Nadar del revés

Nadar del revés

Por Antonio Sandoval Rey

El escritor Antonio Sandoval regresa esta semana a su espacio en El Ágora con una charla telefónica sobre insectos acuáticos, derivada del actual confinamiento ciudadano provocado por la pandemia que padecemos. A veces son estas conversaciones casi triviales, con la familia y los amigos, las que más y mejor nos ayudan a sobrellevar desafíos como estos

El mundo parece del revés. Desde la confinación de nuestros hogares, o la distancia de seguridad en el trabajo y en la calle, permanecemos atentos al riesgo, la información y las impresiones ajenas.

Es por eso que ahora nuestro mejor ánimo se nutre sobre todo, y más que antes, del cariño que damos y recibimos de la familia y los amigos. También de las demostraciones de responsabilidad, resiliencia, contención y buen humor de compañeros, vecinos, desconocidos…

Un ejemplar de ‘Notonecta glauca’. un insecto acuático con un capacidad especial para desplazarse por el medio reduciendo la fricción. | Foto: Eric Isselee

Y es que esas redes de interdependencia emocional y social, extendidas a nuestro alrededor como raíces y ramas alentadas por una extraña primavera, refuerzan día tras día una fotosíntesis tan mágica como la vegetal. Con esa compañía, con esa luz que recibimos de los demás, cada uno de nosotros crea una energía que, de nuevo compartida, retroalimenta esta acertada convicción: la salida a este reto solo brotará de nuestro impulso común.

«Va a tocar remar desde el fondo y del revés», me dijo un amigo por teléfono hace un par de noches, hablando de todo esto.

«Como las Notonectas», respondí.

«¿Cómo dices?».

Le expliqué que, desde niño, unas de las criaturas que más me han atraído son las Notonectas.

«A ver, cuéntame. Total, tiempo me sobra…». Vaya por delante que mi amigo, que está pasando muy solo este trago, sabe de naturaleza casi lo mismo que yo de lenguas austroasiáticas. Él tira hacia los videojuegos, los mundos geek y esas cosas. A menudo nos cuesta encontrar temas comunes de conversación.

«Son unos insectos muy interesantes…».

«Seguro que sí».

Comencé con un dato que imaginé capaz de atrapar su curiosidad: «Las hembras son más grandes que los machos, no me preguntes por qué».

«No pensaba hacerlo». Risas.

«Miden un centímetro y medio, más o menos. Y son acuáticos. Viven en el agua, bajo la superficie. Muchos otros insectos también lo hacen. Pero solo algunos tienen, como ellas, patas en forma de remos articulados para desplazarse de un lado a otro. Lo curioso de las Notonectas es que lo hacen de espalda. Del revés. Por eso me acordé de ellas. Te asomas a las charcas y estanques donde viven, y lo que ves es su vientre, no su dorso».

«Las redes de interdependencia emocional y social refuerzan día tras día una fotosíntesis tan mágica como la vegetal»

Aguardé por si quería opinar algo.

«…Mira tú… Y… Respirarán como los delfines, y eso, ¿no?».

«No. Lo que hacen es asomarse solo un poco para capturar una pequeña burbuja, que les sirve además para regular su grado de flotabilidad. Pero lo más curioso es que, a pesar de vivir dentro del agua… ¡No se mojan!».

Consideré que era el momento de una pausa dramática. La estiré lo que pude. Hasta que otra vez le dio la risa, claro.

«¡Venga, sigue, que te mueres por decirme por qué!».

«Pues porque son como minidrones depredadores agua-aire de altísima tecnología. Además de nadar, saben volar. Pero empapados no podrían elevarse para cambiar de charca, así que su recubrimiento es superhidrofóbico».

«¡Estás flipando un poco…!». Más risas aún.

«Cada uno de nosotros crea una energía que, de nuevo compartida, retroalimenta esta acertada convicción: la salida a este reto solo brotará de nuestro impulso común»

Mantuve la posición: «Los que flipan son los laboratorios de nanotecnología que buscan las superficies más eficientes para repeler el agua. Para ellos, las Notonectas son un modelo alucinante de reducción de la fricción mediante retención de aire». Silencio al otro lado de la línea. Tanto a mi favor, sin duda. Continué: «Resulta que estos bichos capturan y comen otros invertebrados acuáticos como ellos, más pequeños y a menudo muy rápidos. O sea, que deben ser capaces de remar y desplazarse en el agua de forma repentina y veloz. Lo que han hecho, lo que la evolución les ha fabricado, es una especie de pelaje microscópico y espeso que ahora se intenta replicar. Ese vello crea y retiene una película de aire que rodea su cuerpo. Y que reduce al mínimo la fricción en la acción de ataque».

 

«Recuerdo haber leído algo sobre cómo utilizaban a las libélulas de modelo para nanotecnología voladora, y que de hecho ya han fabricado algún minidron igual que ellas…», apuntó mi amigo adoptando de pronto un tono experto.

«Sí. Pero es que, adeás, las Notonectas son depredadores muy bestias. Llegan a atacar y zamparse caballitos del diablo, esos que son parecidos a las libélulas. ¿Imaginas un combate de minirobots así?».

«Pues la verdad es que no…».

«Las pillan in fraganti cuando se posan en la vegetación emergida para poner sus huevos en el agua, y…».

«¡Así habría que hacer con el coronavirus!».

Y nos pusimos ya a repasar cómo veíamos la situación y el futuro.

Antes de apagar la luz esa noche consulté mi teléfono, por si había alguna noticia de última hora. Entre los mensajes por leer había uno suyo.

Me enviaba un vídeo de Youtube en francés y un artículo científico publicado en el Beilstein Journal of Nanotechnology, titulado Superhydrophobic surfaces of the water bug Notonecta glauca: a model for friction reduction and air retention.

Ahí sí que flipé.

Añadía este comentario, con un emoticono guasón: «¡Muchas gracias por el rato de charla friki! ¡Quién me iba a imaginar a mí mirando páginas de bichos! ¿Será que estoy aprendiendo a nadar del revés?».



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