Nostalgia de la piscina - EL ÁGORA DIARIO

Nostalgia de la piscina

Por Julián H. Miranda

Acabó el verano, llega los fríos del otoño y en su artículo para la Mirada del Agua nuestro columnista Julián H. Miranda hace un repaso de pintores y cineastas que han tenido las piscinas como inspiración. En obras como las de David Hockney, la piscina sirve para exaltar la luz y el culto al cuerpo. Pero muy a menudo, también son un elemento que alimenta la nostalgia de momentos pasados, de veranos y primaveras desaparecidos en el tiempo

Foto: Paloma Hiranda
Foto: Paloma Hiranda

Desde finales de septiembre ha empezado a oler a otoño y viene a mi mente un cuento de John Cheever (Quincy,1912- Ossining,1982) escrito en 1964 y una película dirigida por Sidney Pollack y Frank Perry rodada cuatro años más tarde y basada en ese relato. El filme tenía el mismo título: El nadador y lo protagonizó Burt Lancaster cuando tenía 55 años. Es una metáfora del paso del tiempo y de la derrota del personaje principal Neddy Merrill, que va atravesando desde la casa de unos amigos las 15 piscinas de un valle hasta llegar a su casa completando un recorrido de 13 kilómetros. El agua en la que se baña Neddy Merrill termina siendo un flujo continuo por la ambigüedad de una vida arquetípica, reflejo de la clase media norteamericana de los años 60.

El estanque reflejante (The Reflecting Pool), 1977–79. Cinta de vídeo en color, sonido monoaural; 7 min
Intérprete: Bill Viola / Cortesía de Bill Viola Studio © Bill Viola Foto: Kira Perov

Las piscinas han inspirado a numerosos artistas: cineastas como Sidney Pollack o Frank Perry, pero también a fotógrafos como Jacques Henri Lartigue (Coubervoie, 1894-Niza, 1986), que supo captar esos instantes fugaces de jóvenes y adolescentes sumergiéndose en estanques o flotando en los mismos; creadores contemporáneos como el argentino Leandro Earlich en su instalación La pileta; o al videoartista norteamericano Bill Viola, que en una de sus primeras obras, El estanque reflejante (1977-1979), se filma arrojándose a una de ellas.

En esta línea, destaca el pintor inglés David Hockney (Bradford, Inglaterra, 1937), que durante los años 60 y 70 del siglo pasado hizo varias series dedicadas a las piscinas, apoyándose en la fotografía, con o sin personajes y con el agua de protagonistas exclusivos hasta crear un relato visual muy poderoso.

Hockney pinta espacios abiertos, con una luz muy clara y con el culto al cuerpo en el agua como motivo

En esas dos décadas el pintor inglés se trasladó a Los Ángeles y allí compuso obras tan emblemáticas como Retrato de un artista (piscina con dos figuras), 1972, que en noviembre de 2018 alcanzó en una subasta de Christie’s los 80 millones de euros, siendo una de las obras récord para un artista vivo. Cinco años antes había fijado en la retina de finales de los 60 El gran chapuzón (1967), con un encuadre que muestra la estela sugerida, no vista, de una persona que se ha lanzado de un trampolín. Sólo queda la fugacidad del movimiento, que previamente había creado en El Chapuzón.

De esos años destacan acrílicos, casi siempre con colores planos, que muestran cuerpos desnudos emergiendo del agua como Peter saliendo de la piscina de Nick (1966);  Bañista y el cartel que pintó para los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, entre otros. Hockney pinta espacios abiertos, con una luz muy clara y con el culto al cuerpo en el agua como motivo. Todo ello dentro de una atmósfera de libertad sexual y personal como la que experimentó en California, un oasis comparado con el ambiente rígido de Inglaterra en los 60. En esa época capta imágenes de la vida cotidiana con una alegría cromática colorista que le conecta con Matisse.

• Una mujer contempla el cuadro de David Hockney Portrait of an Artist (Pool with Two Figures), días antes de celebrarse la Subasta en Christie’s a mediados de noviembre de 2016, donde alcanzó 90,3 millones de dólares, récord mundial para un artista vivo. Fotografía: Guy Bell/Alamy Live News

Con las piscinas hay una sensación de libertad, conectada con el buen tiempo y el período estival, que sentimos al final de la primavera. Y sin embargo hay algo nostálgico y quizá engañoso porque cuando va transcurriendo el verano y el otoño se siente, queda un regusto como el que nos traslada la película de Pollack y Perry y el cuento de Cheever mencionados anteriormente. Al escritor se le ha calificado como el Chejov de los barrios residenciales de las clases medias norteamericanas, pues en esos relatos magistrales sabe condensar en muy pocas páginas historias ambiguas, donde muchas veces las apariencias engañan  y suceden cosas inesperadas.

Es un recorrido por una corriente acuática de piscinas cristalinas que simbolizan el triunfo de una clase social acomodada

El protagonista de El nadador, Neddy Merrill, es un hombre que goza de una madurez juvenil con algo más de 50 años, un deportista que, a mediados de agosto, se plantea cruzar un valle nadando por las diferentes piscinas de sus vecinos, algunos amigos y otros no tanto. Es una travesía por esas zonas de confort residencial aparentes, un recorrido por una corriente acuática de piscinas cristalinas que simbolizan el triunfo de una clase social acomodada.

Dos fogramas de El Nadador, película de Frank Perry, protagonizada por Burt Lancaster

En la película hay una serie de diálogos intrascendentes en los que brilla Burt Lancaster, alter ego de Neddy Merrill, antes o después de sumergirse en el agua azulada y verdosa. Aunque la luz todavía es veraniega hay momentos en que Merrill, a medida que avanza en dirección a su casa, siente cómo el otoño va apoderándose cada vez más de su experiencia vital. Tanto los fotogramas de la película como las poco más de 20 páginas del relato introducen al espectador y al lector en una ensoñación misteriosa. A veces las expectativas sobre el verano son elevadas porque como escribió Ricardo Piglia en el tercer volumen de Los diarios de Emilio Renzi,»la sensación de tener todo el tiempo disponible hace lugar a la felicidad y la literatura”.

El protagonista va como un Ulises moderno sorteando obstáculos por las aguas transparentes de las piscinas de sus vecinos

A medida que cruza el valle, solo vestido con un minúsculo bañador de la década de los 60, Neddy Merrill/Burt Lancaster va como un Ulises moderno sorteando obstáculos por las aguas transparentes de las piscinas de sus vecinos. Toma alguna copa acompañada a veces de comentarios sarcásticos, soporta la actitud fría de muchos de ellos y también el diálogo desgarrador que mantiene con su antigua amante a la que también visita.

El lento avance del protagonista por esos espacios verdes del valle, entre las aguas de una y otra piscina, ofrece encuentros variados, como el de una joven rubia que le confiesa su admiración hacia él cuando ella era una adolescente.

Foto: Paloma Hiranda
Foto: Paloma Hiranda

El espectador percibe que Merrill es un Peter Pan maduro, que ha distorsionado la realidad y la ha sustituido por la imagen proyectada de un hombre que tuvo éxito y que ahora se va a dar de bruces con la realidad. Las últimas escenas de la película cuando ya es casi de noche y él avanza por el camino de grava que conduce a su casa, nos revelan a un ser fatigado que se da cuenta que las puertas del garaje están cerradas, que la tormenta ha causado graves daños a su casa y que la puerta de entrada también está cerrada.

De repente, repara en que ya no tiene cocinera ni doncella, que ni su mujer ni sus cuatro hijas están en casa y que su casa está vacía. A pesar de haber cumplido su deseo de nadar por todo el condado, la tormenta y el frío se han apoderado de Neddy Merrill en una escena conmovedora.

Burt Lancaster refleja en su rostro y en su lenguaje corporal la atmósfera sombría, poco luminosa, del estado del bienestar de la clase media norteamericana.


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