El naturalista y escritor Antonio Sandoval nos transporta en esta nueva entrega de La Mirada del Agua al día a día de un apicultor que apuesta por conservar un oficio tradicional que tiene importantes ventajas ambientales
Salen y entran sin cesar las abejas de una de las colmenas de Antonio Martínez Pernas, quien hace cinco años emprendió su aventura apícola en las cumbres que se asoman al extremo norte de la península. La mezcla de zumbidos, próximos y lejanos, de los muy atareados insectos, anima a cerrar los ojos y probar a localizar en ese son constante algún patrón musical. Pero en seguida la imaginación te lleva, de forma irremediable, a representarte lo que sucede en el interior de esa caja, y de las otras que la rodean. A cómo ahí dentro estos animalitos convierten en miel todo este paisaje: las colinas cubiertas de pastos, los bosques de castaños y robles acantonados en el fondo de los valles, las plantaciones de eucaliptos, las extensiones de tojo y de brezo, las mil y una formas de las nubes, arrastradas por vientos que llegan de un océano al que se asoma, como una flecha que marca la dirección del polo norte, el cabo de Estaca de Bares.
Es esa misma miel, este mismo paisaje, lo que yo desayuno casi todas las mañanas sobre una tostada además regada de aceite de oliva, y acompañada por una taza de café bien cargado. De todo eso, y de mucho más, es de lo que hablan y cantan esos zumbidos. Escucho con atención.
La relación con las abejas de Antonio, para los amigos Toñito, parte en primer lugar de la pasión que desde muy joven ha sentido por la naturaleza de su entorno, tanto de su Mañón natal como del resto de municipios de alrededor. Es, de hecho, uno de los mejores conocedores de la biodiversidad de la comarca de Ortegal, en A Coruña, y autor de la página web Cousas do Norte, desde la que divulga el extraordinario interés de esta zona en términos de fauna y flora.
Toñito dio sus primeros pasos en la apicultura en compañía de la familia de su pareja, pues en la suya no había tradición en este tipo de actividad. Durante varios años se limitó a echar una mano en el trabajo con las colmenas de su suegro, a la vez que se formaba en gestión y organización de los recursos naturales. Fue después y poco a poco, a la vez que trabajaba primero como jefe de brigadas de incendios, después vinculado a varios proyectos en el Centro de Investigacións Agrarias de Mabegondo (que, dependiente de la Consellería do Medio Rural e do Mar de la Xunta de Galicia, realiza investigaciones orientadas en materia de recursos y tecnología agroalimentarias), o en el plan de erradicación de la avispa asiática en Galicia, cuando se fue dando cuenta de que en las abejas podía haber futuro. Era una idea que nunca se le había pasado por la cabeza, pero que cada vez cobraba más fuerza. Así que comenzó a elaborar un plan. Un plan que le permitiera además vivir donde nació, sin necesidad de trasladarse lejos para trabajar.
“Estos oficios tradicionales solemos verlos como un complemento a otra actividad principal”, explica, “de ahí que hasta ese momento nunca me hubiese planteado dedicarme por completo a la apicultura”. Fue leyendo en casa de su suegro el boletín de la Sociedade Galega de Apicultura cuando supo del estado de la producción de miel en Galicia en aquel momento, y de la existencia de unas ayudas de la Xunta de Galicia para la incorporación de jóvenes emprendedores al sector primario.
“¿Por qué no?, me dije. Pensé que era algo a lo que llevaba ya mucho tiempo vinculado, y además con la suerte de tener como referencia y apoyo a un apicultor con muchos años de experiencia, y unas abejas, las suyas, con las que crear mis propios enjambres…”. De hecho, esto último fue algo que le animó de manera muy especial a ponerse manos a la obra con su proyecto: “De no haber podido partir de esa posibilidad de crear mis enjambres a partir de los suyos, a la inversión necesaria para poner en marcha hasta 400 colmenas tendría que haberle sumado entre 30.000 y 50.000 para adquirir esos enjambres”.
Así que valoró durante un año todas las alternativas, estudió el mercado, calculó las inversiones necesarias en maquinaria, alquiler de terrenos y otras partidas, decidió con claridad cuáles serían sus objetivos y se echó adelante. Su plan empresarial le valió una de aquellas ayudas, y con ella arrancó su explotación.
Cinco años después ya tiene más de 300 colmenas repartidas entre la zona de o Barqueiro y los montes de Ourol, en Lugo, y una marca comercial propia, “Mel do Santar”, cuyo nombre hace referencia a uno de los afluentes del río Sor. Y es que muchos de los colmenares de Toñito se reparten a lo largo de la cuenca del Santar, que nace en el las cumbres de la sierra do Xistral y es parte de una Reserva Natural Fluvial. Con ese nombre, y con el sello de la “Indicación Xeográfica Protexida Mel de Galicia”, vende su producto (miel monofloral de brezo y de castaño, multifloral, de eucalipto…) a pequeños establecimientos de su zona, tanto del Ortegal como de A Mariña lucense, o directamente al consumidor final.


Su estrategia es así la apuesta por el comercio de cercanía, la respuesta rápida a los pedidos y, sobre todo, el contacto directo con el cliente, algo que considera esencial entre otros motivos para conocer mejor sus demandas, y también para hacer pedagogía de por qué merece la pena adquirir este tipo de miel, y no la industrial que, mucho más barata, está a la venta en tantos anaqueles de las grandes superficies comerciales. El excedente de cada año lo vende a una cooperativa.
A la vez que continúa con su aventura empresarial, Toñito no deja de fascinarse por la naturaleza, y de estudiar la flora y la fauna de su tierra. Así es como por ejemplo participó, con dos compañeros botánicos, Carlos Enrique Hermosilla y José Álvarez Ganda, en el descubrimiento para la ciencia de nada menos que una nueva especie de orquídea exclusiva del litoral norte de Galicia. Algo que fue posible gracias, precisamente, a una abeja salvaje: sus detalladas fotografías hicieron posible identificar su especie, y determinar que era además el polinizador exclusivo de esa orquídea, a la que decidieron denominar Ophrys Kallaikia.
Nunca he tenido la suerte de escuchar, como sí ha hecho Antonio Martínez Pernas, Toñito, el zumbido de esa abeja salvaje de cuyas idas y venidas depende desde siempre la supervivencia de esa orquídea única. ¿Qué se escuchará en él? En los de las abejas de sus colmenas, y sobre todo en el sabor de su miel, no dejo de encontrar algo que me nutre de manera muy especial. No conozco mejor sabor, que es mezcla de tradición, emprendimiento, buen saber hacer, paisajes y futuro, para comenzar cada día junto a mi café.
