Rosalía, el castaño y el pintor

Rosalía, el castaño y el pintor

Por Fernando Fueyo y Bernabé Moya

El botánico Bernabé Moya reflexiona sobre la conservación de las arboledas históricas y lamenta la pérdida de grandes ejemplares de castaños o tejos en Galicia. Un relato donde los versos de Rosalía de Castro se mezclan con la nostalgia por el paisaje hurtado. Acompaña el texto una obra del pintor de naturaleza Fernando Fueyo especial para El Ágora

“El pan de los pobres”

Anónimo

El pintor toma asiento junto al manantial. Brota rumoroso entre los musgos. Siente el frescor de la tarde en sus manos. Cada vez que encuentra un instante regresa. Unas veces con la imaginación, otras en sueños… y siempre, cuando el pincel cargado de emociones se dirige con delicada firmeza al lienzo. Contempla desde la distancia al viejo castaño, necesitan tiempo para reconocerse.

 

“Con su murmurio apacible,

solita la fuente estaba,

bajo el castaño frondoso

que tiernamente la guarda.

Y estaba la verde hierba

toda cubierta de escarcha”

 

Nada parece haber cambiado, aunque sabe que todo es distinto y que nada volverá a ser igual. El susurro del agua le acerca el pensamiento de Joaquín Sorolla: “No hay nada inmóvil en lo que nos rodea. El mar se riza a cada instante; la nube se deforma, al mudar de sitio; la cuerda que pende de ese barco oscila lentamente; ese muchacho salta; esos arbolillos doblan sus ramas y tornan al levantarlas… Pero, aunque todo estuviera petrificado y fijo, bastaría que se moviera el sol, que lo hace de continuo, para dar diverso aspecto a las cosas…”.

Castaños del Bosque de Pombariños. | Autor: Fernando Fueyo

!El souto antiguo, despensa ultrajada, es desconcierto de claroscuros, veladuras inciertas, brillos apagados, reflejos huidos, sombrías ausencias…!

Viene a encontrarse con un viejo amigo, con unos viejos amigos. El paisaje los envuelve al caer la tarde. Una liberadora saudade preside el encuentro. No hay secretos entre ellos, han hecho juntos un largo viaje. La luz mortecina se anima por un instante, y ya es otra. El paisaje es un concierto de recuerdos pausados. Se sumergen.  Acuden al galope las canciones olvidadas, y los versos de Rosalía:

 

“Luz y progreso en todas partes…, pero

las dudas en los corazones,

y lágrimas que uno no sabe por qué corren,

y dolores que uno no sabe por qué son”

 

La tierra natal queda lejos, y estas luces las sabe propias. Un alma sincera ama a su tierra, y con igual pasión a todas las demás. El arte, si es verdadero, es universal. Toma aire. Las sombras se alargan. Se sienten hermanos. La diosa de la fortuna les acompañó en los años de la infancia rodeándolos de árboles, de aroma de castañas y de verdadero amor.

 

“Triste es el cantar que cantamos;

mas, ¿qué hacer si otro mejor no hay?

Mucha luz deslumbra los ojos,

causa inquietud el mucho desear”

 

Como en los versos de Rosalía de Castro, por sus ojos, ahora humedecidos, pasa el viento callado entre las rosas, las ramas retorcidas y los tallos de las hierbas. Sueña el pintor, y vuelan las estrofas de la poetisa en el paisaje multicolor.

 

“Sembrada de azucenas y verdura,

selva en verdad de dilatado espacio

convidaba al reposo y la tristura;

y en la pálida sombra que extendían

las ramas de sus árboles frondosos

misteriosas dulzuras se escondían”

 

Acuden en su ayuda las pinceladas realistas de Durero en La gran mata de yerba. Las reconoce al instante: llantenes de las mariposas, dientes de león, gramas de los prados… Atrás quedan los esquemáticos bestiarios y herbarios medievales. Aquí se muestran las finas raíces, los esbeltos tallos y las discretas flores en aparente caos. Sociología vegetal. Para tantos, hierbas vulgares… qué con su descuidado caminar, aplastarán, ¡valientes!

Los lirios son flores que les gusta visitar, no faltan en los días de tristeza ni en los de soledad. El pintor renacentista alemán, en un arrebato de atrevimiento, debió pensar ¡No las ven! Y reprodujo la planta de lirio a tamaño real. Para consumar la osadía unió dos hojas de papel, creó el formato y el tema echó a volar. Pluma y acuarela.

 

“No profundo da fonte escondida

medraban con liberdade

antre as silva-las violas,

antre o buxo as dixitales,

i a morte, ¡cál fora grata

naquel deserto lugare!”

 

El estudio de la naturaleza, la imitación casi perfecta, eleva al artista. Los grandes creadores del Renacimiento: Leonardo, Miguel Ángel, Durero, Carolus Clusius… compartían la misión. Hay algo más que la concisa observación, algo más que el dominio de la luz y la transparencia… Es la emoción de capturar lo más secreto y profundo: la esencia de la vida. Para representar la personalidad hay que captar los pequeños detalles, en apariencia insignificantes, que darán razón de quiénes somos y de cómo hemos llegado hasta aquí. En un retrato, hay que mirar hacia adentro y hacia atrás. Es así como las miradas enamoradas se reconocerán.

El pintor comienza a descifrar el brillo oscuro de ese matiz, y desvela su mundo interior… “Azules de variados tonos, violetas, rojos, naranjas y una diversa gama de explosivos amarillos y pálidos grises con toques de delicado rosa…”. Y el doloroso instante de esa astilla arrebatada con brutalidad, ha quedado inmortalizado. El espectador sensible temblará, sin importar el tiempo.

 

¡Adiós, pinares queimados!

¡Adios, abrasadas terras

e cómaros desolados!…”

 

El olvido deja cicatrices. Vacío y dolor. Adiós, al asombroso Tejo de la Casa de Tenreiro bajo el que descansaron Emilia Pardo Bazán, Azorín y Valle Inclán. Adiós, a los plateados Tilos de Oseira. Adiós, a la misteriosa Buxeda del Pazo de San Lourenzo que celebrara Rosalía… ¡Adiós para siempre adiós! Ya no cantan las castañuelas, callan de vergüenza y de temor.

 

“pois parés que llos cortan cóitelos

de aceirados fios”

 

El alma del artista estalla. La brutalidad del olvido, del maltrato posesivo, que es la muerte, exige el trazo más arrebatado. El souto antiguo, despensa ultrajada, es desconcierto de claroscuros, veladuras inciertas, brillos apagados, reflejos huidos, sombrías ausencias… Silencio sin fin. Funesta compañía para unos viejos y cansados árboles donde antes palpitaron los encuentros amorosos y la joven compañía…

 

“Otro cantar”, piden, cansados

de este estribillo, los que van llegando

de una nueva hornada, y que andan ciegos

buscando lo que aún no hay”

 

Y, ahí, al fondo, muy al fondo… frente al abismo, inasible, la esperanza última.




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