La cara y la cruz del agua en América Latina - EL ÁGORA DIARIO

La cara y la cruz del agua en América Latina

Latinoamérica cuenta con una de las mayores reservas de agua dulce del planeta y es la región con mejor acceso al agua potable del mundo en desarrollo, pero también es una de las más afectadas por el cambio climático y existen importantes desigualdades

El Ágora
Madrid | 11 marzo, 2021

Tiempo de lectura: 7 min



Desde los grandes glaciares de los Andes hasta el majestuoso y caudaloso río Amazonas, la geografía y la historia de América Latina está atravesada por el agua. Fuente de vida pero también de conflictos, la abundancia del líquido elemento sitúa a la región como el mayor reservorio de agua dulce del planeta, aunque su distribución es bastante desigual según los países y es por tanto también la causa de retos y problemas. Sobre todo porque, aunque se ha avanzado mucho en la cobertura de agua potable, que ha pasado de alcanzar un 33% de la población en 1960 a más del 90% en el 2015, el cambio climático amenaza con elevar el estrés hídrico de la región y todavía existen importantes lagunas en cuanto a servicios de saneamiento y depuración.

Según los datos del Banco Mundial, en Latinoamérica y el Caribe se concentra casi una tercera parte del agua dulce del planeta a pesar de contar con apenas el 18% de la población total. Además, de acuerdo con esta misma fuente, es la zona del mundo que tiene un mayor número de países con una cantidad de recursos de agua dulce internos renovables superiores a los 40.000 metros cúbicos, con hasta siete países en lo alto del ránking: Guyana, Surinam, Perú, Chile, Colombia, Belice y Brasil. De hecho, este último país, el más extenso de América Latina, es también el que tiene mayores reservas de agua dulce del mundo, con un total de unos 8.233 kilómetros cúbicos (km3)

Sin duda, la riqueza acuática brasileña se debe principalmente al Amazonas, el río más largo y caudaloso del mundo, que tiene más de 200 afluentes y acapara por sí solo la quinta parte de todo el agua fluvial del planeta. Pero es que, además, la zona sur de Brasil está situada encima del acuífero Guaraní, una acumulación de agua dulce mayoritariamente subterránea que comparten varios países y se encuentra bajo las cuencas de los ríos Paraná, Uruguay, Paraguay, Pilcomayo, Bermejo y Salado. Esta enorme cantidad de recursos hace que en Brasil se concentren el 12% de los recursos de agua dulce del planeta.

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Vista del río Amazonas, una de las mayores fuentes de agua y biodiversidad del planeta.

De hecho, se calcula que cerca del 50% del agua disponible en la región se concentra en la cuenca del Amazonas, una situación que conocen muy bien en Colombia y Perú, donde gran parte de su riqueza acuática proviene también proviene del sistema amazónico, que permite a ambos países tener una reserva de casi 46.000 metros cúbicos y 52.000 metros cúbicos por persona, respectivamente. En el caso de Chile, sin embargo, la mayoría de su reserva hídrica se encuentra en su zona sur, donde la gran cantidad de precipitaciones,  los numerosos lagos, lagunas y ríos y, sobre todo, uno de los mayores sistemas de glaciares del mundo, permiten que el país andino tenga un total de 47.914 metros cúbicos de agua per cápita. 

Eso sí, estos impresionantes datos de disponibilidad de agua esconden algunos importantes desequilibrios territoriales. Países como Argentina o México han presentado episodios de alto desabastecimiento en sus grandes ciudades y, paradójicamente, grandes reservorios como Brasil, Chile o Perú, también han sufrido problemas de estrés hídrico en algunas de sus urbes. El caso más paradigmático es sin duda el de Sao Paulo, que en 2015 tuvo que imponer restricciones en el suministro de agua dulce debido a una gran sequía, pero las dificultades para obtener agua también han aparecido incluso en capitales como Caracas o Ciudad de México.

Abastecimiento y saneamiento

A pesar de estos problemas de desigualdad territorial, exacerbados por el cambio climático como veremos más adelante, América Latina ha conseguido avanzar mucho en las últimas décadas en términos de abastecimiento de agua potable. Si a comienzos de los años 60, apenas un 33% tenía acceso a una fuente mejorada a menos de 30 minutos de su casa, que es el estándar empleado por la ONU para definir el “nivel de servicio básico”, ahora ese porcentaje se ha disparado hasta superar por unas décimas el 90% de la población latinoamericana en 2015.

Estos datos, que se desprenden del último informe elaborado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), sitúan a América Latina y el Caribe como la región en desarrollo que cuenta con la cobertura más alta de agua potable, superando con creces los índices de África, Oriente Medio y Asia. De hecho, varios países presentan niveles de acceso a servicios de abastecimiento “gestionados de forma segura” superiores al promedio mundial y similares al de las naciones más avanzadas de Europa y América del Norte, como es el caso de Chile, Costa Rica y Ecuador. 

Sin embargo, y al igual que pasaba con los desequilibrios territoriales en cuanto a reservas de agua, estos índices de acceso a agua potable varían ampliamente entre regiones, países e incluso entre las zonas rurales y urbanas de un mismo país. Para empezar, existe una importante brecha entre el Caribe y Venezuela, donde solo el 86% de la población tiene acceso a servicios “por lo menos básicos” y las otras regiones de América Latina (países andinos, cono sur y América Central), que tienen un nivel de acceso promedio superior al 95%. Eso sí, incluso en los lugares mejor evaluados, el informe advierte de que el servicio presenta importantes limitaciones, con un suministro intermitente, baja presión y una calidad a veces deficiente del agua potable.

Vertido de aguas residuales en el río Pinheiros, en Sao Paulo.

Pero el problema principal está en el saneamiento. De acuerdo con los datos de la OPS, la cobertura de este tipo de servicios se sitúa en el 66% en términos de población conectada a un sistema de alcantarillado, pero actualmente apenas se trata un 40% de las aguas residuales recogidas. Un ejemplo claro de esta situación la encontramos en México, donde en centenares de municipios hay contaminación por arsénico, fluoruros y coliformes fecales en el agua potable ante el deficiente estado de la red de depuración. Es más, de acuerdo con la evidencia recopilada por el ex-Relator Especial del derecho humano al agua y al saneamiento, Léo Heller, solo 12 de las 194 plantas en el estado mexicano de Chiapas estaban funcionando y se sospecha que en el resto de los estados la situación no es mucho mejor.

También es destacable la situación de Argentina, ya que a pesar de tener unos niveles altos de acceso al agua potable, algunas fuentes calculan que apenas depuran entre el 15 y el 20% de las aguas recolectadas. De hecho, el propio gobierno argentino elaboró en 2017 un informe en el que se destacaba que el sector de agua y saneamiento del país “tiene un atraso significativo en la cobertura de agua y saneamiento y requiere mejoras en la calidad y eficiencia de los servicios”. Un atraso en el que también existe un importante brecha de desigualdad: en el Gran Buenos Aires, hogar de casi el 40% de la población del país, el 98,7% de la población que vive en la ciudad propiamente dicha tiene una cobertura de saneamiento adecuado, mientras que en el resto de la conurbación la cobertura es del 38%, con casos extremos como Ituzaingó, Malvinas Argentinas, José C. Paz con coberturas inferiores al 10%.

Alianzas frente al cambio climático

Esta actual foto estática de los servicios de agua en América Latina, aunque da cuenta de los importantes progresos realizados en materia de abastecimiento y de las lagunas en cuanto a saneamiento, corre el riesgo sin embargo de quedar rápidamente desactualizada. Según las estimaciones de la ONU, la población en el continente va a seguir creciendo al tiempo que sube la urbanización, dos factores que suelen significar mayor estrés hídrico. Pero, sobre todo, Latinoamérica es una de las regiones más vulnerables al cambio climático y sus aguas están en la primera línea de fuego. 

Según un estudio de World Resources Institute, se espera que para 2040 Perú y Chile formen parte del grupo de 33 países que enfrentarán estrés hídrico severo, junto a EEUU, Sudáfrica, Australia, India y regiones como Medio Oriente o la costa norte de África. Pero el aumento de las temperaturas también implicará que varias ciudades de la región tendrán grandes problemas de abastecimiento de agua, especialmente en las temporadas de sequía pero también en la época de lluvias cuando las crecientes e inundaciones afectan la calidad del líquido disponible. Y también hay consecuencias sobre la biodiversidad, como demuestra el hecho de que la región latinoamericana es la que ha experimentado la mayor reducción de sus humedales naturales a nivel mundial en los últimos 50 años, con un declive del 59% de su superficie.

Una imagen de los embalses que abastecen de agua a las ciudades chilenas, entre picos nevados.

Uno de los casos más paradigmáticos es el de Chile, donde diversas proyecciones climáticas aseguran que habrá una de las mayores escaseces de agua del planeta a medida que avance el siglo XXI. Especialmente en la zona de los Andes, que sufre actualmente un retroceso de los glaciares y una sustancial reducción de las precipitaciones que ya están afectando en cierta medida el suministro de agua del país. Los datos por sí solos dan cuenta de la magnitud del problema: en las últimas tres décadas los caudales de las cuencas de los principales ríos del país han disminuido entre 13% y 37%, casi al mismo tiempo que se registraba una disminución en la precipitación promedio de casi un 29%.

Sin embargo, América Latina también cuenta con algunas ventajas que le podrían permitir afrontar la crisis hídrica que supone el cambio climático con mayores posibilidades de éxito. Por un lado, cuenta con el conocimiento ancestral de sus tribus indígenas, que llevan cuidando del agua desde tiempos inmemoriales con técnicas que cada vez ganan más relevancia en las estrategias hídricas de los países. Por ejemplo, la sabiduría de la comunidad aymara del norte de Chile está permitiendo rescatar y compartir diversas formas ancestrales de cuidado, rescate y preservación del agua de los bofedales -humedales en altura- del altiplano chileno. O en la Amazonía, donde la presencia de poblaciones indígenas es clave para preservar unos ecosistemas acuáticos amenazados por actividades extractivas como la tala o la minería.

También supone una ventaja para la futura gestión del agua el importante entramado de alianzas con organizaciones internacionales que existe en la región, lo que ha dado origen a numerosos programas de mejora del saneamiento como el que impulsa el Banco Mundial. Además, existen numerosas experiencias de colaboraciones público-privadas en Latinoamérica que han sabido responder con éxito a desafíos hídricos. Un caso paradigmático en este sentido es el de la ciudad colombiana de Cartagena, donde en apenas dos décadas se ha alcanzado una cobertura del suministro de agua que supera el 99% y una cobertura de alcantarillado que supera 94% gracias a una alianza entre el ayuntamiento, el Banco Mundial y el sector privado.



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