Smetana, el río Moldava y el nacionalismo musical

Smetana, el río Moldava y el nacionalismo musical

Por P. Unamuno

El especialista en música P. Unamuno analiza el poder de los motivos naturales para amalgamar el sentimiento nacionalista de los pueblos. Ese fue el caso del compositor bohemio Bedřich Smetana, comprometido contra la dominación del Imperio Austrohúngaro y que terminó completamente sordo la partitura dedicada al río de su tierra natal

Nada como los motivos naturales para aglutinar las ansias de un pueblo cuando se encuentra en el trance de sacudirse el dominio de un país o cualquier otro ente que siente como ajeno. Montañas más o menos majestuosas, volcanes que suscitan tanta veneración como temor o ríos que surcan las llanuras de la tierra natal han operado tradicionalmente como catalizadores de lo que llamaremos de forma genérica el sentimiento nacionalista. El nombre del compositor bohemio Bedřich Smetana (1824-1884), por ejemplo, ha quedado asociado para los aficionados a la música a la obra que dedicó al río Moldava, segundo de los seis poemas sinfónicos que componen el ciclo Má Vlast (Mi patria), título lo bastante elocuente de los anhelos del autor.

Estatua de Bedřich Smetana en Praga. | FOTO: Michal Durinik
Estatua de Bedřich Smetana en Praga. | FOTO: Michal Durinik

«Rimski-Kórsakov en Rusia, Bartók en Hungría, Albéniz en España y Smetana en Bohemia, fueron algunos de los representantes más aventajados del nacionalismo musical»

Antes de adentrarnos en la faceta nacionalista de Smetana, anotaremos a título teórico que, en el campo musical, el término nacionalismo suele aplicarse al uso de materiales o temas reconocibles o regionales, lo que incluye el empleo directo de música folclórica y de melodías, ritmos y armonías inspirados en ella, y convertidos con frecuencia en base conceptual, estética o ideológica de óperas u obras programáticas, que son aquellas destinadas a evocar en el oyente ideas o imágenes concretas. Rimski-Kórsakov en Rusia, Bartók en Hungría, Albéniz en España y el mismo Smetana en Bohemia, región que en vida del compositor pertenecía al Imperio Austrohúngaro y hoy forma parte de la República Checa, fueron algunos de los representantes más aventajados de este nacionalismo musical que hundía sus raíces en el fértil terreno del folclore.

En su juventud, Smetana fue, aunque brevemente, un revolucionario. En el clima de agitación y expectativa de cambios que se extendió por Europa durante 1848, surgió en Praga un movimiento predemocrático que se oponía al gobierno absolutista de los Habsburgo con miras a lograr una mayor autonomía política. Un antiguo amigo del músico, Karel Havlíček, encabezaba aquel levantamiento apoyado por un ejército de ciudadanos (Svornost) nacido para defender la ciudad de un posible ataque imperial.

Imperio Austrohúngaro

Como miembro de Svornost, Smetana ayudó a dirigir las barricadas en el conocido Puente de Carlos cuando en efecto se produjo la ofensiva de las fuerzas austriacas dirigidas por el Príncipe de Windisch-Grätz. Al tiempo escribiría sus primeras obras patrióticas, entre ellas dos marchas dedicadas a la Guardia Nacional Checa y a la Legión de Estudiantes de la Universidad de Praga, así como La canción de la libertad, con letra del poeta eslovaco Ján Kollár, uno de los primeros ideólogos del paneslavismo. En la insurrección, rápidamente aplastada, conoció al escritor y líder radical Karel Sabina, que más tarde prepararía los libretos para sus dos primeras óperas, y se salvó de la cárcel o el exilio que sí sufrieron correligionarios como Havlíček.

Vista de Praga con el puente Carlos sobrevolando el río Moldava. | FOTO: Rasto SK
Vista de Praga con el puente Carlos sobrevolando el río Moldava. | FOTO: Rasto SK

El traslado de nuestro hombre a Gotemburgo, en 1856, obedeció más bien a una decisión personal motivada por varios varapalos profesionales, a los que sin duda se sumaron el desencanto por la victoria del absolutismo y una serie de desgracias personales, como la muerte de tres de sus hijas en el plazo de dos años y la tuberculosis contraída por su mujer. Solo el debilitamiento de los Habsburgo tras la derrota del ejército de Francisco José en Solferino, que trajo un ambiente más ilustrado a Praga, lo convenció de regresar a su país y buscar allí un futuro musical, por incierto que fuera. “Mi casa se ha arraigado en mi corazón tanto que solo aquí puedo encontrar la satisfacción real. Es a esto a lo que me sacrificaré yo mismo”, dijo antes de volver.

«El músico mostraba un dominio más bien pobre de la lengua checa, pues no en vano las personas de su generación se habían educado en alemán»

En 1861 se anunció que se iba a construir un teatro, de manera provisional, como nuevo hogar de la ópera checa.​ Smetana vio aquí la oportunidad de escribir y poner en escena ópera que reflejara el carácter nacional, al estilo de las representaciones de la vida rusa en las óperas de Mijaíl Glinka. También aspiraba a ser considerado para la dirección musical del teatro, pero el puesto le fue negado al parecer porque la facción conservadora a cargo del proyecto consideraba al bohemio un «modernista peligroso», debido a su afinidad con compositores tenidos entonces por vanguardistas como Liszt y Wagner.

Fotografía de Bedřich Smetana de autor desconocido.
Fotografía de Bedřich Smetana de autor desconocido.

Recordemos que, en términos históricos, el nacionalismo musical del siglo XIX se interpreta como una reacción contra la dominación de la música romántica alemana, de modo que la debilidad de Smetana por aquellos compositores germanos constituía un pecado especialmente grave puesto que lo cometía alguien cuyos fervores nacionalistas no admitían reproche en el plano político.

Podía también resultar curioso, aunque tiene toda la lógica, que por entonces el músico mostraba un dominio más bien pobre de la lengua checa, pues no en vano las personas de su generación se habían educado en alemán. Para superar estas deficiencias, el compositor estudió gramática checa y se impuso escribir y hablar a diario en su lengua nativa. Más tarde llegaría a dirigir el coro de la sociedad coral de los nacionalistas Hlahol y, una vez que su fluidez en checo mejoró, compuso coros patrióticos para ella.

Los nombramientos de mayor entidad, sin embargo, se le seguían resistiendo. No pudo hacerse con el de director del Conservatorio de Praga, en el que había puesto muchas esperanzas, pero al menos logró éxitos sonados con sus óperas La novia vendida y Los brandenburgueses, aunque el estreno de esta última tuvo lugar en el peor momento posible: en vísperas de la Guerra Austro-Prusiana y con Bohemia bajo inminente amenaza de invasión por parte de las tropas prusianas. Como ha evocado brillantemente Vicente Luis Mora en su novela Centroeuropa, esta parte del continente ha sido escenario de las más cruentas masacres en los últimos siglos, y la República Checa -luego Checoslovaquia- ha resultado de los países peor parados por los afanes expansionistas de toda condición.

Por fin Smetana obtuvo el nombramiento como director principal del Teatro Provisional, pronto Teatro Nacional, que llevaba aparejado un buen sueldo anual de 1.200 florines, pero la alegría no le duró demasiado tiempo. Con su tercera ópera, Dalibor, se granjeó la enemistad del poderoso director de la Escuela de Canto de Praga, František Pivoda, que -ofendido en realidad porque Smetana había contratado nuevos talentos del extranjero, y no de su centro- le echó en cara la vieja cantinela de que la obra rezumaba “extremo wagnerismo” y, por tanto, era absolutamente inadecuada para la ópera nacional checa.

Momentos de enfermedad

Un año después de su nombramiento, en 1874, Smetana enfermó gravemente, según la versión oficial a resultas del estrés derivado de las críticas a su trabajo al frente del Teatro y más probablemente debido a la sífilis que padecía. Entre otros males, para septiembre había perdido de la audición de oído derecho, y en octubre le ocurrió lo mismo con el izquierdo. Como otro genio ilustre, Beethoven, se había quedado sordo por completo. La desgracia únicamente tenía un lado bueno: al abandonar su cargo, tendría más tiempo para componer.

Así comienza la escritura de una serie de poemas sinfónicos acerca de los paisajes, costumbres, leyendas y demás señas distintivas del pueblo bohemio. En principio fueron seis piezas independientes, aunque luego se agruparon en el ciclo conocido como Má Vlast (Mi patria). Las dos primeras, Vyšehrad y Vltava (en castellano El Moldava), se estrenaron en 1875, y el ciclo completo, terminado en 1879, fue interpretado por primera vez en 1882.

«Como otro genio ilustre, Beethoven, también Smetana se había quedado sordo por completo debido a la enfermedad»

Si El Moldava gusta tanto y ha logrado introducirse en el repertorio clásico se debe a dos razones principales. La primera es su misma capacidad descriptiva, pues cada una de las escenas en que se divide el poema sinfónico está “perfectamente identificada y maravillosamente descrita desde el punto de vista musical”, en alas de un “magnífico conocimiento de la escritura orquestal y el manejo de la melodía, el ritmo y el timbre instrumental”, como ha escrito María Setuain. Respecto a la intención del autor -su visión programática de la obra-, contamos con las palabras del propio Smetana.

Partitura de 'El Moldava' de Bedřich Smetana
Partitura de ‘El Moldava’ de Bedřich Smetana

“Dos fuentes manan en la sombra del bosque bohemio, una cálida y burbujeante, la otra fría y apacible -le escribió a su amigo y editor František Augustin Urbánek-. Cruzando los valles bohemios, crecen hasta convertirse en un caudaloso río. A través de los espesos bosques fluye entre los alegres sonidos producidos por una partida de caza, y las notas de una trompa de caza se oyen cada vez más próximas. Pasa por pastos de césped y tierras bajas donde se está celebrando una boda con canciones y bailes. Por la noche, las ninfas del bosque y acuáticas se deleitan en sus chispeantes olas. Sobre su superficie se reflejan fortalezas y castillos: testigos de los días pasados de esplendor caballeresco y la desvanecida gloria de los días marciales. El Moldava se arremolina en los rápidos de San Juan y finalmente fluye con mayestática calma en dirección a Praga, donde lo recibe el histórico Vyšehrad [la fortaleza situada a las afueras de la ciudad]. Luego se desvanece mucho más allá de donde alcanza la mirada del poeta”.

El segundo motivo que nos enamora de la obra no es otro que su hilo conductor, el río, cuyo simbolismo es casi universal puesto que lo identificamos generalmente con la vida: “El nacimiento, el ímpetu de la juventud, la robustez de la madurez y el declive en la vejez”, señala Setuain, y también con la fertilidad de la tierra, al asegurar el alimento para tantos seres vivos. Seguramente fue este el sentido que quiso transmitir Terrence Malik cuando utilizó esta música en su críptica película El árbol de la vida.

El leitmotiv de la pieza parte de una antigua canción italiana de la primera mitad del siglo XVIFuggi, fuggi, fuggi da questo cielo, conocida como La Mantovana y compuesta por Giuseppe Cenci (apodado Giuseppino del Biado). En su momento tuvo tanto éxito que se extendió por toda Europa y dio lugar a traducciones, versiones y otro tipo de piezas inspiradas por su melodía. En España originó, sin ir más lejos, la canción Tres hojitas, madre, pero se recogen variantes del mismo tema en lugares tan dispares como Escocia (My mistress is prettie), Polonia (Pod Krakowem), Suecia (Ack Värmeland) y Ucrania (Kateryna Kucheryava).

Desde el siglo XVII, varios compositores recurrieron a él como fuente de inspiración para sus obras, entre ellos Biagio Marini y Camille Saint-Saëns. Sus notas se han colado incluso en el himno de Israel, por vericuetos que van del poeta Samuel Cohen al compositor Paul Ben-Jaim, y durante muchos años daban la bienvenida a los pasajeros que llegaban a Praga a bordo de los aviones de las Aerolíneas Checas.

El Moldava, que ha obtenido la vida independiente más poderosa entre los seis poemas del ciclo, es un rondó (con coda) en el que el tema principal, en tonalidad de sol mayor, es introducido por las cuerdas superiores y los instrumentos de viento madera, con las cuerdas inferiores sugiriendo las ondas del río. Al final de la partitura, que Smetana compuso en apenas tres semanas, se puede leer esta nota -todo un lamento- escrita por él: “¡Siendo absolutamente sordo!”.

Sobre la dimensión de Smetana como símbolo nacional, el musicólogo John Tyrrell ha mostrado cómo la identificación con el nacionalismo checo y las trágicas circunstancias de sus últimos años han afectado a la objetividad con que se valora su trabajo dentro de las fronteras checas, donde se le ha elevado a un estatus icónico. En el extranjero se concede más importancia a las contribuciones de contemporáneos y sucesores suyos como Janáček y, sobre todo, Dvořák, que es interpretado con mucha más frecuencia y es mucho más conocido. Con razón decía el crítico Harold Schonberg que «Smetana fundó la música checa, pero Antonín Dvořák […] fue el que la popularizó».



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