El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta un recorrido temático dedicado al agua como eje central en un conjunto de 16 obras de su colección permanente, que abarcan desde el siglo XIV hasta el siglo XX
El agua como elemento tiene una importancia capital en nuestra vida y también lo ha tenido en el arte y especialmente en la pintura a lo largo de los siglos. Ahora gracias a un acuerdo entre el Museo Thyssen-Bornemisza y Haman Al Ándalus, empresa con varios espacios en España y especializada en el bienestar personal a través del baño termal, se presenta un recorrido temático dedicado al agua como eje central en un conjunto de 16 obras de la colección permanente del Thyssen, que abarcan desde el siglo XIV hasta el siglo XX.
Las obras están diseminadas en diferentes salas del museo y eso permite una mirada transversal por diferentes períodos y estilos de la historia del arte occidental. A lo largo de la historia el agua ha estado presente en gran parte de la iconografía no sólo en el paisaje como género, sino también en escenas mitológicas o religiosas. Los ríos, lagos, cascadas y mares en el contexto de la naturaleza indican y la importancia que el arte ha supuesto como algo terapéutico para enriquecer nuestra percepción y conocimiento del mundo. Entre los 16 pintores representados destacan Lucas Cranach el Viejo, Joachim Patinir, Claudio de Lorena, Claude-Joseph Vernet, Jacob Isaacksz van Ruisdael, Courbet, Monet, Gleizes o Lichtenstein, que se inspiraron en escenas donde el agua y la naturaleza ocupan un espacio relevante en sus composiciones.


La primera obra cronológicamente que se puede ver en la sala 1 del Thyssen, es Tríptico portátil de la Crucifixión: la Crucifixión, datada hacia 1370-1375, una escena religiosa de Lorenzo Veneziano, pintor destacado de La Sereníssima en la segunda mitad del siglo XIV; y continúa en la sala 4 con una pequeña tabla del pintor renacentista Ercole de’ Roberti, Los argonautas abandonan la Cólquida (1480) al representar un episodio de la historia de las Metamorfosis de Ovidio, donde el barco con su tripulación parece fundirse entre el cielo y el mar, sin apenas referencias externas de la naturaleza.


Una de las obras maestras en este recorrido quizás sea La ninfa de la fuente (h.1530-1534), pintada por Lucas Cranach el Viejo, uno de los grandes pintores alemanes del siglo XVI junto a Alberto Durero. En este óleo Cranach representa a una ninfa tumbada sobre el césped, con la fuente Castalia, de la que manaba agua que bebían filósofos y poetas para encontrar la inspiración.
Al pintor además de la pintura religiosa y la retratística le interesó la vertiente mitológica. Además de la modelo representada en una posición erótica hay otros elementos que llaman la atención como el carcaj con flechas y el arco apoyados en el árbol que quizá fuera una referencia a Diana cazadora. En la postura de la mujer y en el resto de elementos encontramos una atmósfera acogedora y plácida.


Y en la sala 10 una obra muy relevante de Joachim Patinir, Paisaje con el descanso en la huida a Egipto (h.1518-1524), cuya trayectoria le confirmó como el gran precursor del género paisajístico porque para él las figuras que representa tienen un lugar secundario en la escena, aunque ayudan a completar la narración del tema.
En este caso el pintor flamenco sitúa a la Virgen en un plano alto con el Niño y detrás san José entre los árboles y en el plano bajo algunas casas, animales, una zona ligeramente boscosa y un lago o río, que aumenta la profundidad del cuadro junto a esos cielos matizados con diferente luz.


Entre las salas 13, 17 y 24 encontramos cuatro pintores como Claudio de Lorena, Sebastiano Ricci, Claude-Joseph Vernet y Hubert Robert, buenos ejemplos de los siglos XVII y XVIII. Del primero Paisaje idílico con la huida a Egipto (1663), con ese aire suspendido en el tiempo que desprende la escena con ese tono anaranjado de fondo; de Ricci, Neptuno y Anfitrite (h.1691-1694), con los protagonistas sentados en una especie de trono, elevado por encima de las olas y del resto de seres marinos que les acompañan, todo con una paleta cromática muy colorida; Mar en calma (1748) de Claude-Joseph Vernet, un artista francés que dominó el subgénero de las marinas con esos rincones pintorescos, en ocasiones inspirados en el litoral italiano, como en esas brumas del atardecer en las que emplea un colorido grato; y La pasarela (h. 1775) una curiosa obra de Hubert Robert con esa facilidad para representar arquitecturas y jardines como ese rústico puente de madera donde un grupo de personas contemplan el río mientras un artista está trabajando en plena naturaleza, todo a base de toques suaves tanto en el cielo como en el agua y el resto de elementos naturales.
Retrocediendo un poco en el tiempo, en la sala 28 podemos admirar a uno de los mejores paisajistas neerlandeses del siglo XVII, Jacob Isaacksz van Ruisdael con Mar tormentoso con barcos de vela, datado hacia 1668, una obra en la que el pintor nacido en Haarlem introdujo un fuerte contraste entre las nubes del cielo, a las que dota de mucho volumen, y el agua revuelta del mar encrespado que se acentúa por el fuerte viento que empuja las velas de los barcos.
Y en la sala A un óleo de Francesco Guardi, Escena del jardín de un serrallo (h. 1743), una composición poco habitual del pintor veneciano, donde vemos un espacio arquitectónico de fantasía que desvela aspectos de la vida en la corte de Constantinopla, en la que varios personajes interactúan delante de una fuente adornada con surtidores en forma de amorcillos de los que mana agua.




Del siglo XIX hay cuatro pinturas pinturas relevantes, la primera del norteamericano John Frederick Kensett con esa vista del lago George, en 1860, un paraje de gran belleza y un lugar muy pintado por algunos de los miembros de la Escuela del río Hudson, de la que él formó parte. Y tres óleos de artistas franceses. Por un lado Gustave Courbet y su pincelada precisa en El arroyo Brème (1866), inspirándose en la naturaleza en ese periplo postromántico que supo innovar tanto en el lenguaje plástico como en la función del artista en una obra de madurez con esos juegos de luz filtrada entre los árboles; Jean-Baptiste-Camille Corot en El Baño de Diana (La Fuente), pintó este singular desnudo hacia 1869-1870, en el que transmite cierta emoción por la gestualidad de la modelo; y el tercero, una visión lírica de Claude Monet para fijar en formato horizontal El deshielo en Vétheuil (1880-1881), gracias a pinceladas sueltas y una paleta reducida que plasman la austeridad de un paisaje efímero, tras las grandes nevadas que hubo en el invierno de 1879-1880.


Y para concluir este paseo sugerido por el agua, una composición de Albert Gleizes, En el puerto (1917), un manifiesto a favor del movimiento cubista en el que deja entrever imágenes del puerto de Barcelona y de Nueva York, a través de una serie de superposiciones para expresar el movimiento simbolizado en el transporte; y del otro lado del Atlántico esa visión melancólica del artista pop Roy Lichtenstein, Mujer en el baño (1963), a base de unos colores elementales como el azul, el rojo y el amarillo, en el que vemos el rostro de una mujer sonriendo con trazos que delimitan su perfil, mientras con sus manos sujeta una esponja en una escena de la vida cotidiana, un estilo que supuso una nueva forma de comunicar durante la década de los años 60 del pasado siglo, en ese difícil equilibrio entre las bellas artes y el diseño.


