En el Día Mundial de los océanos, estrenamos el blog sonoro del naturalista Carlos de Hita. Con su sección «Cuando el agua suena», disfrutaremos a partir de ahora de una perspectiva diferente sobre el líquido elemento. Escucharemos sus distintos sonidos y podremos verlos también gracias a los sonogramas
Y después, si el viento y la climatología lo permitían, continuaríamos la travesía hacia el sur con destino a las islas de Harris y Uist por los mismos caminos del mar –astar mara en gaélico escocés- que desde hace casi diez milenios han surcado las gentes, las mercancías, las ideas y los relatos.
Robert Macfarlane, ‘Las viejas sendas’
Ni todos los mares del mundo se pueden reunir en los siete clásicos de la cultura popular, ni todas sus voces, que son infinitas, caben en una secuencia de unos minutos. Así que esto es solo una selección, muy arbitraria, de algunas de los sonidos del mar y de sus habitantes.
Un mar muy suave, olas que baten sin fuerza en el fondo de una ría en la marea baja. El mar se ha retirado y por la extensa planicie de barro corretean y silban zarapitos reales, archibebes comunes y demás aves de los limos.
El mar embravecido, durante un temporal que agita las aguas dentro de un puerto. Tintinean las arboladuras de los barcos, gimen los pantalanes de hierro, los amarres se tensan y relajan al compás del oleaje. Las gaviotas, impasibles, buscan comida en las aguas revueltas.
El mar acallado por las mismas gaviotas, patiamarillas y tridáctilas, que revuelan sobre un acantilado y gritan tanto que hasta son capaces de sobreponerse a su bramido.
Un mar sereno, de noche y sin luna, que regolfa en las oquedades de un islote donde gimen y suspiran las pardelas, baleares y cenicientas. Aves oceánicas, solo en la oscuridad se acercan a la tierra firme.
El sonido hueco del oleaje que resuena en una cueva orientada hacia mar abierto. Soplidos, estornudos, gritos de una madre y gañidos de su cría en una colonia de focas monje.
El sonido del mar imaginado por un artista, Eduardo Chillida, en el sifón del Peine del Viento: la huella de las olas en el soplo del aire.
O una de las voces más profundas del mar antiguo, la bocina de niebla del faro de Finisterre, la Vaca de Fisterra, aviso para navegantes en días sin visibilidad. Hoy ya nadie navega de oído y su mugido -en realidad dos toques y una pausa de un minuto- es cosa del pasado. Pero si volviera a funcionar, su bramido bien podría ser la llamada de socorro de un mar amenazado.
