La naturaleza a ojos de Nicolás Poussin

La naturaleza a ojos de Nicolás Poussin

Por Julián H. Miranda

El especialista en arte Julián H. Miranda recuerda la obra del pintor francés Nicolás Poussin, un maestro adelantado de la representación del paisaje, muy valorado tanto por sus coetáneos como por artistas decisivos de los siglos posteriores

Hace tres lustros tuve la oportunidad de contemplar una exposición única en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, que también se pudo ver en el Metropolitan de Nueva York, Poussin y la Naturaleza, que contó con la dirección científica del proyecto de Pierre Rosenberg, presidente y director honorario del Louvre, y uno de los grandes especialistas en el pintor francés (Les Andelys, Normandía, 1594- Roma, 1665), uno de los mejores paisajistas de la pintura occidental.

En esa muestra irrepetible se reunieron más de 80 piezas, entre pinturas y dibujos, entre los que no faltaban muchas de sus obras maestras procedentes de museos como el Louvre, Prado, National Gallery de Londres, así como de colecciones y museos de Londres, Viena, Roma y otras ciudades italianas, Los Ángeles y Nueva York, entre otras urbes. Su contemplación pausada permitía comprender tanto su evolución estilística como la transformación de su pensamiento estético al enfrentarse a la representación del natural, que él supo captar como pocos pintores anteriores y posteriores en los últimos cinco siglos.

El Invierno o El Diluvio, 1660/1664. 118 x 160 cm. Óleo sobre lienzo. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) / Stéphane Maréchalle
El Invierno o El Diluvio, 1660/1664. 118 x 160 cm. Óleo sobre lienzo. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) / Stéphane Maréchalle

Poussin fue muy valorado tanto por sus coetáneos como por artistas decisivos de los siglos posteriores (Turner, Reynolds, Ingres, Cézanne o Picasso, entre otros) porque sus composiciones desprendían una gran sofisticación. Comenzó a formarse en la villa normanda y a los 18 años se trasladó a París, donde permaneció intermitentemente hasta que en 1624 se fue a Roma, después de visitar Venecia, invitado por el poeta italiano Giambattista Marino.

«Su vocación paisajística se intensificó en las últimas décadas de su vida»

En la Ciudad Eterna entró en contacto con Francesco Barberini, sobrino del papa Urbano VIII, y con Cassiano del Pozzo. Posteriormente tuvo relación con Domenichino e hizo una buena amistad con Claudio de Lorena en sus excursiones por la campiña romana. Ya en 1640 después de su éxito en Roma le ofrecieron trasladarse a París donde fue recibido por el cardenal Richelieu, aunque dos años después regresó a Roma donde no le faltaron encargos y el padrinazgo de reyes como Felipe IV o Luis XIV. Su vocación paisajística se intensificó en las últimas décadas de su vida.

Como escribió Pierre Rosenberg en el catálogo de la exposición de Bilbao: “Poussin es un pintor ‘difícil’. Ha puesto el listón muy alto. Poussin es, sin ninguna duda, uno de los pintores más importantes del siglo XVII, el pintor francés más importante junto con Cézanne, pero no se descubre a primera vista, no se desvela a cualquiera. Poussin necesita un intermediario, alguien que abra los ojos del espectador (alguien, o un libro o un acontecimiento)”.

Moisés salvado de las aguas, hacia 1638. 94 x 121 cm. Óleo sobre lienzo. Óleo sobre tela. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) / Adrien Didiersjean
Moisés salvado de las aguas, hacia 1638. 94 x 121 cm. Óleo sobre lienzo. Óleo sobre tela. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) / Adrien Didiersjean

Además del género paisajístico cultivó temas bíblicos, mitológicos e históricos, donde la naturaleza ocupaba un lugar preeminente o era un espacio donde sucede una pequeña historia. Dentro de los paisajes cabe mencionar una diferencia entre los ‘heroicos’, con referencias a la Antigüedad clásica, y los más poéticos, en los que Poussin era mucho más libre y daba rienda suelta a su desbordante imaginación.

Son relatos visuales que nos exigen conocimiento y tiempo para disfrutarlos, como podemos valorar al contemplar una de sus últimas series, dedicada a las estaciones: la primavera, el verano, el otoño, el invierno o el diluvio, en la que el pintor normando revela sus grandes conocimientos históricos, sabe interpretar el paso del tiempo, los colores que él asocia a cada estación, el sentido de la vida y la armonía del hombre con la naturaleza, siempre con un toque misterioso entre su intención y nuestra percepción.

Tal vez sea en El invierno o el Diluvio, concebido como un nocturno, casi musical, donde no incluyó la nieve, aunque aludiendo al fin del mundo con ese Arca de Noé como un símbolo de esperanza. En la composición predominan los grises que desprende la lluvia e introdujo elementos esenciales como el agua, la noche o la muerte en una escena de inundación, angustiosa porque parece que hay personas ahogándose y otras nadando que intentan asirse a un tablero, una barca a punto de hundirse y una escena conmovedora donde una mujer alza a un niño para que lo sujete un hombre encima de una roca y que ese infante pueda salvarse del diluvio.

Autorretrato, 1650. 98 x 74 cm. Óleo sobre lienzo. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) /Mathieu Rabeau
Autorretrato, 1650. 98 x 74 cm. Óleo sobre lienzo. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) /Mathieu Rabeau

Precisamente en esa armonía y ese hilo conductor de Poussin con la naturaleza nos revela su ambición como creador, su singularidad, su cultura amplia, tanto de la religión como de los grandes escritores e historiadores de la Antigüedad o de sabios como Montaigne. Dotado de una fina capacidad de observación para captar las pasiones humanas o la violencia y la calma que observa en el microcosmos de la naturaleza, supo transmitir la belleza con sus pinceles y una paleta de colores tan armónica que parece confundirse con lo representado porque como escribió Cézanne, gran admirador de su arte, “Quisiera, como Poussin, impregnar la hierba de la razón y el cielo de los llantos”.

Sus obras están muy dispersas por museos y colecciones de todo el mundo, pero hay tres lugares en los que se condensa lo mejor de su obra, el Louvre, quizá el que más pinturas y dibujos atesore de Poussin; el Prado, que posee una buena muestra de sus obras maestras; y la National Gallery de Londres. Precisamente del gran museo parisino podemos mencionar un autorretrato de 1650, pintado en Roma, como revela una inscripción en uno de las telas del pintor en su estudio romano, junto a otros lienzos terminados o preparados. La imagen que el pintor proyecta desprende gravedad, consciente de la autoridad que emana de una figura tan reconocida por los coleccionistas en Roma y en las principales cortes europeas.

San Juan bautizando al pueblo, 1635/1637. 94 x 120 cm. Óleo sobre lienzo. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) / Stéphane Maréchalle
San Juan bautizando al pueblo, 1635/1637. 94 x 120 cm. Óleo sobre lienzo. RMN-Grand Palais (Musée du Louvre) / Stéphane Maréchalle

En el Museo del Louvre hay numerosas obras y dibujos de varias décadas de la trayectoria de Poussin como San Juan bautizando al pueblo, 1635-1637, quizás uno de los cuadros más potentes de esa década, que se inspira en un artista tan elegante como Guido Reni, y que capta una escena del Evangelio, con San Juan Bautista como figura principal. A su izquierda vemos un grupo de hombres que se están desvistiendo para recibir este sacramento, mientras que a la derecha, un grupo de mujeres observa y asiste a la escena, con sus figuras recortadas sobre el río porque ahí el paisaje es el escenario de lo que ocurre.

Otro gran ejemplo de esos años es Moisés salvado de las aguas, 1638, en la que Poussin demuestra audacia, no solo por su colorido y el modo de fijar las expresiones de los personajes principales sino por la hondura del relato bíblico, no exento de complejidad y a la vez de simplicidad, a la hora de arrojar luz sobre la religión de los antiguos egipcios y sobre el destino de la hija del faraón y de Isis. Introdujo colores cálidos y vivos en los vestidos, y dotó de luminosidad para representar el río Nilo como un dios junto a la esfinge.

El Parnaso, 1630 - 1631. Óleo sobre lienzo, 145 x 197 cm. © Museo Nacional del Prado
El Parnaso, 1630 – 1631. Óleo sobre lienzo, 145 x 197 cm. © Museo Nacional del Prado

En el Museo del Prado hay más de una decena de pinturas del maestro francés y entre ellas cabe mencionar El Parnaso. 1630 – 1631, un óleo que representa el monte mitológico consagrado a Apolo y las Musas. Como tal supone una celebración de las Artes, especialmente de la Poesía, y representa a Apolo que ofrece el néctar de los dioses a un poeta, probablemente Homero, coronado de laurel por Calíope, la musa de la poesía épica. Los amorcillos parecen ofrecer a los bardos un agua inspiradora que mana de la Fuente Castalia, personificada por la mujer desnuda.

Paisaje con edificios, 1648 - 1651. Óleo sobre lienzo, 120 x 187 cm. © Museo Nacional del Prado.
Paisaje con edificios, 1648 – 1651. Óleo sobre lienzo, 120 x 187 cm. © Museo Nacional del Prado.

Hay obras en el Prado que simbolizan el caudal creativo de Poussin en la naturaleza. Por un lado, Paisaje con una tumba antigua y dos figuras o Paisaje en ruinas (1642), donde la naturaleza y las construcciones del fondo adquieren todo el protagonismo, con dos figuras pintadas, A la izquierda, una sentada a la vera del camino y la del viajero que camina junto a una tumba antigua y que parece dirigirse al que está sentado, cerca de un monumento fúnebre y un templo porticado que recuerda a los edificios de Andrea Palladio en una escena que desprende calma; y por otro Paisaje con edificios. 1648- 1651, donde la mano de Poussin ofrece una panorámica de un valle surcado por un río, en cuyas orillas se sitúan varios edificios, enmarcados por árboles y montañas en el horizonte. En primer plano aparecen tres personas sentadas y dos acompañadas de caballos.

Paisaje con ruinas, 1642. Óleo sobre lienzo, 72 x 98 cm. © Museo Nacional del Prado.
Paisaje con ruinas, 1642. Óleo sobre lienzo, 72 x 98 cm. © Museo Nacional del Prado.

Por último, mencionar un par de composiciones que se exponen en la National Gallery de Londres: Paisaje con un viajero descansando y un hombre que se dispone a beber, donde el río, varios árboles y más allá colinas lejanas y altas conforman una escena en la que un viajero está descansando y otro con una vasija recoge agua para humedecer sus labios; y Paisaje con viajeros descansando, con ese camino serpenteante y dos viajeros sentados, uno de ellos atándose los cordones de sus sandalias y otro que va alejándose a orillas del río, arropado por árboles, rocas y abundante vegetación. Todo el corpus creativo de Poussin desprende la impresión de ser un filósofo de la pintura.




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