falta de consideración sobre su extraordinario valor natural y cultural y el desamparo legal en los que los hemos dejado. Una trágica y absurda realidad que no es exclusiva de la provincia de Valencia; y, lo que es peor, que tiende a incrementarse en todo el mundo. El agrónomo conocía bien nuestras debilidades: “No será posible conseguir una repoblación intensa y duradera, todos los esfuerzos de los amigos del árbol quedarán reducidos á buenas intenciones chispazos y lirismos, mientras no dé un gran avance la repoblación intelectual media de nuestra patria.”
Volviendo a las “Meditaciones”, Ortega y Gasset nos propone analizar el adagio germánico: “los árboles no dejan ver el bosque”. Si hay algo que en la actualidad podemos afirmar con total rotundidad es que seguimos sin poder ver el verdadero bosque. Y también que ya va siendo hora de aprender que sin los primeros no pueden existir los segundos.
Ni las “Salvaciones” del filósofo, ni los “Árboles Viejos” del agrónomo tuvieron en su tiempo ninguna repercusión, y pasaron prácticamente inadvertidos. Afortunadamente el discípulo del filósofo, Julián Marías, rescató del olvido, años después, su obra germinal. Y ahora, con toda serenidad, dejémonos llevar por las evocaciones del maestro: “Este agua que corre a mis pies hace una blanda quejumbre al tropezar con las guijas y forma un curvo brazo de cristal que ciñe la raíz de este roble”.
