Para algunas personas reciclar es un incordio, a otros les hace sentirse bien, o al menos culpables ambientalmente… ¿Pero hasta qué punto es una solución circular efectiva? En esta columna, Brenda Chávez desvela algunos mitos del reciclaje, como que todo se puede reciclar o que el peso recae sobre todo en el individuo. Un artículo revelador que no dejará a nadie indiferente
Reciclar es una acción que los expertos en sostenibilidad califican de “final de tubo”, es decir, la última opción cuando ya se han ejecutado las clásicas “erres” de reducir y reutilizar. A las que se pueden sumar otras que cobran relevancia con el auge de la economía circular, como rediseñar, reformular y repensar. Pero en el imaginario popular existe una construcción –muchas veces inducida– de que es la actuación ambiental más “virtuosa” que podemos realizar, la cual hace desaparecer los residuos de forma casi mágica. Sin embargo, a menudo, se vuelve un círculo “vicioso” que impide resolver las causas-raíz de los desechos, incluso puede promover fabricar y consumir más, contribuyendo así a agravar la situación planetaria que comentaba en mi primera columna. Por eso, conviene detenerse en dos grandes mitos del reciclaje y contrastarlos con la realidad.
Mito 1. Todo se puede reciclar
Suponer esto, además de resultar engañoso, es peligroso. Porque reciclar más artículos no va a resolver por sí mismo el nivel catastrófico de contaminación y degradación actual: ni todo es reciclable, ni interesa someterlo todo a este proceso.
Es cierto que reciclar una botella de cristal supone 10 veces menos energía que fabricarla nueva –además de evitar extraer más roca de sílice– y por cada kilo viejo sale otro nuevo. Pero esto no ocurre con todos los materiales, ni estos procesos son tan simples. Al contrario, existen notables obstáculos.
Un ejemplo común es el plástico: no todos se pueden reciclar, sólo los que llevan (dentro del triángulo con flechas) el número 1 (PET, Polietileno tereftal
ato), el 2 (HDPE, Polietileno de alta densidad), el 4 (LDPE, Polietileno de baja densidad) y el 5 (PP, Polipropileno). Y de ellos, no todos los reciclajes resultan convenientes. Por ejemplo, si su gasto energético es mayor que el derivado de aprovecharlo de otra manera no es “sostenible” en sentido estricto.
Un caso lo tenemos en la Unión Europea donde se exige el “dispendio energético” de reciclar embalajes de polipropileno. En Estados Unidos algunos sectores abogan por el reciclaje químico del plástico: procesarlo para reconvertirlo en combustibles fósiles o productos petroquímicos. Una versión elaborada, costosa y sin sentido de la conversión de residuos en energía. Dada la cantidad de CO2 que genera, desde un punto de vista medioambiental, es hasta mejor enterrarlo…
La forma más real y circular de lidiar con la plaga plástica sería reducir la producción de tanto plástico, impulsar la reutilización, los sistemas de relleno, de retorno, etc. Por otra parte, el reciclaje tampoco debería implementarse si empeora la calidad. Sucede con muchos plásticos, o al fundir latas de refresco compuestas de diferentes tipos de aluminio para reciclarlas, entre otros ejemplos.
Otro problema es mezclar materiales técnicos y biológicos en los productos a gran presión, temperatura y/o en procesos complejos de fabricación (en general, más de 10 en un sólo artículo): a menudo los convierte en objetos imposibles de reciclar, como los tetra-bricks, muchas zapatillas deportivas 0 prendas con tejidos hechos de materiales sintéticos y naturales.
“La forma más real y circular de lidiar con la plaga plástica sería reducir la producción”
Por si fuera poco, muchos materiales (plástico, metal, textiles, etc.) poseen aditivos químicos. Si no se retiran durante el reciclaje, o se si añaden nuevos al producto reciclado (ignífugos, repelentes del agua, pegamentos, tintes con metales pesados, etc.) pueden acabar liberados por sí mismos, por fricción, o erosión, perjudicando a las personas, al entorno, e impidiendo su reciclabilidad.
Ocurre en prendas y accesorios de poliéster procedentes de botellas de plástico, o artículos derivados de neumáticos reciclados (incluso parques infantiles), etc., que no pasan por procesos de optimización o neutralización química de esos aditivos.
Por tanto, si hace una década se consideraba downcycling cuando la vida del nuevo artículo, tras ser reciclado, era “inferior” –como la ropa desechada y troceada que rellena muchas carrocerías, o sofás– y upcycling cuando era “superior” –reciclar PET para fabricar fibras textiles; o neumáticos para mobiliario urbano–, hoy muchos especialistas, como el Cradle to cradle, consideran la mayor parte de los casos como infraciclaje o downcycling, puesto que provocan pérdidas energéticas, de valor material, para el usuario y de calidad.
«El reciclaje no debería implementarse si empeora la calidad»
Con frecuencia el problema está en su diseño no circular. Un verdadero supraciclaje o upcycling sería diseñar sin esas sustancias nocivas, pensar en todo el ciclo de vida, incluso cuando deja de ser útil, y comercializar los productos reciclados con una cadena de custodia para que al final de su vida útil se reconfiguren por el fabricante en otro artículo libre de tóxicos. Desafortunadamente, algo muy excepcional.
También son conocidos los problemas que pueden surgir para que los aparatos electrónicos y eléctricos puedan ser reciclados adecuadamente, su tráfico ilegal, e impactos en los vertederos de todo el mundo. Y son visibles los estragos de los residuos textiles, por ejemplo, en el desierto de Atacama. Así mismo, muchas donaciones de ropa usada acaban impidiendo el desarrollo del tejido productivo y comercial textil en algunos países de África.
Sin irnos a lugares remotos, todos hemos visto como los coches viejos prensados se acumulan en montañas en las periferias urbanas, donde se aprovechan muy pocas piezas por los desguaces, con el consiguiente daño ambiental y pérdidas económicas de materiales empleados en su fabricación, energía, agua, etc.
“Ni todo es reciclable ni interesa someterlo a ese proceso”
Vista la complejidad del asunto, conviene priorizar y potenciar (desde el ámbito empresarial y las políticas públicas) las erres previas (reducir y reutilizar) con un enfoque más centrado en la fuente que en su eliminación. Y frenar la cultura de “usar y tirar”, olvidando los bienes perecederos, ecodeficientemente diseñados y desechables.
Desde la esfera individual, una iniciativa reciente de minimalismo en el consumo es THE JUMP, que propone dedicar menos tiempo a consumir y más a la creatividad, al cuidado, la artesanía, los vínculos personales y la satisfacción no material.
No pretenden volver a las cuevas, si no dar “un salto” a seis cambios respaldados por la ciencia: 1) Vestir segunda mano, vintage y limitar las compras a tres prendas nuevas al año; 2) Conservar los aparatos electrónicos más tiempo, 3) Viajar localmente, 4) Seguir una dieta en su mayoría vegetal, reducir el desperdicio alimentario y comer cantidades saludables; 5) Coger menos el coche, andar más, e ir en bicicleta; 6) Actuar para cambiar el sistema. Para “saltar” a ellos, facilitan un kit de recursos y herramientas muy sencillas que aplicar en el día a día.
Mito 2. Los consumidores debemos resolver el problema
Este mito además de peligros es tremendamente injusto. Muchos de nuestros “malos hábitos sostenibles”, como el consumo excesivo, han sido inculcados por las industrias. Un caso paradigmático está en los envases de plástico, algo que no introdujimos nosotros, sino la industria.
Está largamente documentado que los consorcios de reciclaje nacen por la asociación de las empresas embotelladoras y envasadoras para hacer frente a la crisis de los vertederos y el consumo masivo de esos envases, en muchas ocasiones antes de que aparecieran las normas de responsabilidad ampliada del productor, o para suavizarlas.
Así, en la década de los años 50, las grandes compañías de bebidas, Philip Morris y otras, fundaron la organización sin ánimo de lucro Keep America Beautiful, que unió fuerzas con el Ad Council para realizar fascinantes anuncios con los que insertar el reciclaje en el imaginario norteamericano.
Es el primer gran lavado verde corporativo de la historia –de hecho, el Día del Reciclaje en Estados Unidos está patrocinado por la industria del plástico y Keep American Beautiful– y tuvo un gran éxito al transferir al consumidor gran parte de la responsabilidad de la contaminación plástica, en vez de asumirla, controlar la producción y su contaminación.
Gracias a las ingentes cantidades de dinero que dedicaron a publicidad, construyeron una inmerecida imagen medioambiental. Un modelo replicado en muchos países y continentes. En cambio, durante décadas, Keep America Beautiful, y sus réplicas, han realizado campañas activas contra nuevas normativas, sistemas de depósito, de retorno, etc.
En septiembre del 2020, NPR y PBS Frontline dieron a conocer una larga investigación basada en documentos internos de la industria del plástico y en entrevistas a altos exfuncionarios estadounidenses, convertida en el documental Plastic Wars.
El trabajo desvela que esa industria vendió al público la idea de que la mayoría del plástico podría, y sería, reciclado mientras ganaba miles de millones vendiendo globalmente plástico nuevo. La documentación y los testimonios muestran que los funcionarios sabían, desde los años setenta, que no todo se podría reciclar, así como que recogerlo, clasificarlo, derretirlo, etc., no compensaba económica ni energéticamente, porque el virgen es de mayor calidad, más barato y se degrada durante el proceso, en la mayoría casos, por lo que se puede reciclar pocas veces.
“El reciclaje no puede procesar la gran cantidad de desechos plásticos que se crean, ni el plástico reciclado puede cubrir la demanda industrial”
Según un estudio de McKinsey en EEUU, actualmente solo el 12% de los 300 millones de toneladas de plástico que se producen cada año se recicla con éxito. Más de 500 marcas, gobiernos y otras organizaciones se han comprometido a aumentar el uso de materiales reciclados, pero el reciclaje no puede procesar la gran cantidad de desechos plásticos que se crean, ni el plástico reciclado puede cubrir la demanda industrial. Una “pescadilla que se muerde la cola” pero no una solución circular, pues en vez de generar “círculos virtuosos”, provoca “círculos viciosos”.
¿Quiere decir esto que debemos dejar de reciclar? Aunque suene contradictorio, no. Sin ser lo más efectivo, al menos, permite reciclar algo. Simplemente debemos de ser conscientes de que todo este “embrollo” poco circular es muy mejorable potenciando las erres previas con estrategias y sistemas eficaces, políticas públicas, herramientas legales, fiscales, etc.
Afortunadamente se dan pasos para limitar los plásticos de un sólo uso, también en materia de circularidad –como la Estrategia circular en España–, o con la nueva ley de garantía de los aparatos eléctricos y electrónicos que obliga a disponer de piezas para repararlos durante 10 años. Pero se puede hacer mucho más, el informe Cotec, referente nacional en esta materia, señala que en los últimos años ha habido un estancamiento en materia de economía circular pese a la creación de políticas y estrategias en diferentes niveles administrativos.
Queda mucho por hacer; es una labor apasionante que implica reformular lo que no funciona, rediseñar los productos y servicios para potenciar su reutilización; repensar la producción y el consumo; eliminar el desperdicio, evitar la obsolescencia y muchas alternativas más que iremos abordando.
Cada vez más países buscan fórmulas de llevarlo a cabo, en Francia, donde poseen la legislación más avanzada mundialmente sobre obsolescencia programada, con penas incluso de cárcel, van a dar ayudas para cambiar los coches viejos por bicicletas, mientras en España lo apostamos todo al eléctrico.
En Austria y Escocia han cancelado la construcción de autopistas por la huella de carbono de su construcción y del tráfico, así como porque su necesidad no estaba lo suficientemente justificada. Como Lewis Mumford señaló en 1955: «Agregar carriles para vehículos con el fin de lidiar con la congestión del tráfico, es como aflojarse el cinturón para curar la obesidad». Una cita que bien puede aplicarse a estos dos grandes mitos del reciclaje.
Brenda Chávez es periodista especializada en sostenibilidad, consumo y cultura
