Polinizadores, días de flores y miel - EL ÁGORA DIARIO

Polinizadores, días de flores y miel

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

El botánico Bernabé Moya explica la enorme importancia que tienen insectos polinizadores como la abeja o la mariposa para el correcto funcionamiento de la naturaleza en un momento en que la acción humana y el cambio climático amenazan seriamente su existencia. El pintor Fernando Fueyo ilustra este artículo con algunas de sus obras

 

«Déjame escalar las altas y peligrosas montañas a través de arbustos espinosos y seguir el arroyo que fluye a través del valle. He superado todos estos obstáculos solo. He recorrido todo este camino para ver la verdad.”

Canción tradicional coreana

Afirma el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, en el prólogo Escriben en el aire, con el que presenta la obra El país del abeyeiro, “La evolución ha producido muchas clases de organismos, todos igual de perfectos, pero con diferentes tipos de perfección, y por lo tanto con crbellezas distintas”. Y añade: “Entre los organismos multicelulares las plantas son las más importantes porque no podría haber animales sin vegetales”. Pasando a continuación a señalar que en tierra firme los animales sociales, es decir, los humanos y algunas especies de insectos, como las abejas, las hormigas o las termitas, marcan hitos evolutivos en complejidad y organización social.

El libro en cuestión es una sorprendente, y preciada, iniciativa personal de su autor, Alberto Uría, un apasionado del mundo de las abejas, de los polinizadores y de la tierra y cultura de sus antepasados. Una singular obra, que es, al mismo tiempo, una creación original y única en su género al estar ilustrada con las acuarelas y dibujos del pintor Fernando Fueyo.

El espacio elegido para este emocionante viaje de exploración, aprendizaje y vivencias es un lugar remoto, situado a caballo entre las provincias de Asturias, Lugo y León. Un paisaje idílico para las abejas domésticas y los polinizadores, y rico en espacios de renombre: Reserva de la Biosfera Río Eo, Oscos y Tierras de Burón; Reserva de la Biosfera de los Ancares Leoneses; Reserva de la Biosfera de Os Ancares Lucenses y Montes de Cervantes, Navia y Becerreá; y el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, en cuyo corazón palpita el mítico bosque de Muniellos.

Portada del libro 'El País del Abeyeiro', realizada por Fernando Fueyo.
Portada del libro ‘El País del Abeyeiro’, realizada por Fernando Fueyo.

En un rinconcito de estas verdes y olvidadas tierras, en Pena da Nogueira, una aldea con dos residentes, está teniendo lugar una aventura de esas que hacen soñar, y también enmudecer, a quienes se ven en la obligación de residir en las urbes. Crear un ecomuseo, de homónimo nombre; vivir con las abejas produciendo miel en compañía de “maese oso”, como le llama el pintor, quién por cierto no deja de reclamar cada año su parte del botín. Y, por si faltara algo, en este preciso momento están enfrascados, junto a la ambientóloga y profesora Vanessa Paredes, en crear un jardín de más de 3.000 metros cuadrados para los insectos polinizadores.

Ciertamente, los insectos polinizadores son indispensables para que la naturaleza funcione tal y como la conocemos, y su representante más icónico es la abeja doméstica o abeja de la miel. Pero, ni son las únicas ni están solas, se conocen unas 20.000 especies de abejas silvestres en el planeta, solo en la península Ibérica contamos con más de 1.000, entre otras las abejas carpinteras, las abejas solitarias y las comunales.

En la fértil labor polinizadora de nuestros paisajes hay que añadir las más de 2.000 especies de mariposas diurnas y nocturnas, incluidas delicadas polillas de preciosas alas. Y considerar a las avispas, sean solitarias, sociales, alfareras o avispones. A las más de 300 especies de hormigas, y los varios miles de especies de moscas, entre otras las domésticas, las cernidoras y los mosquitos. En esta selecta lista de amantes de las flores no puede faltar un buen puñado de miles de escarabajos, como las mariquitas, y una pléyade de atractivos coleópteros primorosamente decorados con diseños imposibles y la más exquisita gama de colores metálicos.

Las flores vivamente coloreadas con las que se engalanan las plantas en el momento de la reproducción son un “invento” con el que seducir a los polinizadores, tal y como señalara el biólogo Charles Darwin en El origen de las especies. “Las flores se encuentran dentro de las producciones más hermosas de la naturaleza; pero se han vuelto visibles al contraste con las hojas verdes, y en consecuencia, hermosas al mismo tiempo, para que puedan ser vistas fácilmente por los insectos. He llegado a esta conclusión porque he encontrado como regla invariable que cuando una flor es fecundada mediante el viento, no tiene nunca una corola de color llamativo… Si los insectos no se hubiesen desarrollado sobre la faz de la tierra, nuestras plantas no se hubieran cubierto de bellas flores…”.

«Todas aquellas acciones que causan estragos en las poblaciones de insectos polinizadores son una grave amenaza, tanto para la producción de nuestros alimentos como para la regeneración y futuro del bosque»

Así pues, tendremos que admitir que son los insectos polinizadores quienes nos invitan a disfrutar cada primavera, y también el resto de las estaciones, de los anhelados paisajes preñados de flores. A la vista de la gran variedad que nos rodea, a cuál más exclusiva y llamativa, tendremos que celebrar sus gustos exquisitos. Qué decir de las inagotables formas que adoptan las flores para proteger el óvulo y facilitar el trabajo de los amantes. Las hay tubulosas, acampanadas, estrelladas, labiadas, y también con los pétalos soldados o separados, no faltan las simétricas ni las desiguales, y tampoco las flores exclusivas, las miméticas, ni los engaños.

Los pigmentos florales vienen a engalanar, a modo de lienzos vivos, los pétalos y corolas con variaciones de azul cobalto, amarillo Nápoles, amaranto y escarlata; aunque siempre hay entre las flores quien gusta acompañarse de gamas de púrpura, bermellón y carmesí; están las que se desviven por el blanco céreo o el rosa pálido; y quienes prefieren leves pinceladas de verde esmeralda, malva, siena o violeta; tampoco faltan las que adoran el ocre vivo y el rojo burdeos… Y, además, captan colores y matices que resultan imperceptibles al ojo humano al entrar en la banda del ultravioleta. Tonos, líneas, manchas, veladuras, volúmenes y contrastes que no podemos apreciar al admirar una flor, pero que funcionan a modo de llamativas balizas visuales con las que orientar a los insectos polinizadores. Verdaderas “guías de miel”.

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Estudio sobre el coracero rojo ó sanxuanín (‘Rhagonycha fulva’), obra del pintor Fernando Fueyo.

Pero aún hay más, mucho más, en el mundo de la seducción floral. Como las delicadas y atrayentes fragancias con las que se acicalan las flores melíferas con la intención de tornarse embriagadoramente irresistibles a su polinizador. No importa que sea a pleno día o bien entrada la noche, se cuentan por miles las moléculas volátiles que utilizan las plantas para cautivar a los insectos. Cada flor exhala un aroma exclusivo, y con él su más atractivo mensaje personal.

El néctar que mana de las flores es algo más que una secreción acuosa ricamente azucarada de la que se alimentan los insectos, además de algunas aves y mamíferos, entre otros, y con las que las abejas fabrican la miel. Las plantas enriquecen la composición del néctar con vitaminas, minerales, ácidos orgánicos, compuestos nitrogenados, pigmentos y sustancias aromáticas. Por su parte, el polen, el gameto masculino de la flor, es la fuente principal de proteínas para las abejas y otros insectos, además de aportar sustancias alimenticias fundamentales como lípidos, vitaminas y sales minerales. Polen y néctar, dos “regalos” de las plantas con los que garantizar a los insectos polinizadores una variada, completa y saludable alimentación. Y viceversa, ya que en torno a un 80 %, de las casi 8.000 especies de plantas vasculares que crecen en nuestro país necesitan a los insectos de forma imperiosa para producir frutos y semillas, y de esta manera perpetuarse.

Las abejas domésticas obtienen de las yemas y cortezas de los árboles, de los exudados de savia y de otras fuentes vegetales valiosas mezclas de resinas y esencias con las que elaboran el propóleo. Una sustancia de consistencia gomoso-cristalina -cuya etimología aclara su función, “hacia la ciudad”-, con propiedades antiinfecciosas. La utilizan para múltiples funciones, que van desde dar forma y estabilidad estructural a la colmena; cerrar poros y agujeros para protegerse del viento, del frio y de la lluvia; sellar las entradas alternativas a posibles visitantes no deseados, y prevenir la infección y propagación de enfermedades y parásitos entre ellas. No hay que olvidar que las colmenas «naturales» por excelencia son las oquedades de los troncos y ramas de los árboles ancianos. Cavidades acogedoras, protectoras y aislantes que tienen que acondicionar para poder formar un hogar, vivir en comunidad, sacar adelante a la descendencia y pasar el frío invierno.

«Preguntarnos cómo podemos ayudar a los insectos polinizadores es una buena forma de empezar a mejorar la situación de la biodiversidad en el planeta»

Carlos Linneo, el médico y botánico sueco que clasificó las plantas atendiendo al número y disposición de los órganos sexuales en la flor, llamó a los insectos polinizadores genitalia voladora, o dicho de otra forma, los indispensables mensajeros alados. Reconocía su fecunda y eficaz labor a la hora de transportar de una flor a otra los famosos «polvos mágicos». La participación de los insectos en la reproducción sexual de las plantas supuso una mejora considerable en el éxito reproductivo, al ser un transporte de material genético directo de flor a flor. Una forma más efectiva que los azarosos designios del viento a los que se entregan las plantas anemófilas, como nos contaba Darwin. Lo que dio lugar a una coevolución insecto-planta, y con ella a la aparición de la inagotable variedad de tamaños, formas y colores que acostumbramos a ver en las flores y en los insectos polinizadores.

Todas aquellas acciones que causan estragos en las poblaciones de insectos polinizadores silvestres y domésticos son una grave amenaza, tanto para la producción de nuestros alimentos como para la regeneración y futuro del bosque, y sus pobladores. En la actualidad sufren las consecuencias de una sociedad que no hace todo lo que está en su mano para evitar que ardan los bosques a golpe de incendios devastadores, se instalen monocultivos forestales y agrícolas extensivos sin límites, se modifiquen los usos naturales del suelo, se detesten los arbustos, se ignoren las plantas herbáceas, se introduzcan insectos exóticos y enfermedades, se desequen los cursos de las aguas y se contamine el ambiente envenenando el aire, el agua y el suelo. El principal problema para las poblaciones de insectos polinizadores es la pérdida de hábitats ricos en flores.

Estudio mariposa musgosa o aurora blanca (‘Anthocharis cardamines’), obra del pintor Fernando Fueyo.

La muerte de miles de millones de abejas de la miel acaecida en las últimas décadas es una clara advertencia de los graves problemas ambientales y la pérdida de biodiversidad a la que nos enfrentamos. Por ello, la Comisión Europea, a través de la estrategia Del campo a la mesa, propone reducir el uso de pesticidas en un 50% de aquí a 2030, ampliar la superficie de agricultura ecológica hasta el 25% y ampliar hasta un 10% las tierras agrarias que se destinan a elementos no productivos.

Preguntarnos cómo podemos ayudar a los insectos polinizadores es una buena forma de empezar a mejorar la situación de la biodiversidad en el planeta. Por su parte, Alberto Uría, Vanessa Paredes y Fernando Fueyo han decidido continuar trabajando en un proyecto tan necesario y pedagógico como urgente, y tan artístico y creativo como real. Crear un verdadero y exclusivo jardín para los insectos polinizadores en el ecomuseo El país del abeyeiro. Por ello, todo lo que allí crezca, se exponga o acontezca tendrá como fin crear hogares acogedores y ambientes propicios en los que los diminutos invitados puedan disponer de una variada gama de alimentación.

Un jardín que será un festín para los polinizadores, un paraíso para las flores y un deleite para los sentidos en las cuatro estaciones. Praderas tachonadas de dedaleras, amapolas y orquídeas, acompañadas de cerezos, manzanos, perales, membrillos y almendros de variedades antiguas, dedicados a vivir, crecer y florecer de forma natural, o lo que es lo mismo, sin necesidad de recurrir a la explotación. Sauces, brezos y violetas, campanillas de invierno y azafranes silvestres, avellanos y hiedras, nazarenos y anémonas, espinos albares, zarzamoras y saucos, y también castaños, tilos y robles, romeros, vides y lavandas, y una extensa colección de plantas hortícolas dispuestas para su goce y disfrute.

«Una de las reivindicaciones de los apicultores comprometidos con la biodiversidad, que los consumidores conozcan el lugar de origen y la forma de elaboración de cada miel»

Estudio mosca abejorro (‘Bombylius major’), obra del artista Fernando Fueyo.

En el “abeyeiro”, la profesora y el pintor han decidido presentar en sociedad a algunos de sus invitados, acompañándolos de algunas de sus flores favoritas. En este preciso momento los pinceles acarician delicadamente el papel llenándolo de vida, ilusión y esperanza. A finales del invierno, dando la bienvenida a la primavera, los pétalos del almendro acogen a la laboriosa “abeja cornuda”; la delicada flor del manzano, o “pumar”, a la abeja del prado; y la “uz moural” a la “abeya” domestica. Viboreras, zarzas, negrones, castaños y yerbabuenas esperan en el verano a la esfinge abejorro de orla estrecha, la abeja albañil, la mariposa aurora, la abeja cortadora de hojas, la volucella y el coracero rojo o “sanxuanín”. Avanzado el año, la floración de las hiedras y los madroños atraerá el interés de la mariposa vanesa, el abejorro común o “abeyón”, la mosca cernidora…

Y, por si faltaba algo, Fernando Fueyo ha empezado a pintar los pólenes, y ya sabemos lo que eso significa, penetrar delicadamente en la parte más íntima de una flor, o si se prefiere en el ADN de la miel. Cada especie produce un tipo determinado de grano de polen -etimológicamente “polvillo muy fino” o “flor de la harina”-, de tamaño microscópico, una de las estructuras más resistentes que la naturaleza ha creado. Una suerte de cofrecito cargado de buenas noticias que puede adoptar múltiples formas geométricas tridimensionales y estar ricamente ornamentado con retículas, gránulos y estrías.

Decíamos que el origen de la miel es fácilmente trazable gracias a la presencia de los pólenes de las diferentes especies de plantas que las abejas han visitado para elaborarla. Esta es una de las reivindicaciones de los apicultores comprometidos con la biodiversidad, que los consumidores conozcan el lugar de origen y la forma de elaboración de cada miel. Otra es, que la carga ganadera de abejas en un territorio respete la presencia y abundancia de los polinizadores silvestres.

En El pais del abeyeiro, que ha sido posible en parte gracias al crowdfunding, se produce una miel en cada estación. De las cuatro, hay que destacar, por lo que de implicación cultural tiene, la llamada miel de invierno o de “cortín”. Una miel muy especial: las colmenas se encuentran en el interior de unos cercados levantados en piedra seca, de todo punto impenetrables, a los que se denominan popularmente “cortín”, cuya función es proteger a las abejas y su progenie de la glotonería del oso. Unas estructuras de la arquitectura tradicional que Alberto Uría ha decidido empezar a recuperar y restaurar, esperando que las administraciones cumplan con su cometido de mantener vivo, habitado y con memoria el mundo rural.

Llegados a este punto, atendamos a la presentación que el “abeyeiro” hace de las sensaciones que causa esta exclusiva miel. “En la boca, una explosión de sabores… Burbujas insertas, diminutos globos de aire cautivos en la afrutada miel de la calluna, adornan la cuchara. Al espesar, en medio de su textura gelatinosa, aparecen pequeños cristales que le confieren una sensación crujiente. El leve toque amargo que le aporta la uz moural, el tono ácido de la zarzamora, el aroma floral y amaderado del castaño, el gusto dulce con notas saladas del brezo ceniciento y el tono acaramelado y malteado del roble. La dorada y fragante miel de los tilos que despliegan sus ramas sobre el río, de aroma floral y cítrico, es la última que aparece en nuestro paladar.”

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Estudio mosca cernidora (Scaeva pyrastri), obra del pintor Fernando Fueyo.

Una bella y estimulante invitación a disfrutar de los paisajes, de las flores y de la miel, que nos evoca una de las frases más célebres del poeta y editor James Russell Lowell «Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra». Si queremos ayudar a los polinizadores lo que más agradecen es que cuidemos de los paisajes floridos.




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