La vergüenza de que sigan muriendo cientos de miles de niños por tener contacto con agua contaminada. Que una persona en África pase el día con diez litros de agua mientras esa cifra es la que se va por el desagüe cada vez que tiramos de la cadena. . El divulgador ambiental José Luis Gallego alza la voz para denunciar unos datos terribles
En este Día Internacional del Saneamiento o Día Mundial del Retrete (a mí me gusta más llamarlo así) es necesario acudir a la rosquilla de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para fijarnos en uno de los azules: el seis.
Porque entre todas las metas que nos proponemos alcanzar con ellos hay una, la que señala precisamente éste que nos apela de manera urgente. Porque no hay nada más inaplazable que esa “necesidad de garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos”.
Y es que aunque el derecho al saneamiento y a la higiene personal es un derecho humano reconocido por la ONU (Resolución 64/292 de 2010 de la Asamblea General de las Naciones Unidas) lo cierto es que es uno de los más vulnerados en la mitad menos favorecida del planeta.
Es una vergüenza que en buena parte de África centenares de millones de personas compartan las fuentes de agua doméstica con los animales, dependan de pozos contaminados de agentes patógenos y sigan realizando sus necesidades al aire libre, sin ningún tipo de intimidad ni garantías sanitarias.
Resulta escandaloso que en África y en Asia mujeres y niños tengan que recorrer a diario más de seis kilómetros de media para rellenar sus humildes cubos, bidones y barreños de agua contaminada. Una ínfima cantidad de agua ponzoñosa de la que dependerá toda la familia para beber, cocinar y asearse ése día. Y al siguiente otra vez. Y al otro. Y así toda la vida.
Es una vergüenza que mientras el consumo medio de agua potable en el mundo desarrollado supere de media los doscientos litros por persona y día (con honrosas excepciones entre las que se encuentran la mayoría de ciudades españolas), en países como Senegal o Mozambique se las tengan que apañar con menos de diez litros per cápita. Diez litros: eso es lo que gasta un norteamericano cada vez que tira de la cadena del váter. ¿No les parece terrible?
Por eso en este Día Mundial del Retrete, más allá de seguir planteándonos retos y objetivos, de intentar recurrir a eslóganes brillantes o aforismos afortunados para llamar la atención de nuevo sobre un problema enquistado y a menudo olvidado, es necesario clamar ante tal injusticia, elevar la voz y pulsar el teclado con rabia para denunciar que esto no puede seguir así y que no podemos hablar de un mundo civilizado mientras se sigan dando estos vergonzosos números. Pero aún hay más… y peores.
Porque si nos centramos en lo que señala la ONU en este día y recordamos en otros apartados de El Ágora, es intolerable que la mitad de la población mundial siga sin saber lo que es un retrete, sin disponer de un espacio con la más mínima intimidad ni las garantías sanitarias más elementales para evitar contagios al atender sus necesidades fisiológicas más básicas.
Es inmoral que mientras en esta parte del mundo gritamos a los cuatro vientos la necesidad de lavarnos las manos con agua limpia y jabón al menos durante 20 segundos varias veces al día para evitar los contagios del COVID-19, en la otra mitad del planeta, esa mitad oscurecida a nuestra atención y nuestras miradas, casi 3.000 millones de seres humanos sigan sin saber lo que es un grifo ni se hayan enjabonado las manos en su vida.
Que más de tres cuartas partes de las aguas residuales que se generan en el mundo sigan yendo a parar a los ríos que atraviesan los suburbios más poblados en acequias a cielo abierto, ríos infectos en los que se bañan los niños o se realiza la colada.
Y lo más vergonzoso, lo más cruel, lo más insufrible es que cada año mueren casi trescientos mil niños menores de cinco años por diarrea y otras enfermedades provocadas por el contacto con aguas contaminadas. Y hasta aquí he llegado. No tengo nada más que decir en este Día Internacional del Retrete que para quienes seguimos el pulso medioambiental del planeta es el día de la vergüenza mundial.