Ver venir el futuro: el secreto de Éthienne Bottineau

Ver venir el futuro: el secreto de Éthienne Bottineau

Por Antonio Sandoval Rey

El naturalista y escritor Antonio Sandoval recuerda la figura del francés Étienne Bottineau, un misterioso personaje que en el siglo XVIII sorprendió a todos al ser capaz de adivinar con días de antelación la llegada de los barcos a puerto. Murió olvidado tras la Revolución Francesa sin que nadie pudiera conocer el origen de su extraña habilidad. En tiempos de incertidumbre como los que vivimos c0n la pandemia de coronavirus ojalá existiera un aparato parecido para conocer lo que viene navegando desde el futuro, reflexiona el autor

Esta historia es totalmente cierta.

Llegó hasta mí desde el horizonte, en mi primer paseo hasta la orilla del océano tras tantas semanas de confinamiento.

Tuvo lugar cuando el estudio de la electricidad y su aprovechamiento estaban todavía en una fase muy temprana. Aun así, alumbrándose con velas y candiles de aceite, William Watson, Benjamin Franklin, Luigi Galvani o Alessandro Volta, entre otros, ya venían aportando al Siglo de las Luces el resplandor de su inquietud científica en torno a esa energía, por entonces aún considerada poco más que una curiosidad de mucho menor interés que el vapor de agua. De hecho, así como la empresa Boulton & Watt comenzaría a fabricar sus máquinas de vapor en 1795, hubo que aguardar hasta 1866 para que Werner von Siemens patentase la dinamo que haría luego posibles los motores eléctricos.

Un barco velero en el horizonte. | Foto: Borsev Marsevic

«Así como la empresa Boulton & Watt comenzaría a fabricar sus máquinas de vapor en 1795, hubo que aguardar hasta 1866 para que Werner von Siemens patentase la dinamo»

Todo era revolución. Se revolucionaban los burgueses contra la aristocracia, los colonos contra sus metrópolis, unos revolucionarios contra otros… Y sobre todo, las ideas nuevas contra las antiguas. La ciencia brillaba con creciente vigor, y los hallazgos por ella obtenidos revolucionaban todo aún mucho más.

Inventores e inversores no perdían ripio de aquellos avances, y los gobiernos permanecían vigilantes de cualquier novedad que permitiera a sus estados ganar ventaja militar o comercial sobre los demás.

En ese escenario apareció Étienne Bottineau.

Milagro en la isla francesa, ilustración clásica publicada en Histoires des meteores

Sus primeros pinitos en la habilidad que sólo él llegó a practicar los adquirió por su cuenta, según su autobiografía, en la costa de Nantes. Destinado luego como ingeniero en la isla de Mauricio, colonia francesa, pudo ya no sólo estudiarla y desarrollarla a fondo, sino vivir de ella.

«Bottineau afirmaba haber descubierto y perfeccionado una nueva ciencia a la que denominó Nauscopie: consistía en “el arte” de descubrir en el mar barcos y tierra a gran distancia»

Aquella supuesta destreza consistía en prever la presencia de una o varias embarcaciones, incluso llegando a determinar su número, a distancias de hasta 700 millas náuticas. Para hacernos una idea: del norte de Galicia al sur de Irlanda hay unas 450 millas náuticas.

Bottineau afirmaba haber descubierto y perfeccionado una nueva ciencia a la que denominó Nauscopie: consistía en “el arte” de descubrir en el mar barcos y tierra a gran distancia.

En Mauricio, isla bien remota, apenas un lunar en la inmensidad acuática del Índico, comenzó siendo primero objeto de burla y luego vilipendiado. Incluso se dice que pasó algún tiempo entre rejas. Pero luego, según las crónicas, comenzó a ganar en las tabernas una apuesta tras otra: los barcos llegaban unos días después de haberlos anunciado él, y en el número que había predicho.

«Ojalá existiera, me dije en cierto momento, un aparato parecido para conocer realmente lo que viene navegando desde el futuro»

Fue entonces contratado por el gobernador de la colonia. Y tiempo después, ante la sostenida evidencia de sus aciertos, llamado con urgencia a París.

Siempre sin soltar prenda acerca de su sistema, lo que encontró en la capital francesa fue primero la mofa de la prensa, luego la dilación de la burocracia y finalmente el estallido de la revolución.

El mismísimo líder jacobino Jean-Paul Marat (científico y médico, con particular interés por la electricidad, y capaz de merecer el respeto de Franklin), le prestó por fin atención. Pero casi enseguida fue asesinado en su bañera por la girondina Charlotte Corday. Se desataba “El reino del terror”, Robespierre controlaba la Asamblea Nacional y las guillotinas no daban abasto.

Resolver los conflictos de aquel presente se había vuelto mucho más urgente que conocer el futuro. Como consecuencia, la figura de Bottineau se diluyó entre todos aquellos acontecimientos. Acabó sus días en la India, arruinado, en 1804. Y se llevó consigo su secreto, consistiera en lo que consistiera. Durante algún tiempo, todavía se deliberó si acaso tendría que ver con algún tipo de fenómeno atmosférico.

«Acabó sus días en la India, arruinado, en 1804. Y se llevó consigo su secreto, consistiera en lo que consistiera»

En 1928 el reputado hidrógrafo del almirantazgo británico Rupert Gould escribió: “No cabe duda de que Bottineau no fue un charlatán, y de que hizo un descubrimiento que habría sido del mayor interés incluso en nuestros días”, lo cual nos deja pequeño resquicio de duda, capaz de alimentar cierto regusto a misterio en tan curioso episodio. El posterior desarrollo del radar, el GPS, etcétera, arrastraron luego hacia las orillas del olvido la figura de Bottineau.

¡Qué bien me sentó aquel baño visual de horizonte oceánico! Pasé un gran rato mirando muy, muy lejos.

Un ejemplar de alcatraz (‘Morus bassanus’)volando sobre el mar. | Foto. Arnau Soler

De vez en cuando levantaba mis prismáticos y descubría, sobre aquella infinidad acuática que tanto había añorado, un pesquero, una pardela o un alcatraz imposibles de detectar a simple vista.

Ojalá existiera, me dije en cierto momento, un aparato parecido para conocer realmente lo que viene navegando desde el futuro. Y a la vez, cuánto mejor nos iría con menos supuestos augures en tantas tabernas mediáticas.

Aunque claro, continué para mí, entre ellos seguro que hay uno o dos a quienes el tiempo va luego y les da la razón, y ya sea por casualidad o porque su ciencia de verdad funciona…

¿Como a Bottineau?


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